BOLETO DE BUS A WADI HAIFA
Anteriormente ingresar a Sudán requería de engorrosos trámites para conseguir la visa pero en Aswan me la facilitaron en sólo un par de días. Hacía apenas unos meses que habían abierto la frontera por carretera hacia Sudán así que sería uno de los primeros viajeros en cruzarla. Durante años una nefasta política mantuvo la frontera cerrada por conflictos. Viajeros y locales teníamos entonces un nuevo paso una nueva vía para entrar y salir del país por lo que me compré un boleto a Wadi Haifa primera ciudad fronteriza sudanesa. Como en aquella época no se podía sacar dinero en los cajeros automáticos ni en los bancos de Sudán antes de salir saqué cinco mil libras egipcias en Asuán con la intención de cambiarlas en dólares. A pesar de que en Asuán había bastantes bancos y casas de cambio me encontré por sorpresa con que nadie me cambiaba la moneda egipcia en dólares pero sí dólares en moneda egipcia. Debía solucionar aquel contratiempo rápido porque mi autobús partía al siguiente día. Recorrí desesperadamente todo Asuán banco tras banco y calle por calle hasta que finalmente tuve que acudir al mercado negro. Entré a una joyería y logré cambiar alguna libra egipcia en dólares pero la comisión era altísima por lo que tuve que regresar a la compañía de buses porque pensé que ellos me podían ayudar. Me consiguieron un contacto para el cambio porque según ellos tratándose de dinero todo se conseguía en África. El agente de la compañía de viaje que permanecía sentado a la mesa sacó su teléfono móvil del bolso e hizo una llamada para no tardar mucho en llegar un hombre con su moto. Traía libras sudanesas y dólares e hicimos los cálculos allí en la misma calle. Me quedé con unos dólares por seguridad y el resto lo cambie todo en moneda sudanesa. Respire tranquilo pues llevaba conmigo una cantidad en efectivo cercana a los trescientos dólares para mi viaje por Sudán.
DE CAMINO A SUDÁN
Cuando fui al día siguiente a la compañía de transporte la tranquilidad con la que llegué duró poco. Al subir al bus me di cuenta de que en los asientos traseros donde quedaba mi lugar y por los pasillos se amontonaba toda la mercancía: lavadoras, neveras, cafeteras, televisores y cajas llenas de ropa. Casi no quedaba espacio para los asientos de los pasajeros y entonces tenía que ver de qué manera hacía para que las cajas más altas no se me cayeran encima. La mayoría de personas que viajaban conmigo eran sudaneses. Cuando ocupe mi asiento arrinconado contra la mercancía bien pensé que podríamos llegar pronto pues viajamos muy rápido. Un avión podría aterrizar en aquella vía recta sobre la arena sin problema.
LAGO NASSER
Tras dos horas y media de recorrido el bus se detuvo en Abu Simbel la última parada antes de llegar a la frontera. Allí a orillas del río se cortó la carretera. Estábamos ante el lago Nasser creado en la cuenca media del río Nilo que se extiende hasta pasar la frontera con Sudán resultado de la construcción de la presa de Aswan. Esperamos la llegada de un ferry que después de un rato llegó y subimos a él montados en el bus. Imponentes dunas Iván aminorando su altura a medida que se acercaban a la orilla donde desaparecen. También sobresalen rocas que parecían salir de la profundidad de las aguas. El sol era menos fatigoso apoyado en la barandilla del barco sobre el suave caudal del agua. Todo lo atosigante y embarullado que resultó viajar por Egipto se volvió silencio y calma. El paso de un país a otro navegando se hacía pausado y agradable sin nada alrededor y aunque al interior del bus había bullicio el ambiente era sereno a medida que nos alejabamos de Egipto y nos adentramos en tierra Nubia todo lo vivido se fundía en la visión extensa del agua. Bajo la luz del mediodía la proa del barco desplazaba las ondas de agua que se perdían a lo lejos.
