PRISIONERO DEL GOBIERNO DE GHANA
De Tema a Lomé capital de Togo solo hay ciento cincuenta kilómetros dos horas y media de viaje por la carretera de la costa del Golfo de Guinea. El verdor de los árboles era una silueta que nos acompañaba y los buñuelos fritos de plátano maduro nos valieron de tentempié para comenzar el día. En general íbamos tranquilos alejados del ruido de las urbes. Sin embargo cuando estábamos a punto de salir de Ghana la policía nos paró y después de pedirnos los papeles nos increparon diciendo:
—No tienen ustedes los papeles en regla. ¡Bájense del coche! –nos dijo uno de los oficiales.
—Todo está en orden –respondió Boudry–. Sino nos hubieran dejado entrar en el país. Llame a sus compañeros de la frontera no es problema mío si ustedes no saben hacer su trabajo. Además no pienso pagar ni un dólar.
El policía quiso asustar a Boudry mandandolo bajarse del coche hacia la caseta y Boudry le respondió haciendo teatro arrodillándose en el medio de la carretera con los brazos en alto gritando a canto pelado como un loco poseído:
—¡Soy prisionero del gobierno de Ghana! ¡Soy prisionero del gobierno de Ghana!
Mientras tanto yo hacía un gran esfuerzo por contener la risa aunque los oficiales parecían tomárselo todo muy en serio y hasta con algo de temor. Boudry se levantó del suelo siguió hacia la caseta y de nuevo cuando estaba a punto de llegar volvió hacer teatro levantando sus manos y gritando:
—¡Soy prisionero del gobierno de Ghana! ¡Soy prisionero del gobierno de Ghana!
Una vez dentro de la caseta la policía siguió amenazando y Boudry continuó en su actuación:
—Agua por favor –dijo Boudry–. Llevo aquí sentado casi media hora y tengo sed. ¡Soy prisionero, soy prisionero!
La policía lo amenazó con llevarlo preso. Sin embargo Boudry les respondió diciendo.
—Si me quedo aquí me van a pagar el hotel la comida la cena todo. Mañana iremos a juicio y llamaré a mi abogado. Iremos a donde queráis pero no pienso pagar nada porque todo está en regla. además no tengo prisa porque vivo aquí en África hace siete años. Estuve veinte días esperando por el coche en Tema así que un día más no me importa. ¡Soy prisionero, soy prisionero pónganme las esposas!
El oficial le ofreció agua y ni se inmuto con las acciones de Boudry. Yo miré disimuladamente a mi amigo y le pregunté:
—¿Vamos a pasar aquí la noche?
—¡Tranquilo! Todo esto forma parte de un juego. Bebe un poco de agua Wale y Relájate.
Estuvimos sentados un largo tiempo en la oficina esperando una respuesta de la policía. Al final todo se arregló. Boudry finalmente tuvo que pagar un soborno con una pequeña cantidad de dinero en moneda local para luego subir de nuevo al coche en dirección a la frontera de Togo.
FRONTERA GHANA TOGO
Hacía un mes que viajaba con Boudry. Un presumible viaje de negocios de cinco días estipulados se convirtió en un mes. Cada día resultaba una aventura sobre ruedas de Burkina a Ghana y de vuelta a Togo para regresar otra vez a Burkina. Boudry tenía tanta energía que no podía estar quieto ni un segundo. Cuando llegamos a la frontera de nuevo apareció el bullicio característico de estos lugares con mucho tránsito a un lado y a otro. Boudry aparcó el coche y nos bajamos para hacer los trámites y cambiamos dinero. Una gran puerta con una estrella arriba resaltaba a la vista y delimita el paso de Ghana a Togo. Las aceras son anchas de espacio abierto, las casas sólidas construidas de ladrillo con planta baja y tejados rojizos a dos aguas. Aquel tramo a pesar de ser un límite territorial no se veía del todo mal pues resultó ser un lugar con mucha vida y comercio.
