Pasaron dos meses de aventura por tierra y mar hasta llegar a Timor Oriental. De primera mano me llevé una sorpresa al darme cuenta de que todos hablaban portugués, lengua oficial de esta excolonia que, tras largos años de guerra e inestabilidad, desde su independencia en 2002, y tras la separación de Indonesia, es hoy el país más joven de Asia. En consecuencia, podía ver que apenas había infraestructura: circulaba en una combi por las calles destapadas, de una carretera que se estaba construyendo, abriéndose paso entre la verde vegetación. Todo el camino hacia Dili, la capital, estaba en obra. Mientras avanzaba pude ver villas tradicionales con sus pequeñas casas de madera, construidas sobre pilotes, y con techos alargados de paja.
No me encontré una ciudad turística a mi llegada, aunque sí muchos estamentos relacionados con la cooperación y el desarrollo. Paseando por la costanera escuchaba la inocente voz de los niños chapoteando en el mar. El tiempo de descanso en Dili me dio para pensar en mi próximo destino: Oceanía. Estando tan cerca de aquel continente sentí que debía visitarlo. No tenía ni idea de dónde sería mi billete de regreso a España. Lo único que sabía era que el viaje debía continuar y que mi próximo destino sería Australia. No podía parar. Viajar era mi vida. Con la certeza de recibir mensualmente la pensión me quedaba la libertad de serle fiel a mi incierto destino.