Una gran meseta de prados con relieve suave se prolongó durante muchas horas. Dentro del bus parecía verse todo de la misma manera. El problema era que mi asiento estaba roto sin reposacabezas ni brazos y bloqueado en una posición reclinada que no me dejaba ninguna otra alternativa para estar cómodo. El bus iba lleno de gente Heber seguía sin abrir la boca enganchado a una película en su Tablet hasta que dejó de serle útil cuando se le acabó la batería. Las refrescantes montañas de Uganda y Ruanda se habían esfumado de nuestra vista para dar paso a las amplias llanuras de Tanzania en las que no veía principio ni fin. El aire que anteriormente llegaba fresco entonces ardía y era imposible acortar las horas. Llevábamos en ruta desde el amanecer y no nos habíamos detenido. Pensaba que al igual que yo Heber también estaría sufriendo lo suyo en aquel viaje de larga distancia pero los dos seguimos apoyándonos en consenso tomando aquel pesado trayecto con resignación. Cuando la luz del día se fue escondiéndose tras la sombra de alguna acacia Heber habló cuando estábamos cruzando de noche por la ciudad de Dodoma:
—Hay otra África y tal vez deberíamos empezar a salvar las distancias en avión.
—Sí claro que hay otra África. Precisamente venimos de ella –le contesté–.
Uno puede haber estado de safari en la reserva del Masái Mara del Serengueti y decir que ha vivido el África alojandose en Logse privados con todas las comodidades y lujos. Uno no ha conocido África si no ha viajado en autobuses destartalados sino ha tragado polvo o ha transpirado sudor ajeno, sino ha pasado ganas de un buen plato de comida lamentado no tener agua para ducharse o haber estado en pueblos cuyo nombre no recuerda. Tantas veces me he puesto a prueba en esto de los viajes y sigo sin tener respuesta. No sabe el viajero en muchos casos adónde se dirige ese día ni por qué lo hace. Sin embargo lo hace y ese esfuerzo por superar el bache le hace crecer. Pasamos la noche dentro del bus y al día siguiente,transcurridas desde nuestra salida de Kigali treinta horas de viaje llegamos a Dar es Salam.
HOTEL A LAS AFUERAS DE DAR ES SALAM
Otra vez nos encontramos desubicados pues llegamos agotados y al bajarnos del bus el desorden propio de estas ciudades volvió hacer presencia y se apoderó de nosotros. De repente estábamos en medio de la carretera por donde llegaba una línea de transporte interurbano con las mochilas entre los pies pensando qué hacer. Lo mismo daba mirar a un lado que a otro. Asomaba un tráfico horrible y un aire enfermizo a primera hora de la mañana. El lugar no era más que un área abierta donde todo confluye hacia la vía general. Afortunadamente vimos que bastante cerca asomaban a lo alto hoteles que nos iluminaron los ojos y nos fuimos en busca de uno. Una vez cruzamos la vía comenzamos a caminar por entre las calles de lo que era un típico barrio de tránsito cerca de la explanada de transporte con disponibilidad de alojamiento restaurantes locales y puestos ambulantes de comida. Afortunadamente encontramos hotel fácil y reservamos dos noches en una habitación independiente para Heber y otra para mí. Los precios eran más baratos por ser a las afueras. El día lo pasamos descansando. Estábamos realmente exhaustos.