FRONTERA WADI HAIFA
Una vez desembarcamos nos quedaban aún un par de kilómetros por carretera para alcanzar la frontera. Entonces todo cambió al instante: la gente se alborotó y andaban de pie saltando por los pasillos cogiendo sus mercancías. Sin embargo en medio de ese ajetreo yo me encontraba bien pues estaba acostumbrado a ese tipo de sucesos y por eso mismo disfrutaba aquellos momentos. Al llegar los pasajeros tuvimos que bajarnos del bus ante las autoridades egipcias y sacar todas las maletas para revisarlas una por una en la calle donde se había formado una gran hilera. El problema era que cuando abrían una maleta lo realmente difícil era cerrarla de modo que estuvimos un buen rato esperando. Al final salió de un saco una gallina que se escapó por el puesto fronterizo mientras la gente intentaba atraparla con las autoridades corriendo detrás del ave con un palo. Todo el proceso de sellar los pasaportes y volver a recoger las maletas fue una odisea horas de espera. Luego de subir de nuevo al bus la distancia hasta la frontera de Sudán fue mínima de dos horas aproximadamente. Allí se repitió el mismo proceso con más desorden que el anterior. Mientras sujetaba con mi mano un microondas para dárselo a un hombre por la ventana un bidón de agua de cincuenta litros se basculó por todo el pasillo del autobús. Al menos después de todo habíamos llegado a nuestro destino final: Wadi Halfa.
SUDÁN
A diferencia de Egipto Sudán no era propiamente un destino turístico. De igual manera en mis planes de llegar a Sudáfrica por tierra tenía previsto atravesarlo. Mi experiencia como viajero era el único punto a mi favor. Estaba decidido a viajar por Sudán un país azotado por guerras civiles durante más de cuarenta años además de conflictos étnicos religiosos y económicos entre la población del Norte –árabe musulmana– y la del sur –animista y cristiana–. No me cansaba de aventurarme en lo desconocido y no siempre había una razón sino más bien un impulso de ir más allá. Sudán era el lugar de la tierra donde yo quería ir y una nueva aventura me esperaba.
ABDUL
Al bajar del bus pregunté a un hombre si sabía dónde encontrar alojamiento y se ofreció a ayudarme. Su nombre era Abdul. Sin tener otra opción me pegué a él como a una tabla de madera en un naufragio y aunque no podíamos comunicarnos en la misma lengua lo seguí confiado y él se mostró muy generoso. Wadi Haifa no era una gran ciudad: la conformaban unas cuantas calles sin asfaltar tragadas por el polvo y viviendas bajas de adobe con tonalidades pasteles. En los bares o lugares en donde había una televisión se sentaba la gente en sillas durante horas como si no hubiera otra cosa que hacer. Abdul era un hombre sudanés de mediana estatura y delgado que parecía saber bien por dónde pisaba. Me dijo que fuéramos al hotel para dejar las maletas y cenar algo ¡por Dios misericordioso! !aquello era un hotel! Pensé sin decir una palabra al ver cuatro ruinosos y pequeños camastros de hierro que compartimos en un cuarto infame de paredes negras y mugrientas. Era un económico hotel sudanés de dos- tres euros al cambio la noche. A pesar de la impresión que me produjo asumí fácilmente que era mi lugar así que dejamos el equipaje y Abdul me dijo que saliéramos. Como no podíamos comunicarnos bien me rondaba cierta inquietud por conocer algo en torno a la vida de aquel hombre que era mi nuevo compañero de viaje entendiendo que al igual que yo estaba viajando y quería invitarme a conocer su cultura.