REGRESO A TOGO
Yo regresaba a Togo por segunda vez pero a diferencia de la vez pasada que entré por el norte es decir, por la región Somba desde Benín entonces entraba por el sur desde Ghana. Una llanura costera salpicada de palmeras y manglares entre lagunas pantanosas de los ríos aparecía ante mis ojos.
lOME
Cuando llegamos a la ciudad de Lomé lo primero que aprecié fue su extensa playa tropical con cocoteros con un día parcialmente nublado y caliente. La gente vestía tejidos coloridos y la mirada de los comerciantes era profunda con firmes creencias animistas. El agua estaba picada y algo sucia con residuos. A medida que nos aproximamos pudimos ver las barcas de los pescadores que se agrupaban una tras otra levantando el pico sobre la arena. Seguimos por la carretera bordeando la costanera hasta que Boudry se salió de la vía principal para llevar de nuevo el coche al garaje a cambiar las ruedas que estaban ya medio reventadas. No era de extrañar que rápidamente nos encontrarnos inmersos en una ciudad africana donde de repente la población se multiplicaba y todo se volvía más activo. En las calles de barro sin señalización los coches y las motos se contaban por doquier, en los mercados de fetiches donde colgaban pieles de cocodrilo y cabezas de animales muertos se curaban enfermedades y se hacían estafas a los turistas. Mujeres de negocios conducían Mercedes Benz. Eran muchas las que vendían tejido estampado por las calles de Lomé. Íbamos camino del taller abriéndonos paso entre la multitud y fue al llegar cuando nos dieron otra mala noticia, el carro perdía aceite no llevaba los rodamientos ni había repuestos para las llantas y eso que sólo un día atrás había salido del otro taller. Boudry no podía creerlo se puso las manos en la cabeza y se lamentó de haber cambiado todo el motor en África porque según él le iba a salir más caro que haber comprado otro vehículo de segunda mano en buen estado y traerlo de Europa en barco. Mientras esperábamos el cambio de neumáticos le hice una pregunta a mi amigo:
—¿Hablas francés?
—Sí. En esta parte de África es el idioma oficial –contestó.
—Creo que podrías enseñarme algunas palabras.
—¿Para qué quieres aprender francés? –me dijo Boudry.
—Me ayudará a defendedme mejor –le respondí.
—¿Hablabas afgano cuando viajaste a Afganistán? –me preguntó Boudry
—No la verdad es que no –le contesté.
–Entonces tampoco te hace falta aprender francés. No me hagas perder el tiempo puedes comunicarte con señas. Así estarás entretenido o si no puedes ir a Wale de vuelta con Sandra, tu amor.
UN HOGAR EN TSÉVIE
Boudry había vivido años atrás en una casa de alquiler en un pueblo cercano llamado Tsévié situado a unos kilómetros de Lomé. Según le cambiaron las ruedas al carro nos fuimos en aquella dirección. Pasando las lagunas y su llanura costera el relieve seguía siendo llano y manso. Siguiendo por carretera el Boulevar Eyadena en media hora estábamos en Tsévié. Pensé que íbamos a un hotel pero cuando llegamos Boudry tocó el claxon y salieron de un caserón tres chicas que se alegraron de verlo. Fue una gran sorpresa para ellas y para mí. Estaban con una niña que era la hija de una de las tres jóvenes que salieron a recibirnos y corría hacia el coche para abrazar a Boudry. Fue al instante cuando él me dijo que era la casa donde había vivido años atrás, aunque ahora era un hospital.
—¡Un hospital! No entiendo –dije.
—Llámalo lugar de acogida. Eso creo que es ahora –contestó–. Ten mucho cuidado con las chicas me da que todas están enfermas de sida y necesitan tratamiento. Vinieron a vivir a la casa cuando yo la dejé. De todos modos sigo pagando el alquiler para ellas. Estás ante otra cara de África y una realidad. Son buenas chicas verás. Entra en la casa seguro hay un cuarto para ti.
