Había perdido hace tiempo la atracción de atravesar fronteras y se agradece el no encontrarse con ningún requerimiento de puesto de control fronterizo. En aquel instante el bus se detuvo y todos nos bajamos en el mismo lado de una carretera donde se encontraban las dos poblaciones Turnio en la parte finesa y Haparanda Sueca. Era un día de cielo turbio cuando me baje aquella tarde sosa y opaca por el hecho de no encontrar una persona ni un triste perro que me ladrara a mis pasos. Caminaba sin rumbo fijo desorientado con la mochila al hombro buscando otra estación de transporte que no sabía dónde estaba. Aunque en la distancia alcanzaba a ver grandes almacenes outlet de ropa y del hogar. Todo cubierto de nieve era difícil diferenciar bien los carteles y los desvíos de las carreteras. En los semáforos tampoco había coches parados y las farolas todavía no empezaban a alumbrar. Yo seguía avanzando por aquellas calles nevadas un poco por inercia, a ciegas. Mirando a un lado y a otro asombrado de no ver a nadie caminando a la luz del día aquel frío lugar parecía estar deshabitado. Pronto pude encontrar un gran edificio que era la terminal de buses. Las puertas automáticas de cristal se abrieron. Ya estaba en Suecia.
ESTACIONES VACIAS
En la estación había máquinas expendedoras de comida, bebida, condones, servicios, lavabos, todo lo que quisiera a mi disposición. Me preguntaba por qué no había nunca nadie en aquellas estaciones cuando llegaba. No sabía los horarios de los buses ni los itinerarios así que me quedé allí adentro tranquilo esperando. Viajaba sobre la marcha y no tenía ningún itinerario marcado así que como pronto oscureció y viendo que no había nadie adentro vigilando pensé que era un buen sitio para pasar la noche. Eran largas horas de espera en las estaciones que de todos modos me servían como refugio. Enseguida todo se volvió oscuridad y la noche cerrada. La idea de utilizar las estaciones como alojamiento para dormir no era más que un breve esfuerzo para ahorrar gastos en mi deseo de cruzar Escandinavia. De hecho había dormido en peores condiciones en muchos hoteles del mundo. Afuera abriendo las puertas automáticas había un frío polar. Marcaba el termómetro diez grados bajo cero.
Como el primer bus del día hacia Kiruna donde me dirigía llegaba a las cinco de la madrugada, sobre las diez de la noche concilié el sueño saqué mi saco de dormir y lo hice en el suelo apoyando la cabeza en mi mochila. En cualquier caso, saber que estaba viajando con un presupuesto muy ajustado hacia tierras inhóspitas en países gélidos económicamente muy fuertes no me creaba pesadillas o quitaba el sueño.
kIRUNA
Desperté cinco horas después en mitad de Laponia Sueca concretamente en Kiruna, la ciudad más septentrional de Suecia en la provincia de Norrbotten,145 kilómetros al norte círculo polar ártico.
Las nevadas anunciaban un duro invierno. Los coches estaban aparcados enterrados por completo en un espeso manto blanco de nieve. Las casas eran de madera pintadas de vivos colores con sus porches jardines y tejados acumulados de nieve. Las máquinas quitanieves no dejaban de trabajar abriendo paso en las carreteras. Entretanto la ventisca helaba mis pies. Me costaba caminar y todavía no tenía pensado a donde ir lo que hizo mi llegada más incierta. Entonces lo hice sin alejarme mucho de donde me encontraba con esa sensación de llegar a un pueblo boreal como si lo hiciera jugando al escondite y estuviera buscando a los compañeros.