DAR ES SALAM
Dar es Salam era la capital financiera y económica de Tanzania. Habíamos bajado al centro tan solo para hacer una visita rápida de un día a esta gran urbe en la costa del Océano Índico. Al comienzo tuve la impresión de encontrarme a mi llegada con una ciudad parecida a Nairobi. Una urbe industrial e insípida con una confusa concentración de edificios donde fácilmente podía uno perderse. Por otro lado cierta herencia colonial de la antigua soberanía alemana se podía ver aún en construcciones como la iglesia luterana Azania y la catedral anglicana Saint Josephs. El día caluroso parecía demasiado bonito como para no aprovecharlo así que siguiendo los pasos de Heber llegamos a una calle con muchos vendedores ambulantes en un ambiente que recordaba la India. En aquel momento algo que me resultó familiar. En la calle una mujer limpiaba grandes ollas y sartenes en donde cocinaban arroz biryani pan dosa naan y chapati y vendían frutos secos anacardos con semillas. Por la ciudad también circulaban los Rickshaw de tres ruedas típicos de Asia. La atmósfera que se respiraba era una mezcla de culturas y en todas las calles era normal encontrar sabores diferentes. Heber y yo nos detuvimos a comer una brocheta de kebab con verduras asada a la parrilla. Allí por ejemplo los trabajadores y propietarios eran en su mayoría inmigrantes de Oriente Medio y el subcontinente indio. Las oraciones salían de las mezquitas y los templos hindúes y las letras chinas podían verse por todo el trazado urbano de la ciudad en los letreros de grandes edificios motos minibuses y coches. En Dar es Salam la inversión del gigante asiático estaba presente. A diferencia de Etiopía y su marcado carácter cristiano en Tanzania se notaba la diversidad de costumbres y lenguas. Entre tanta mezcla cultural era difícil encontrar el tono particular de la ciudad. Parecía incluso pertenecer más a Medio Oriente o a la India que a la misma África. Aun así la vivacidad de las mujeres africanas saltaba por cualquier esquina en las estampadas telas de sus vestidos y en sus formas de caminar con vigor luciendo ligeramente hacia arriba en los labios una alegre comisura, en medio del caos entre el calor y la humedad del asfalto entre la mugre brotaba la belleza natural.
EMBAJADA ZAMBIA Y VISA DE ENTRADA AL PAÍS
Antes de marcharnos de la ciudad cayendo ya la tarde fuimos a la embajada de Zambia pues queríamos información para sacar la visa y entrar al país. Había un guardia de seguridad que parecía de procedencia hindú que en la puerta que nos negó la entrada pues nadie trabajaba aquel día para él ni existía teléfono de contacto alguno. Le rogamos pero fue inútil. Unas calles más adelante pidiendo información por la calle dimos con el número de la embajada de Zambia. Heber llamó y le contestaron pues estaba abierta la embajada. Heber quiso regresar para darse el gusto de decirle algo aquel hombre y una vez tenía el número apuntado regresamos. Cuando llegó Heber le puso al guardia de seguridad el papel con el teléfono de la embajada frente a sus narices en la verja de entrada y le dijo:
La vida es como una rueda de causa y efecto: si haces acciones buenas regresarán a ti pero si por el contrario haces acciones malas también algún día caerán sobre ti » EL Karma». Aquí tienes el teléfono por si alguna otra persona te viene a preguntar puesto que acabo de llamar a tu embajada y hoy permanece abierta en horario de visitas. Acto seguido fue el guardia quién cogió enojado el papel que Heber le dio para después tirarlo al suelo. No pudimos entrar pero tampoco fue necesario pues nos habían notificado por teléfono la embajada de Zambia que viajando en tren la visa se tramitaba dentro del mismo compartimento. Por eso para ahorrar trámites fuimos directo a reservar los billetes.
EN FERRIE A LA ISLA DE LAS ESPECIES
El puerto de Dar es Salaam principal de África Oriental conecta la isla con el continente a través de una amplia red de ferris. Había mucho movimiento de carga y descarga aquel día y muchos europeos llegaban a descansar tras los días de safari. Reservamos asientos en el ferry y subimos a bordo.
—¿Te has fijado? –dijo Heber.
—¿Qué pasa? ¿Nos hundimos? –dije con sorna.
—Fíjate que todas las mujeres permanecen tiradas por el suelo y los sillones vacíos. No seremos nosotros quienes cambien sus costumbres.
—¡Para nada! Eso es cierto. Creo que yo también me voy a tirar al suelo para dormir la siesta.
