Al día siguiente, lunes, partí hacia la frontera. La señora me sirvió el desayuno, hizo una llamada por el móvil y al rato una furgoneta llegó a recogerme. No vi absolutamente nada en los cincuenta kilómetros de distancia que había hasta el límite territorial. Empecé a sentir que al fin llegaba la recompensa por aquel viaje tan duro. Había vivido la esencia de un país genuino en mi propia piel. Pequeñas lágrimas salían de mis ojos por la emoción. Había alcanzado la frontera. Al otro lado me esperaba China.















Corea del Sur – Seúl 2.