DE CENA CON ABDUL
Llegamos a un bar que estaba lleno de personas que estaban cenando sentadas juntas en grandes mesas comunales. Yo era el único blanco y al principio estaba algo impresionado. Quizás el miedo me invadió por el brusco cambio: sus rostros negros las miradas sufridas algunos con marcas de escarificación tribal en su cara y también cristianos procedentes de Sudán del Sur. Yo permanecía en silencio y era inevitable sentirme intimidado además de no poder entender nada de lo que decían. Miraba a de aquí para allá y solo había alboroto. Todos se levantaban de la mesa hacia un mostrador de madera para pedir su comida y justo detrás estaba la cocina donde cocinaban en parrillas hechas con bidones metálicos y en grandes ollas. Abdul apuntó con su dedo hacia una de ellas y le sirvieron un plato de estofado de lentejas que yo también pedí. Con la comida en la mano nos hicieron hueco en la mesa y poco a poco el encuentro fue mejorando para mí. Al cabo de un rato el griterío general de la gente que esperaba sitio para sentarse y de los que se iban levantando de la mesa según acababan de comer hizo que me sintiera mejor, e iba superando el temor inicial pues todos estaban saboreando su cena y poco perdían el tiempo en fijarse en mí. En la mesa que más parecía un campo de batalla se servía pan y agua fresca del Nilo en grandes tinajas de barro. Abdul se levantó y trajo a la mesa carne de kebab y pollo la cual se ofreció a pagar aquella noche.
Ya de nuevo en el hotel me recosté de lado como un pajarito abandonado sobre mi brazo en aquel camastro de hierro sin almohada. De igual modo dormí como pude esperando que amaneciera cuanto antes para salir pronto de aquella inmundicia. Era difícil creer que entre tanta pobreza Abdul fuera tan generoso conmigo pagando aquella cena.
UN BOLETO HACIA KARIMA
Aún era temprano y recién estaba llegando la gente que se quedaba de pie esperando afuera o sentados en un sillón dentro de la caseta. Con Abdul al lado mío todo era más fácil. De repente cogieron mi mochila y la subieron al techo de una furgoneta aparcada que en un abrir y cerrar de ojos arrancó. Yo me quedé estupefacto sin entender absolutamente nada pues lo lógico para mí era que Abdul y yo saliéramos pero no fue así. La furgoneta se había ido y Abdul intentó calmarme al ver mi preocupación y nerviosismo procurando darse a entender con gestos que para salir todavía faltaba tiempo. Entonces cuando percibió que yo le había entendido se fue a dar un paseo por el pueblo sugiriendo que también yo hiciera lo mismo. Así que fui a una comisaría cercana que había visto pues escuché que tenía que registrarme para poder viajar por Sudán. Allí estaban sentados los oficiales sin mucho afán de levantarse. Finalmente llegó mi turno y el funcionario me atendió. Para mi sorpresa me pidió cincuenta dólares argumentando que era necesario pagar por el registro.
—No, señor. No tengo ni voy a pagar –le respondí sin vacilar.
—Tiene que pagar pues debe registrarse en la policía para poder viajar por Sudán –me dijo en una actitud bastante tranquila.
—Ya pagué la visa y no pienso pagar otra vez.
—Tiene que pagar –insistió enfáticamente.
Entonces cogí el papel cabreado y pagué los cincuenta dólares que me pedía.
—¿Ya estoy en regla para viajar por Sudán? –le pregunté.
—De momento sí pero sabrá que no puede sacar la cámara en lugares públicos sagrados y gubernamentales puesto que está expresamente prohibido. Si quiere fotografiar las pirámides y lugares arqueológicos debe sacar otro permiso.
–Ok. Está bien saberlo. Tengo que irme –le respondí disimulando la rabia y la impotencia ante tantos protocolos. Después regresé a la agencia de transporte y allí estaba de pie Abdul esperando. Yo me senté adentro en el sillón. Cuando regresó la furgoneta al mediodía para mi sorpresa la mochila permanecía como cuando se fue a las siete de la mañana en una esquina del techo bien amarrada con cuerdas. Suspiré y me alegré entonces al encontrarla en el mismo lugar.