Allí sentadas conversaban ajenas a todo como si el tiempo para ellas transcurre diferente. Yo estaba ansioso de llegar a Unguja la llamada isla Zanzibar a la vez que miraba a las mujeres que se vestían y cubrían la cabeza con telas multicolores. Las dos horas de viaje pasaron rápido y cuando nos acercamos a la antes llamada “Isla de las Especies” la luz del sol daba consistencia a las mohosas paredes de la ciudad de piedra desde donde asoma la torre de la mezquita antiguos fuertes palacios e iglesias en una espiral de tejados de chapa oxidados mirando al mar. El contorno de la ciudad desde el barco le daba un aspecto lúgubre aún así algo tenía que me seducía. A medida que desembarcamos el día se volvió jolgorio con los críos agrupados bañándose en los escalones que daban al mar mostrando sus sonrisas entre los moluscos que se pegaban a las rocas.
CIUDAD VIEJA DE STONE TOWN ZANZIBAR
Todo parecía perderse en un laberinto de callejuelas estrechas donde las casas deterioradas destacaban por sus grandes portones de madera con preciosos relieves y tallas. Sus incrustaciones con clavos y picaportes de cobre tenían una influencia islámica árabe e hindú. Por las calles las personas se sentaban en sillas a tejer afuera de las casas y vendían pan envuelto en periódico y artesanías. En cada rincón ofrecían té y café entre el bullicio de la gente y un abanico de aromas y colores. Las fachadas de cal se veían deterioradas y azotadas por el tiempo con las ventanas que permanecían abiertas de par en par y los gatos y las cabras andando a sus anchas. La ciudad en sí iba cobrando nueva vida a cada paso y la mezcla de culturas me hacía sentir en un zoco árabe.
PLAYA DE PAGE ZANZIBAR
Un dala-dala como llaman a las furgonetas en Zanzíbar nos trasladó a la playa de Page en la Costa Sureste. De camino hacia el interior íbamos haciendo paradas donde asomaban vertederos con toneladas de basura que contrastaba con la luz aún difusa que se filtraba por los cristales clareando el día. Entre cocoteros plantaciones de especies y bosques húmedos que se mezclaban con los manglares llegamos a la línea costera y nos bajamos cerca de la playa para seguir a pie unos minutos. De camino el sol dejo caer sus rayos sobre la blanca arena y al rato se volvió rojizo dando a todo el ámbito una apariencia idílica y encantadora. Allí mismo a pie de playa fue que nos hospedamos en una casa de piedra que tenía dos habitaciones básicas.
AINORA Y SONIA ZANZIBAR
Ainara y Sonia eran nuestras nuevas vecinas. Ainara era una colombiana que por su voz parecía ser una chica muy tranquila. Por el contrario Sonia su amiga española era extrovertida y le gustaba mucho hablar. Hacían un buen equipo y después de haber viajado un tiempo juntas por Asia entonces llevaban medio año recorriendo África. Estaban con la idea de ir a descansar a Barcelona una temporada y salir a conocer el continente americano. Al igual que Heber y yo se caracterizaban por tener una necesidad constante de viajar. La relación con ellas era buena y nuestras charlas se prolongaban en aquel lugar donde pasamos días de sol y descanso. Normalmente ellas iban por un lado y nosotros por otro, pero sin hacer planes solíamos vernos en la mañana temprana o pasada la tarde cuando nos relajábamos en el porche delante de nuestra casa. Era Page una playa tranquila y segura donde se respiraba un ambiente juvenil de gente que solía acudir todo el año para practicar Kitesurf.
