Descendía la cordillera escuchando como era el sonido constante del traqueteo dejando a mis espaldas Suecia y el interior de sus valles glaciares hasta alcanzar el nivel del mar según iba acercándome a la ciudad de Narvik, Noruega, provincia de Nordland en el distrito tradicional de Lofoten.
Al cruzar la frontera a otro país ya el paisaje había cambiado. El paso entre montañas se fue abriendo de kateratt, a Rombakk donde podía ver casas rojas diseminadas por el campo. Enseguida apareció el fiordo de Narvik corría el agua demasiado tranquila, sin agitarse cuando el cielo se volvió más azul y claro. Con las nubes grises y blancas suponía que el día podía cambiar. A baja altura las montañas dejaban ver los bosques con sus abedules verdes. De cuerpo hacia arriba se cubrían de nieve los picos y las rocas de granito cuanto más grandes las veía desde lejos más cerca estaban realmente del mar. Al cabo de un rato había llegado a la ciudad de Narvik donde el frío había disminuido y el clima era más suave debido a las corrientes del atlántico norte. Al horizonte se veía el mar acariciando una ciudad industrial puerto de salida natural libre de hielo para las exportaciones de yacimientos de mineral de hierro que llegaban de Kiruna. Desde la estación de tren me dirigí caminando hasta la terminal de autobuses para buscar un servicio de transporte que me llevara a través de todo el archipiélago de las Islas Lofoten. Quería llegar antes de que cayera la noche al pueblo pesquero de Reine en el extremo sur de la isla Moskenesoya para buscar un lugar donde dormir.
ISLAS LOFOTEN
Cada isla e islote era un pedazo de tierra hilvanado por túneles y puentes que se conectan uno tras otro como el tejido de una araña. Aquel enredo entre el hombre y la naturaleza producía asombro. Atravesando aquella seda de acero y cemento la carretera serpenteaba entre islas, fiordos, montañas rocosas y bahías que protegían a los pueblos de las tormentas del mar abierto. Era el agua cristalina un espejo donde se reflejaban los picos tal como eran y hacían de los lagos árticos un manso reposo. El sol entraba poco a poco mortecino arropado este por las montañas circundantes cuando el cielo se abría.
FLAKSTADOYA MOSKENESOYA
Ya atravesando la isla de Flakstadoya no estaba lejos de mi destino final Moskenesoya. De todas formas había sido un viaje escénico y eso no se podía ver todos los días. Al atardecer los rayos de sol se escondieron por entre los fiordos y los poblados que iba dejando atrás parecían sumergirse en un manto de silencio y oscuridad. Fue de noche cuando llegué al pueblo de Reiné en la parte sur de la isla. De ahí hasta llegar al pueblo de A la población más occidental de Noruega tan solo me quedaba por cubrir una distancia de unos diez kilómetros.
Por una pasarela de madera llegué a mi nueva estancia. Era una típica casa de pilotes construida sobre las rocas. Un antiguo refugio de pescadores, llamado rorbuer reconvertido en cabañas para pasar las noches.
Durante el transcurso de la mañana iba sintiendo la tranquilidad de aquel lugar al pie de un soberbio fiordo con forma de manso lago redondo. Las cabañas estaban construidas sobre pilotes en el agua y se unían unas con otras por pasarelas de madera. Alrededor afilados y puntiagudos picos apuntaban a las aguas heladas del gélido mar de noruega cuyos descendientes vikingos ya timoneaban siglos atrás desafiando al sol, al mar y a los cuatro vientos.
PUENTE REINÉ HAMNOY
Era cautivante salir a dar un paseo respirando el aire fresco y puro, el sentir esa lejanía unido a tanta naturaleza que generaba una visión realmente sobrecogedora. Una estampa que no dejaba a uno indiferente donde numerosos islotes rocosos emergen del mar irregularmente como pecas en la piel, por todos lados. Crucé andando el puente entre Reiné y Hamnoy donde sube la carretera y baja en forma de cuerpo de gusano se curva y se ondula crece en altura y mengua hasta llegar a ras de suelo. En medio de pétreas montañas y cielos endemoniados que cambian de color según su antojo. Parecía ser la carretera la única entrada posible a un mundo de fábula. Y me preguntaba como siglos atrás los vikingos sobrevivían a aquellas largas y cortas travesías, en aquellos barcos por lugares donde aún no había tocado la mano del hombre.
En las horas que habían pasado había recorrido una distancia de apenas dos kilómetros los que separaban el pueblo de Reine de Hamnoy. Sentado desde una mesa de madera contemple un conjunto de cabañas que se exhiben pegadas al agua del fiordo enfrente de una gigantesca roca granítica. Era rugosa con forma de nariz y boca con esa figura de la piedra que parecía la cara deforme de un troll acostado. No había un plástico o basura por el suelo una mancha de aceite o gasóleo en el agua. Pequeños botes y otros barcos de mayor tamaño se adentraba por los fiordos para faenar en busca de los bancos de peces.