DESIERTO DE NUBIA
Entonces todos nos montamos a la furgoneta que rápidamente se llenó y arrancamos rumbo a Karima atravesando el desierto de Nubia en la región oriental del Sahara al noroeste de Sudán entre el río Nilo y el Mar Rojo. En el horizonte no se divisaba indicio alguno de vida solo una meseta arenosa. Es un lugar árido con pequeñas rocas que hacían patente nuestra insignificancia. Sobre la pista recta poco cambiante pensé que llegaríamos rápido a Karima. Abdul que iba sentado al lado mío no abrió la boca en todo el viaje. Mis nuevos compañeros Nubios –hombres afables de tez morena que vestían túnicas blancas y largos turbantes– sí lo hacían: eran musulmanes y hablaban su propia lengua con muchos ademanes y movimientos. Cuando hacíamos un alto en el camino para beber agua que podíamos encontrar en una especie de lugar de avituallamiento con grandes cuencos de barro que había dispersos por la carretera miraban con la mano al frente orientándose por el sol. Por el contrario yo me sentía sofocado por la luz y el calor y a veces me preguntaba perdido en medio de la nada hacia dónde me dirigía. Pasaba la mano por mi cara llena de polvo y miraba hacia la distancia infinita. Me sentía ajeno al entorno y a la gente. Sin embargo sabía que el desierto también puede abrasar penetrar tu confuso interior y sacar a luz lo verdadero, acompañarte en tus sentimientos más angustiosos pues es un amigo que se le conoce con el tiempo aunque siempre sea un extraño. Nunca deja de brillar el sol y si miras al horizonte es como una textura de fondo de acuarela diseminándose en el espectro de sus colores que se funden entre sí.
DONGOLA
Nos cruzábamos con agricultores a lomos de sus burros y rebaños de camellos cargados de trigo. Pasadas unas cuatro horas de viaje pareciera que no hubiera vida pues todo estaba aparentemente inactivo. Abdul seguía silencioso con la luz era cegadora el sol ardiente la arena cada vez más fina y rojiza. De repente un desvió señalaba un poblado de casas adobe «Dongola» que emergió de las entrañas de un desierto reseco y hostil apareciendo a lo lejos ante mis ojos como una ciudad en la tierra que hubiera resistido en todos sus ciclos de vida.
GEBEL BARKAL
Un par de kilómetros antes de llegar divisé por la ventana la colina Gebel Barkal –Montaña Pura– el hogar del dios Amón en Egipto y Nubia. Fue una fugaz escena que veía al horizonte en cuya cima plana y grueso cuerpo incidía el sol dando una sensación de vacío y grandeza. Sobre aquel terreno desértico donde todo parecía infértil se fundó Napata capital de Nubia. Un territorio rico conocido como el reino de Kush del cual sólo quedaban las ruinas del templo diseminadas al pie de la montaña. El paso por allí fue breve aunque pude entrever que la vida humana sobre la tierra es pasajera,a pesar de dejar un rastro perdurable. Al igual que en Egipto lo único que permanecía vivo y constante era el cauce del Nilo esa fuente inagotable de vida que corre en medio del desierto a lo largo de los siglos. Aunque en Sudán se encogía seguía siendo el mismo río fundamento de la vida para sus pobladores y corazón que de parar dejaría desolados a los habitantes del desierto.
DEPEDIDA ABDUL
Cuando llegamos a Karima una vez bajé de la furgoneta Abdul se despidió y me sugirió otro hotel barato al final de la calle. Había dejado en mí una huella difícil de borrar pues su carácter que no sentía preocupación alguna consolaba mi alma errante y con todo lo complejo que resultaba viajar por tierras sudanesas me había dejado la sensación de que no había personas más generosas que los nubios. Abdul comenzó entonces a andar alejándose entre el tumulto de la gente. Entonces vi que Karima crecía alrededor de un mercado con puestecitos de madera y techumbre de lona plástica en donde se vendían alimentos telas y otros utensilios. Taxis colectivos puestos de venta todo giraba en torno a aquella explanada central. Vestían túnicas que los cubrían desde el cuello hasta el tobillo y sandalias. Algunos llevaban chaleco encima y otros la bufanda colgada en el cuello con gorro o turbante. Las mujeres de labios gruesos y prominentes se cubrían con vestidos estampados hasta la cabeza. Servían té en pequeños puestecitos improvisados de madera o metal y alrededor del mismo se sentaba uno en sillas de plástico. Cuando eché a andar recorrí la calle hasta mi alojamiento y al llegar me encontré de nuevo en otro sórdido lugar. Un hotel sudanés que parecía un hospital o barracón de la Segunda Guerra Mundial lleno de personas que dormían en hileras de camas esparcidas por varias salas sin puertas. A mí me tocó hacerlo sobre una tabla de metal oxidada con una colcha agujereada fina y negra como el carbón. Sobre mi cabeza tenía una bandada de mosquitos zumbando todo el tiempo con aquel calor sofocante.