VIDA LOCAL EN ZANZIBAR
En primera línea a lo largo de kilómetros de costa se asentaban pequeños hoteles casas de hospedaje y bungaló para los turistas. Era imposible no dejarse llevar por el placer de caminar. Nuestros paseos se prolongaban entre cometas que volaban en el cielo y una brisa constante. Pero dando la espalda a la playa perdiéndonos por los caminos del interior de la isla la vida local del pueblo estaba íntimamente relacionada con su entorno natural: la arena, el mar y la luz del sol. Heber y yo nos cruzábamos con pequeños poblados donde aparecían viejas casas de piedra coralina con techos de hoja seca de palma cuya única energía era la del sol. Los niños jugaban con artilugios caseros y las niñas también lo hacían. En los huecos sin techo al aire libre colgaban la ropa a secar. De repente Heber me habló:
—Dime ¿alguna vez has visto una forma de vida así de paradisiaca? No me la imaginaba así en esta isla..
—Pues la verdad es que sí en Filipinas. Lo viví en mi propia piel con una familia con la que pasé una temporada –respondí.
—Claro ¿y qué te parece?
—Veo una vida muy parsimoniosa y todos libres e iguales. Si no fuera todo tan básico y pobre sería la mejor vida para alguien como nosotros pero como debes saberlo estamos también acostumbrados de vez en cuando a las comodidades –le contesté.
—En verdad seguro que es así como lo ves.
—Hombre ¿pues qué te puedo decir? No estoy dentro de la mente de ellos pero puedes ver sus sonrisas siempre abiertas diciendo “Hakuna Matata” no hay problema o pura vida como dirían en Costa Rica.
Estábamos muertos de la sed así que fuimos a tomar algo y ya en la noche regresamos al hotel. Me acosté preguntándome si aquella gente estaría feliz con su forma de vida de lo cual estaba casi seguro y pensaba en que sería posible llevar una vida así entre la arena y el mar con ese ritmo de vida pausado donde no es una prioridad comprarse ropa o calzado. Sin embargo era imposible pensar en detenedme puesto que el viaje continuaba y mi vida se encaminaba a no quedarme en un lugar para siempre.
PLAYA NUNGWI ZANZIBAR
A la mañana siguiente Heber y yo junto con Sonia y Ainara cogimos un dala-dala y visitamos Nungwi la playa más popular al Norte de la isla donde estaban instalados los hoteles más lujosos. Heber nunca llevaba la ropa sucia ni arrugada. Solía usar camisas de manga larga y pantalón vaquero, creo que esa era la única influencia que le quedaba de su vida pasada pero aquel día se puso sus bermudas la gorra una camisa blanca y los playeros. Al llegar a la playa pudimos ver restaurantes con música y una vida animada. Tomamos unas cervezas bailamos un poco y nos pegamos un baño. Justo detrás de aquellos grandes complejos turísticos asomaba otra villa marinera con sus típicas viviendas diseminadas por la arena. Los nativos vivían del turismo las artesanías y la pesca. Secaban el pescado al sol y extendían sus redes por la playa mientras andaban las vacas sueltas por la arena. Las mezclas de la cultura árabe y de los pueblos africanos de esa región dieron como origen a la lengua y al pueblo swahili y es que viendo sus embarcaciones podía hacerse uno la idea de cómo llegaron antiguamente los comerciantes del golfo pérsico. Navegando sobre ese mar diáfano se podían contemplar a los dhow embarcaciones de origen árabe con mástil triangular y una vela blanca que inmortaliza el día cuando el cielo se incendiaba en las tardes sobre las aguas azul turquesa del archipiélago de Zanzíbar. Aquella fusión entre ambos mundos se apreciaba en el carácter tranquilo y afable de la gente y en su música poética aderezada con melodías de estilo árabe que cantaba con alegría un anciano talludito más flaco que yo que se acercaba a la playa con su barquito. Se mezclaba el sonido chillout- House de la música del bar y mostraba aquel hombre pescador reminiscencia con los descendientes árabes cuando Zanzibar perteneció al sultanato Omán. Luego de pasar un día de sol fue cayendo la tarde. Sonia Ainora Heber y yo regresamos a Page a descansar.