Con la niña jugaba a cantar Le petite prince. No podía evitar sentirme conmovido al saber que ella padecía una grave enfermedad. Sin embargo veía sus trencitas llenas de colores y de alguna forma todo era superado por medio del amor, y aunque la chica que la cuidaba no era su mamá la acariciaba tiernamente y la llamaba para rodearla con sus brazos. Cuando era pequeño e iba al campo a la finca con mis abuelos solía creer que unos pequeños insectos voladores de colores que se posaban en mi mano eran angelitos así me acostaba muchos días soñando con ellos después de que mi abuela me decía con dulzura. “Que sueñes con los angelitos”. Cuando la niña me perseguía por toda la casa tarareando la letra de la canción en francés volví a creer que los ángeles existían pues la niña era todo pureza e inocencia. En pocos minutos había visto que la vida interior de la casa era una unidad regida por el amor, ese amor desbordante que también percibí a lo largo de mi viaje por África un continente lleno de sufrimiento y de dolor que desgarra pero que te penetra por dentro como un rayo sin tapujos tal como es lleno de luz de color y de vida. Entonces escuché la voz de Boudry.
—Wale, la comida esta lista.
REGIÓN CENTRAL DE TOGO
Dejando atrás la región marítima, nos íbamos adentrando en el interior por la regíon del altiplano donde el terreno se elevaba suavemente. Era una tierra fértil que se prolongaba con plantaciones de cacao y de café. La relación con Boudry cada vez se hacía más íntima y fraterna como si fuéramos colegas de toda la vida. Habiendo nacido en Bélgica y sabiendo de ese carácter Nórdico más frío en cuanto a sus bromas me parecía más un hombre del mediterráneo por eso existía un respeto mutuo entre los dos. Me costaba que podíamos viajar juntos a cualquier otra región del mundo.
En el centro del país el territorio ganaba en altura con sus pequeñas colinas. Atravesamos un área despoblada o una amplia meseta en la cual a medida que avanzamos nos íbamos encontrando con puestos de mandioca y maíz de leña y también de carbón vegetal al borde de la carretera. Boudry decía que el carbón lo usaban cada vez más para uso doméstico y que la mayoría vivían de la agricultura comercial de subsistencia.
BAFILO
Al pasar por el pueblo de Bafilo era curioso observar cómo los hombres tejían en pequeños talleres ejerciendo el oficio tradicional. A pesar del arreglo la rueda del coche seguía desajustada. Afortunadamente logramos llegar a la ciudad de Kara capital de la región y no tuvimos inconveniente en la carretera.
CAMBIO DE RUEDA EN KARA
Lentamente ingresamos por la vía principal en la que parecía haber un ambiente agradable con gente sentada en terrazas al aire libre. Más adelante nos desviamos por una calle de tierra que estaba más bien muerta en donde nos hospedamos en un hotel de tres plantas cuyas habitaciones daban a un balcón que miraba a la calle. Boudry llamó entonces a otro mecánico que vino con las herramientas en una mochila para reparar la rueda que desmontó en el mismo callejón del hotel donde teníamos aparcado nuestro coche y allí la volvió a colocar.
CAMPAÑA ANTI SIDA EN KARA
La música de los bares no paraba de sonar y los militares llegaban para divertirse. Fue tomando unas cervezas en una terraza que escuchamos una música a todo volumen y Boudry dijo que entre entre letra y letra siempre había una cuña de campaña anti-sida. No sé si hablaba en serio o en broma pero después me dijo:
—Ves aquella casa que tienes enfrente pues es un mísero prostíbulo. Con un billete te sobra para subir unas cuantas veces. Fíjate cómo entran y salen constantemente. Tras entrar saldrás muy seguramente con el VIH.
Resultaba difícil creer lo mal que está el mundo viendo cómo las personas acuden desesperadas a colmar su deseo y a qué precio las mujeres se vendían por una miseria. No me pasaba por la cabeza levantarme de la mesa e ir a ver lo que pasaba allí. Me aterrorizaba pensar que detrás de esas puertas y ventanas estaba la vida de esas jóvenes esclavizadas víctimas del tráfico sexual de la violencia trata o abandono y un sin fin de historias difíciles de imaginar. Volví la mirada a la mesa y preferí no hablar más con Boudry del tema mientras una música de ritmos africanos comenzó a sonar. La amistad com Boudry la oscura realidad tras las puertas del prostíbulo y la vuelta al sonido tribal de la música me hizo inferir que en África lo más sútil difícil y oscuro se entreteje. Cada persona en un mismo espacio y diferente contexto en lo que son dos mundos en total cotidianidad. El sufrimiento y la alegría de vivir todo visto desde una mesa delante de mí.
