En Chichiriviche fuimos al muelle con la intención de viajar hacia los Cayos cercanos. La noche pasada había sido terrible pero el nuevo día pintaba diferente. La actitud de Vera también era positiva y el cambio de lugar nos había devuelto la luz del sol las ganas de seguir adelante. Nuestra dieta diaria consistía en latas de sardinas y atún un bote de mayonesa una bolsa de patatas fritas y pan de sándwiches.
Las familias iban a la playa con las neveras cargadas de bebida, comida, sillas, sombrillas y flotadores, todo tipo de artilugios playeros. Compramos una nevera en la tienda y cargamos nuestras provisiones con mucho hielo para poner rumbo en lancha a Cayo Sal, Cayo Muerto, Cayo Sombrero y Cayo Pelón.
Sus playas rodeadas de vegetación y palmeras son cálidas y poco profundas con aguas cristalinas de color azul celeste y arena blanca. Aquel día todo había cambiado porque a Vera le encanta hacer snorkel y se pasó margullando felizmente en el agua todo el día. De todos modos no sé bien por qué yo seguía pensando que hasta allí había durado la aventura para ella.