Desde San Carlos llegué a la Pedrera de nuevo y en la estación pregunté por la Casa De La Luna. Comencé la marcha de kilómetro y medio con la vista al frente hasta que un cartel me señalo la entrada.
En el día cuando bajaba al pueblo podía ver las tiendas que funcionaban como tal y de noche se transforman en boliches para beber unos traguitos como lo hacía aquella tienda de surf. Yo me pegaba mis caminatas por entre las dunas y de noche cuando regresaba a la Casa De La luna me perdía por el camino pero enseguida preguntando uno llegaba.