REGISTRO OFICIAL CON LA POLÍCIA KARIMA
Tienes que registrarte por seguridad en la oficina policial de Karima. Es un requisito obligatorio para los extranjeros –me dijo el dueño del lugar.
—¿Otra vez? Es una pesadilla la burocracia en este país. No se pueden dar dos pasos sin registrarse en cada pueblo que uno pisa –le dije ofuscado.
–Son normas de Estado. No está lejos –me respondió. Me subí en un triciclo motorizado de color negro y amarillo como los de la India. El sol a techo cubierto no fastidiaba aunque hacía mucho calor. La carretera principal estaba asfaltada pero cubierta de una capa de polvo de tierra que se levantaba al pasar. El trayecto fue corto y al llegar me presenté en la oficina entrando por la puerta a un pequeño despacho donde había una mesa y una silla con una cama al lado para que el oficial durmiera. Allí me tomó los datos apuntó mi nombre en un cuaderno la dirección de mi hotel y me dejó ir. De regreso a mi alojamiento saqué mi saco de dormir y me metí en él para protegerme de los mosquitos pero era mediodía y el calor era asfixiante. “Tengo una pensión «Qué estoy haciendo aquí” me reproché desolado. Podría holgazanear a la bartola en las islas Filipinas tumbado en una hamaca bajo la sombra de una palmera bebiendo un delicioso batido de frutas tropicales. «Realmente quiero empezar esta aventura» Solo es mi segundo país en este continente y si todo sigue igual en breve tendré una malaria cerebral y no quiero morir”. No quería dormir la siesta en el cochambroso alojamiento así que decidí salir de paseo a tomar un aire para ver si podía volver la claridad a mi mente.
PIRÁMIDES SUDÁN
Fue salir a las calles de Karima que recuperé la calma al instante tras liberarme de aquellos mosquitos. Entonces una vez resolví aquella situación que me horrorizaba le pregunté a un taxista cuyo nombre era Abud por las pirámides de Meroe las más significativas de Sudán pues no sabía dónde estaban ni a qué distancia. Abud me mandó subir al taxi y así lo hice. Apenas arrancamos se detuvo en la salida de la ciudad y para mi asombro me indicó al horizonte vi un grupo de cinco o seis pirámides a poca distancia de la carretera que yacían solitarias en medio del desierto. Así que me bajé del auto y de nuevo pisé la arena. Miré al alrededor y no había nadie allí para pedirme ningún permiso. Estaba solo sin problema en sacar unas fotos pues enfrente había un reino que perdura en silencioso por siglos a través de sus ruinas.