VIAJANDO POR TOGO
Aquella nueva mañana hablando con mi amigo dentro del coche las horas pasaban fugaces. Recorríamos la carretera hacia el norte cuando Boudry habló:
—¿Recuerdas Wale cuando me preguntaste en Tema por el coche cuando apenas llevaba tres días en el taller?
—Sí claro cómo olvidarlo fueron Los tres días más largos de la historia. –le dije con una carcajada.
—Creo que ahora entiendas mejor que aquí el tiempo no existe como uno lo conoce en Europa mirando las agujas de un reloj sino que se vive cada dia y es impredecible. Creo que ya sabes a qué me refiero. Hecha una mirada hacia atrás hacia aquellos días frenéticos de espera que vivimos en Tema. De otra manera más clara. En África hacer la pregunta en el taller de cuándo llegará el motor es absurda. Te contestarán cuando llegué anulando así toda preocupación existente. No existe el tiempo como tal. En cambio para un Europeo la percepción es diferente puesto que lo más normal es que el empleado del taller entre en un programa de ordenador para decirte que está en camino el motor y que todo va dentro del plazo estipulado. Para ser exacto te podrá decir la hora de la mañana y el día que va llegar al taller para así uno marcar la fecha en el calendario y ser dependiente en el tiempo.
Para mí era difícil asimilar al comienzo experiencias tan complejas ya que apenas vivía fragmentos de una realidad entrevista pero lo que estaba claro en África como en el resto del mundo hay gente buena y lo veía en las mujeres que trabajan sin descanso en la voz de una niña que canta como los ángeles o en el compañero de asiento de autobús que te invita a dormir a su casa. Siempre había alguien dispuesto a escucharte a aceptarte tal como eres.
CINKASE
Una llanura de sabana con montes verdes rocas y palmeras era nuestro horizonte a las once de la mañana. Nos encontrábamos al norte del país en la región de las sábanas la más septentrional de Togo cuando enseguida reconocí Cinkase localidad ubicada entre la frontera de Togo y Burkina Faso. Si bien ya había estado por allí un mes atrás entonces era diferente porque era otro momento y viajaba acompañado con Boudry. Lo que me pareció es que todo estaba más en orden cuando me baje delante del mismo edificio de aduanas. Una vez hice los trámites con mi pasaporte en regla esperé sentado dentro del vehículo a mi compañero mientras él hacía todos los papeles de su coche. Era muy diferente viajar con aquellas comodidades a como yo lo hacía. No quedaba tirado en la carretera ni tenía que arreglármelas para seguir mi camino como pudiera. Aunque con Boudry empezaba a viajar más cómodamente no podía olvidar la gracia que dejaban los momentos difíciles el frío que me reventaba los labios mientras esperaba un transporte que nunca salía en el Tibet, los sonidos de la selva en la noche cuando mi espalda crujía entre palos de madera en Borneo, la sensación de ser devorado por la verde humedad del Amazonas, el miedo de levantarme cada día con la incertidumbre de ser asesinado secuestrado en Afganistán, el balanceo en una hamaca colgada de un árbol, el silencio del desierto en las noches estrelladas o el calor de una hoguera debajo de un puente. Eran tantas experiencias las que se me iban presentando en el camino que nada tenía que ver con dejadme seducir por la comodidad de viajar con Boudry ya que era en las adversidades donde uno termina conociéndose mejor. Viajar con Boudry significaba dejarme llevar cosa que no estaba mal pues todas las experiencias eran insólitas y profundas aunque con el placer de la comodidad empezaba a extrañar mi capacidad de decidir y asumir lo que quisiera hacer.