Habiendo recorrido 50 kilómetros desde nuestra salida de cabo polonio llegamos a Punta del Diablo en el kilómetros 298 de la ruta 9. Un pueblo de pescadores donde definitivamente nos instalamos.
Vi como el rostro de Mariajose irradio felicidad.
-De aquí no nos movemos. Dijo ella al ver la nueva cabaña.
-Bueno, yo lo que quería era que no gastaras tanto dinero. Le dije
-Lo único que te pido es algo con todo lo necesario para descansar por lo demás me da todo igual. Tu no te preocupes por eso.
Enseguida dejamos el coche aparcado frente a un bosquecillo de eucaliptos y pinos donde comenzamos a caminar por las dunas de arena hacia la playa de los pescadores en el centro. Cuando llegamos a la playa estaba llena de botes de pesca artesanal y de uno de ellos se bajó un hombre con cabello y barba blanca que llevaba puestas unas gafas de sol. En su rostro afilado se veían cortes provocados por el canto de alguna roca y en el dedo de su mano una herida abierta de haberse clavado un anzuelo.
A mi me gustaría comer esos peces que traés en la mano, ¿son recién pescados del día? Preguntó Mariajose.
El hombre sonrió primero intentando venderle algún pez pero Mariajose dijo que volvería otro día pues realmente lo que le apetecía era beber una cerveza.
Te has fijado en el perro que está al lado nuestro en la mesa ni se mueve.
-Pero que yo sepa tú no los puedes ver. Que raro que no te hayas quejado al dueño.
-Ya, pero aquí son diferentes. Miralo que guapo no molesta ni ladra ni te pone los pies encima para pedir comida ni nada. Parece amigo de todos.
¡Mariajose! No será que estás ya contenta. Le dije.
Entonces estaba Mariajose viviendo las vacaciones que le gustaban levantándose todas las mañanas cuando le daba la gana sin prisa de ir a ningún lado.
A cada día que pasaba se le iba haciendo todo más hogareño pues se detenía a hablar con la gente cuando iba a comprar a la tienda del supermercado como si la conociera de toda la vida. Al final pasamos una semana en punta del diablo y después regresamos a Montevideo.