AUTO STOP EN LAS ISLAS LOFOTEN
Cuando reanudaba la marcha solía hacer autostop para trasladarse de pueblo en pueblo y aunque no era muy rápida la frecuencia con la que me encontraba con algún coche circulando por la carretera, cuando sucedía solían detenerse. Me recordaba a Nueva Zelanda por sus bellos escenarios. La facilidad de acercarse a ellos donde uno podía caminar con total seguridad, hacer dedo, subirse fácilmente a un coche el cual se detenía para recogerte, circular sin atascos cómodamente, bajarse del coche, detenerse en el borde de la carretera, tocar el agua, la arena de sus playas salvajes y solitarias. Unas rocosas con minerales marinos que moldean gruesos granos de arena, otras más amplias y finas con senderos naturales para caminar en forma de media luna. Caían al mar las montañas rodeando la playa cortando el oleaje y reduciendo el viento. Las casas de colores todo teñido de blanco entre la gris arena el verde del campo y el azul intenso del mar.
Ahora puedo comprender cómo se sienten en cierta manera privilegiados. Por estar en un país seguro de lejanía y silencio en paz absoluta con todas las comodidades de la vida moderna. Por vivir en una tierra bien cuidada con un sistema de bienestar envidiable disfrutando de sus pasiones y deportes al aire libre. Donde el ser humano se entrega al placer de vivir bajo el llanto de la naturaleza con los espíritus y las luces que giran alrededor de la tierra ingrávidos. Permanecí los tres días de mi estancia esperando por esa luz celestial pero no volvió hacer acto presencia.
TRANSBORDADOR MOSKENES
Aquella mañana que partí hacia Moskenes para coger el transbordador lo hice a pie con todo el tiempo del mundo. Solo unos pocos kilómetros de distancia me separaban. Hay llego un transbordador que abrió la parte delantera de su proa grande como la boca de una ballena para que subieran los coches. Enseguida cuando lo hicieron zarpamos. Se trataba de una nave fiable de menor tamaño que los grandes ferris. El barco inició la navegación pegado a los fiordos e hizo una parada en la isla de Sorland. Desde la cubierta miraba al fondo el muro de la montaña las aves emitiendo fuertes graznidos desde las alturas los diques de piedra y sus casas que eran como refugios en un remoto lugar.
FIORDO NARVIK
Después de la parada necesaria en Sorland con las aguas libres de hielo detuvo minutos después el capitán el barco en la isla de Rostlandet para recoger más pasajeros. Estábamos cerca de los pies del fiordo de Narvik. Aquella ensenada de mar que se adentra 78 kilómetros hasta su cabecera en tierra era el mismo espejo de agua que días atrás me encontré quieto y radiante cuando llegué por primera vez a Noruega viajando en tren desde Suecia. De modo que fue al instante en que me di cuenta que mi aventura por tierras boreales y de sueños árticos había terminado.
BODO
Tras unas tres horas de travesía dejando atrás las aguas árticas del mar de Noruega llegué a la ciudad de Bodo. Un puerto más grande me dio la bienvenida donde ya divisé bloques de edificios altos y apartamentos, por detrás las montañas seguían imponiendo su talla gruesa como era de costumbre.
De nuevo pisaba tierra si bien no vi nada de la ciudad de Bodo ni me detuve a conocerla tampoco prometía buen tiempo. En vista que la poca presencia de la gente era fría y distante con el día nublado y feo solo buscaba un bar abierto donde poder entrar a comer algo. Fue en uno que repuse las fuerzas con un trozo de pizza. Allí pregunté por la terminal de trenes que estaba ubicada a unos pocos pasos en el mismo centro.
TROMDHEIM OSLO EN TREN
Cuando llegué me subí al vagón en la línea diurna de Nordland que recorre en diez horas los 729 km hasta Trondheim. Aún quedaban unas seis horas hasta la puesta de sol ya estaba viajando abriéndose el camino más hacia el interior en un paisaje alpino con bosques verdes de pinos entre cascadas de agua y puertos de montaña. Afuera todo seguía como siempre en calma quieto en un estado latente de insomnio a través de pintorescos pueblos en la vía férrea pegada a la orilla de los mansos lagos. Ya comprendía mejor después de unos días el profundo amor de los noruegos por su naturaleza. Por suerte ya me había acostumbrado aquellos paisajes así que podía descansar tranquilamente. La otra mitad de trayecto desde Trondheim hasta Oslo la capital del país lo hice de noche
OSLO
Como mi estancia fue muy corta al llegar en la mañana después de localizar mi hostel y descansar unas horas salí a dar una vuelta por el área de Aker Brygge. En el muelle junto al mar me detuve un rato en uno de los bancos escalonados de madera. Entonces me fijaba en sus linternas alumbrando a la orilla del fiordo de Oslo. De primer contacto la imagen que me dio fue la de estar en un lugar muy cuidado y seguro. Detrás de mí esparcidas por todo el paseo encontraba tumbonas vacías y mesas para sentarse. El día estaba demasiado tranquilo como para que cambiara. Ni mucho sol ni mucho frío. Durante mi recorrido crucé por puentes peatonales entre canales de agua que daban a pequeñas plazas. Era notable visto desde mi perspectiva en la calle que estaba paseando por una lujosa zona residencial. Rodeado de torres de cristal que se conectaban en lo alto a través de pasarelas de vidrio observaba los edificios que tenían una arquitectura estrambótica moderna y vanguardista con terminaciones en pico y forma de trapecio, otros de líneas curvas cuadradas y con figuras redondas por el medio.