PLAYA JAMBIAGUI ZANZIBAR
La luz de un nuevo día me animaba a salir a pasear en la mañana. A veces me gustaba hacerlo solo y entonces echaba andar por la playa, era tan larga que a medida que la recorría lo único que cambiaba según la zona era su nombre. Me alejaba caminando hasta que me cansaba de hacerlo. Cuando la marea bajaba surgía un inmenso arenal. Visto desde donde me encontraba el mar parecía cercado por el arrecife de coral. En Jambiani al sur se formaba una amplia laguna tan lisa y pulida como un salar y cuando la marea subía lo enturbiaba todo con suma claridad. Las mujeres con el agua a la altura los tobillos y la espalda encorvada cultivaban las plantaciones de algas con tallos que ataban a cuerdas entre palos que estaban clavados en la arena. Expuestas al sol directo trabajan sin desmayo sembrando y cosechando las algas con las que hacían aceites cremas y jabones, y lo hacían con tanta delicadeza sentadas con sus vestidos coloridos tapadas de pies a cabeza sobre el agua que se veían hermosas. Caminaban descalzas de vuelta a casa por el inmenso arenal con los sacos llenos de algas dispuestas para secar.
HEBER EN EL HOSPITAL STONE TWON
Cuando regresé a nuestra cabaña Heber estaba tendido en la cama y Ainara y Sonia colocaban unas toallas mojadas sobre su cabeza. Al principio no entendía lo que pasaba pero ellas no tardaron en decirme lo que ocurría: tenía fiebre y había que tener mucho cuidado con eso pues podía ser malaria el mayor temor en África. Menos mal estaban ellas y tendieron la mano a Heber mientras yo no estaba. Afortunadamente, su fiebre fue bajando, aunque su cuerpo débil tardó en recuperarse. Se acercaba la hora de partir. Llenos de gratitud por la atención de Ainara y Sonia, Heber y yo nos trasladamos al día siguiente a Stone Twon» la vieja Zanzíbar». Al día siguiente Ainora y Sonia buscaron un taxi a precio razonable y no había manera de engañarlas con el valor real de las cosas puesto que tenían la capacidad de regatear sin temor ni pena aprendida de los viajes por el continente asiático. Allí nos despedimos de ellas que se quedarían unos días en Page hasta decidir su próximo destino. Nosotros fuimos directos al hospital público de Stone Town donde le hicieron los respectivos análisis a Heber y en menos de una hora supimos los resultados. Todo salió negativo. No tenía malaria. Le dieron unas pastillas y a los dos días tenía de nuevo el ánimo de antes.
DÍAS DE DESCANSO EN STONE TOWN ZANZIBAR
Los días que pasamos en Stone Town Heber andaba a su aire y yo al mío. Me movía solo durante el día por la ciudad vieja yendo y viniendo cada cierta hora al hotel que estaba localizado en el centro. Al pisar la calle sentía la efervescencia de la isla entre el griterío y el regateo con los comerciantes vestidos de chilaba blanca. En aquel entramado de calles lo mejor era dejarse perder así es como transcurría la vida diaria. Entre las paredes blancas condensadas por el salitre y la humedad hacían remiendos sentados en el suelo zapateros hindúes y exponían los artistas locales sus pinturas de arte tribal animales paisajes y rostros humanos. Heber por su parte estaría entretenido por cualquier rincón o plazuela conversando con los nativos porque ahí es donde él se encontraba en su salsa y donde el viaje tomaba los tonos oscuros o dorados que él buscaba. Por mi parte me gustaba detenerme a comer un dulce o empanadilla o a beber en los carritos artesanales zumos de caña de azúcar y saborear la piña fresca en cualquier esquina con sombra. De los viejos balcones enrejados de herencia portuguesa colgaban las vistosas telas estampadas o kangas y proliferan los puestos donde las vendían. Cuando una mujer estaba escogiendo cuál comprar se tomaba su tiempo pues para ellas era una señal de identidad. Luego la lucían caminando por las playas descalzas entre la blanca arena fina como la harina.