En un lugar donde apenas se ve gente por las calles no es muy agradable andar por ellas escarchado de frío, así que cuando vi un bar abierto y al lado un supermercado donde vi que salieron varias personas yo entré para comprar algo de pan y fiambre. Seguidamente regresé a la estación de tren para cobijarme y comer el bocadillo. Moldeado de ladrillos el edificio de la estación con las ventanas a cuadros por donde entraba la luz y la nieve cubriendo los tejados en pico fue como haber llegado a una oficina de correos. Un pequeño descanso me ofreció antes de volver a emprender el viaje. De manera que adentro tuve tiempo para pensar que iba hacer. Ir a la aventura sin hospedaje con temperaturas de diez a veinte grados bajo cero necesitaba de cierta planificación, lo sabía. Pero estaba viviendo aquella soledad de una forma apacible. Mentalmente estaba muy bien preparado para dar el siguiente paso. Con precaución sin alejarme del área que rodeaba las estaciones me sentía seguro y protegido. La estación estaba limpia gozaba de calefacción y con aquellas temperaturas polares era apacible estar en ella. Me parecían el mejor refugio que podía encontrar para descansar gratis. Nunca en todo mi viaje había agradecido tanto entrar en las estaciones como en Escandinavia. Fue una opción con la cual no contaba y me vino al pelo. Una señora que vestía un traje verde de limpieza entró, abrió la puerta de un cuarto, cogió un cubo con una fregona y se fue al baño. Luego lleno de agua el caldero le hecho jabón y se puso a limpiar el suelo. Al verla le pregunté si la gente no trabajaba en aquel país y respondió que ella sí estaba trabajando, pero que la mayoría lo hacía en las minas de hierro al ser la extracción de mineral clave en la industria y de vital importancia en el desarrollo de la ciudad de Kiruna. Acto seguido continuó con su faena. Cuando terminé de comer mi bocadillo me tumbé un ratito en un banco corrido de madera con respaldo y estiré los pies. Miré la hora, era mediodía: la luz era más clara. Una hora después un tren llegó y pensé que lo mejor era subirme sin más, seguir adelante. Iba hacia el norte en la línea de mineral de hierro que llega hasta la estación de la ciudad de Narvik, en Noruega con la intención de encontrar un buen lugar para detenerme a observar las Auroras Boreales.
SUEÑOS ARTICOS EN TREN
Saliendo del municipio de Kiruna la extensión era tan grande en un área de 20.000 km2 que me di cuenta que llevaba dos días viajando sin descanso desde que salí de Helsinki. Adentrándome cada vez más en las entrañas de un vasto territorio, una región que permanece firme e invariable, infinita. Un lugar confuso si lo miraba al horizonte monótono y aislado donde la vida me parecía inexistente. Desde la ventana del tren observaba cómo pasaba fugaz un bosque nevado de coníferas con pinos y abetos que lo cubren todo, y escasamente poblado con cabañas en medio de la nada y pastores de renos.
La luz solar entraba refulgente por las copas de los árboles deteniéndose tímidamente entre las ramas y creando tonos dorados. Los árboles estaban cubiertos por completo de nieve a punto de romperse sus ramas por el peso. Dibujaba el bosque monigotes blancos en medio de un suelo esponjoso entre el polvo de la nieve polar. Me di cuenta de la vasta dimensión de la taiga. Miraba el confín de una línea blanca donde por más que uno se adentraba no se rompía el silencio. Es una naturaleza virgen de luz crepuscular que me anestesiaba cuando la miraba, con esos reflejos solares de luces cálidas afuera donde el milagro de la vida se dejaba querer en sueños árticos de viajes en tren. En lugares así la naturaleza lo era todo y el hombre parece diluirse con la vida circundante.
ABISKO STATION
Me bajé de improvisto una parada después de la estación del pueblo de Abisko, en el parque nacional como Jeremy me había indicado. Era un punto casi al final de la aventura donde convergían todos los caminos, por eso creo que había alcanzado el fénix de mi viaje por Europa. Ese sentido vital que me hacía disfrutar lo inalcanzable con poco esfuerzo y tranquilidad. Aunque el frío nunca se iba el sol se fundía entre la nieve dándole más claridad. Tal vez el hecho de que mi razón aceptaba que sería el último gran reto antes de regresar a casa lo hizo todo más llevadero. Era una única oportunidad de llegar a ver la aurora boreal y no tenía otra forma de hacerlo. Personas de todo el mundo llegaban para ver aquel fenómeno. Era un negocio rentable diseñado para no salir de aquel complejo lleno de actividades lucrativas. El clima frío de afuera hacía que todos permaneciéramos la mayor parte del tiempo en el comedor de la cafetería.
