Lugar que cuando cae la noche se mezcla con el olor de la gasolina de las antorchas hechas con palos y latas de coca cola, con la música que hay en todo el pueblo, nos referimos a todo tipo de música, desde autóctona hasta fiestas en la playa de música electrónica, pasando por el regué y el rock, todo esto con un olor a perejil que inunda con su humo a toda la isla .
Sin embargo, las lluvias azotaban el país por esas fechas y todo el norte de Tailandia estaba inundado. Las tormentas hostigaban la isla constantemente durante la noche. Estábamos incomunicados. Llegaron los monzones y una noche tronó y relampagueó tan fuerte que pensé que nunca saldríamos de allí. En aquella época yo estaba moreno, tenía rapado el pelo al uno, como un monje, y vestía unas bermudas negras y camisetas sin mangas de color naranja. Juan, David y yo hicimos amigas locales que solían venir a buscarnos por las tardes, en moto, a los bungalós. Pasábamos el tiempo comiendo comida tailandesa y viendo el atardecer en las palapas de nuestro hostal, mirando el mar. Los días pasaban entre tempestades y fiestas, conociendo chicas y olvidándonos de todo. Aquella noche en especial no puede evitar entrar en el juego del amor. En la pista de baile conocí a una señorita, nos besamos y la pasamos bien, hubo mucha empatía y pensé que todo iba fenomenal, a mi manera de ver estábamos ligando. Disfrutamos de la fiesta y esa noche nos acostamos. Al día siguiente, al dejar mi habitación, la acompañe al bar donde ella decía que trabajaba, pero al llegar me pasó la mano pidiendo dinero. Eso resultaba común en Tailandia, una sociedad con una moral flexible hacia el sexo, como medio para salir adelante. Había que aprender a diferenciar con qué tipo de mujer quedabas, pues podías creer que había atracción mutua y romance, pero al final te pasaban la cuenta. Muchas mujeres lo hacen para sacar unos ingresos adicionales, con ello pagaban sus estudios, un negocio o una propiedad. También era difícil diferenciar a los lady boys. Había que fijarse bien pues suelen ser tan guapas que casi no se nota.
Cuando amainó el período de tormenta, llegó la calma a la isla y empezaron a llegar muchos viajeros. Preferí olvidarme de las fiestas y busqué en mi brújula una dirección en otro sentido. Necesitaba explorar nuevas rutas, salir a tierra firme y caminar de nuevo. Rápido llegó el día y me fui tranquilo, sin juzgar a nadie, comprendiendo que había vivido lo que tenía que vivir. Me despedí de mis compañeros españoles y cada cual siguió su camino.