DECREPITA ZANZIBAR
A diferencia de Dar es Salam en Zanzibar predominaba un aire árabe y musulmán aunque había un estilo de vida menos rígido y más abierto que el de Oriente Medio y otras regiones de África. En sus abigarradas calles hombres mujeres niños y turistas se mezclaban con naturalidad sin mayores protocolos. A veces el fuerte hedor de las alcantarillas se acentuaba por el calor. Pero no era problema porque en la sucia y decrépita Zanzíbar la decadencia y el encanto conformaban una unidad, como un queso que huelo mal pero cuando lo pruebas está riquísimo y te guste o no te guste entra por los sentidos.
ANTIGUO MERCADO PARA LA SUBASTA DE ESCLAVOS
Me gustaba recorrer la ciudad de piedra a paso lento de camino al muelle y descansar a la sombra de un gran árbol. En este punto muchos leían el periódico y pasaban las horas sentados. Solían ser hombres con la bata blanca hasta los pies gorro kufi corto bordado en la cabeza bastón de madera y sandalias de cuero. La vida en este parte de Zanzibar nada tenía que ver con relajarse en un resort en las idílicas playas de aguas azules y turquesas, pues el corazón de la vieja ciudad era como el patio de colegio en una reunión de fin de curso donde las madres se juntan a charlar a la espera de que salga el niño, se escuchan voces por todas partes y de repente todo se enreda de personas nadie se pierde y todos se conocen. Luego continuando mi paseo hacia la catedral anglicana en el lugar que ocupaba el antiguo mercado para la subasta de esclavos, afuera en el jardín mirando una fosa en la tierra lo más cruel del pasado también llegó a mí. Enfrente de mí podía ver un monumento donde cinco personas encadenadas asomaban desde el interior de un hoyo en el suelo como homenaje al horror vivido con la diáspora hecho que me llevó al presente donde aún muchos inmigrantes africanos son tratados como esclavos en otros países. Más allá del horror de la esclavitud e injusticias fue tras el encuentro con otras personas presentes en su cercanía y escuchando sus palabras de indulgencia donde de una manera pude unirme mejor al sentir del pueblo africano su profundo clamor y conmovedora belleza.
NOCHES EN ZANZIBAR
Al caer la noche me encontraba con Heber y salíamos juntos bordeando el puerto cenar y a dar un paseo. Enseguida localizamos la explanada donde se preparaban los puestos callejeros bajo la luz de los candiles y las llamas de las parrillas de carbón donde era ofrecida una variada oferta gastronómica. Entre tanto vendían productos frescos del mar como pulpo al curry con sabor a coco y brochetas de pollo, carne con cebolla y de gambas, pescados calamares y frutas los jovencitos saltaban descalzos al agua y caían hábilmente dando volteretas. Las familias se reunían por el parque y en sus jardines se sentaban a tomar el fresco en los bancos y muros mirando al mar. A Sonia y Ainara no volvimos a verlas y a Heber y a mí nos llegó la hora de regresar a Dar es Salaam para tomar el tren rumbo a Zambia. Muy rápido nos había pasado la semana. Súbitamente ya era de mañana y nos alistamos para subir al ferri.
REGRESO A DAR ES SALAM
Navegando recordábamos a Zanzíbar su tolerancia su belleza y ritmo de vida pausado, la huella que nos dejaron sus gentes. Cuando miré por última vez la isla desde el barco vi sus mustias murallas y su antiguo encanto sintiendo así un lejano desasosiego pero también una secreta alegría, y es que todo en Zanzibar estaba perfectamente sazonado de contrarios que se fusionan, es inevitable llevarse algo de eso en el alma. El ferry navegaba estable bajo un día soleado y a nuestro alrededor el Océano Índico se mantenía en calma. De todos modos nos habíamos arriesgado a partir el mismo día para llegar a coger el tren a Zambia cosa que en África no era del todo muy fiable. Sin embargo había que estar tranquilos salir a cubierta a sentir la brisa del mar ahondar en los recuerdos y dejarse llevar por la caricia de la brisa.