Me encontraba sentado a la mesa frente a una cristalera grande con las vistas del lago Tornetrask helado y las montañas de nieve en el fondo. Había que mantenerse despierto, así que me metía en la cama de la habitación a descansar impaciente con miedo a dormirme y no despertar en el momento preciso: tenía miedo a perderme la aurora. Es como cuando uno está pendiente de la alarma del reloj para levantarse e ir al trabajo. Duermes, pero con la oreja siempre puesta de lado. El tercer y último día de mi alojamiento desperté radiante. Llevaba varios días de viaje por encima de la línea del círculo polar ártico, pero no asomaba la Aurora.
LA AURORA BOREAL
Fue de noche cuando estaba descansando en mi habitación y de repente oí un vocerío por todo el complejo. Me vestí rápidamente escuchando el griterío de la gente que corría por todos los pasillos arriba y abajo. Era como si hubiera saltado una alarma de incendio: todos salían corriendo de las habitaciones hacia afuera. En ese instante salí y miré al cielo. Las partículas eléctricas del viento solar chocan con los campos magnéticos de la Tierra. Era la Aurora Boreal. Me quedé mudo mirándola con la boca abierta. Al principio me dio una impresión de asombro algo confusa, más bien una capa de plasma viscosa y pálida que iba tapando el cielo. Era un fenómeno muy extraño que aumentaba en volumen y extensión avanzando por el firmamento rápidamente ocupando todo su espacio como un polvo brillante en la oscuridad. De la calma pasé a la excitación: mi corazón latía rápido sin saber cómo actuar. Miré a la gente que comenzó a andar hacia el horizonte en dirección al lago, yo seguí sus pasos. Enseguida llegamos a un pequeño descampado y allí todo el mundo se detuvo. Envuelto en una sensación de emoción hice lo mismo. Me senté a observar el cielo. Lo que alcanzaba a ver eran haces de luz blanquecinos y grisáceos moviéndose en el cielo de horizonte a horizonte que iban y venían bailando de un lado a otro adoptando formas y tamaños diferentes. Que se retorcía sin forma de poder buscarle una relación sincronía o fórmula matemática. Tan solo el hecho de que coincidieran las partículas del viento solar con un breve tiempo de mi vida. Era hermoso y luminiscente. El más bello de los regalos y tan feliz como un niño en el día de reyes.
Todo aquel campo energético que giraba sobre la tierra fue como una revelación de experiencias vividas, como el compromiso que había adquirido en el viaje o todas aquellas maravillas naturales del mundo que tuve la fortuna de ver. Aquella noche boreal en la que el cielo me regalo colores y figuras imaginé siluetas de dragones, serpiente y caballos alados, energías de entes que se manifestaban desde otra dimensión. Eran también los susurros y las voces de todas las personas que había conocido y que se movían por el cielo sin orden todas juntas sobre mí en mi propio universo cósmico.
lEYENDAS SAMIS Y AURORAS
Una leyenda dice que un zorro cruza las mesetas árticas durante las noches frías de invierno e ilumina el cielo con las chispas que se desprenden de su cola al arremolinarse en la nieve formando así los colores. Son las auroras boreales llamadas fuego de zorro para los Samis.
No obstante pronto la luz boreal desapareció. Aquella noche dormí como un duendecillo con cola de ángel sabiendo que por un breve espacio de tiempo la aurora boreal había llegado a visitarme. Al día siguiente regresé a la caseta del tren y subí en dirección hacia la ciudad Narvik para intentar llegar en el mismo día al pueblo de Reiné localizado en el extremo sur de la isla de Moskenesoya en el archipiélago de lofoten «Noruega».