UN REINO OCULTO POR SIGLOS
Regresé al taxi y Abud amablemente se ofreció como guía aquella tarde sugiriendo ir un poco más lejos. Así que seguimos a través del desierto por un camino inesperado para mi debido a mi nula información sobre las pirámides y sus enclaves arqueológicos. Varios kilómetros más adelante entramos por una senda de arena cuando de repente el coche quedó atascado. No podía avanzar ni retroceder por lo que se bajó el hombre y me señaló hacia unas dunas onduladas dándome a entender que fuera a verlas puesto que no era nada complicado sacar el coche. Según comencé a caminar paulatinamente comenzaron a aparecer nuevas pirámides. Estaban dispersas entre la arena y aunque de menor tamaño que las egipcias permanecían intactas. No sabía dónde estaba puesto que allí no había nadie. El caso es que estaba ante el reino de los faraones Kushitas sin saberlo. Era grandioso sentirme perdido en medio de aquel arenal viendo los misteriosos vestigios de una antigua civilización de manera que me tumbé en la duna mirando hacia aquellas pirámides medio ocultas construidas en pequeños ladrillos alineados simétricamente. Al estar donde estaba el silencio y la ausencia me hacía sentir relajado pero con el sol castigando tuve que retirarme pronto. Cuando regresé el taxi seguía atrapado en la arena y unos hombres se acercaron para ayudarnos metiendo cartones palos y piedras sobre las ruedas empujando entre todos para sacarlo. Una vez salimos del hoyo se dieron la mano entre ellos y desaparecieron al horizonte. Cuando subí de nuevo al taxi Abud me dio a entender que las pirámides de Meroe estaban muy lejos. Regresé al hotel fascinado por el reino descubierto aunque los mosquitos rápidamente me recordaron que debía partir pronto.
BUS A JARTUM
El bus a Jartum no salía desde el mercado central sino unos kilómetros más adelante por lo que cogí un taxi. Nadie me acosaba ni me pedía nada y recordé agradecido que definitivamente no estaba en un destino turístico. Sin embargo los nubios esos hombres de ojos azulados y piel más oscura que los egipcios me recibían con reverencia y hospitalidad no por interés sino por costumbre. Desde que había puesto un pie aquella región lo había sentido así a través de Adbul quien había sido un claro ejemplo del sentir solidario de aquel pueblo. Yo esperaba el bus comiendo pollo a la parrilla en un bar con los habitantes del desierto que se presentaban orgullosos como nubios. Aunque no nos entendíamos me ofrecieron un sitio para sentarme con ellos a la mesa donde compartimos una gran bandeja de comida entre todos. Cuando me acercaba a ellos estiraban sus brazos en señal de ofrecimiento haciendo honor a su hospitalidad. Aquellos espontáneos encuentros eran significativos para mí después de llegar a pensar días atrás que podía enfermar de malaria y renunciar a mi viaje por África pues al sentir ese calor humano sincero me llenaba de nuevo de entusiasmo. De allí salía un autobús hacia el sur en dirección a Jartum la capital más o menos a cuatrocientos kilómetros de distancia. Tras subir después de comer no tardé nada en quedarme dormido. Al mediodía con el calor entraba la morriña así que me dormí una siesta.
ONDURMAN
Ya al despertar el tráfico era más intenso con talleres al borde a la carretera y grandes fábricas. Nos cruzábamos con algunos viejos camiones de carga Bedford llenos de gente a la vez que pasaban por televisión un documental sobre los derviches que me mantenía ocupado y atento.
—¿Dónde son esas danzas? –pregunté a Faiz mi nuevo compañero de asiento que por suerte chapurreaba algo de inglés.
—En Omdurman. Se celebran cada quince días. Hoy es el día y estamos llegando. Si quieres puedes bajarte conmigo –me respondió.
No tenía mucho tiempo para decidirme pues el bus rápidamente se detuvo. Entonces casi sin pensarlo me bajé con él puesto que no pude contener el impulso de conocer a los derviches. Seguía los pasos de Faiz por las calles de Omdurman que parecían un enjambre de abejas. Por entre barrios de casas bajas de ladrillo y adobe de color barroso miles de personas caminaban por entre los coches. Las mujeres vestían con sus túnicas de colores vivos envueltas de los pies a la cabeza y los hombres con sus galabiyas también coloridas sin una mancha ni arruga. En los costados se apelotonaban los puestos ambulantes donde vendían calderos de plástico sandalias ropa y colchones. Muchos fieles llegaban para visitar la tumba de su profeta proclamado como» El Madhi -Muhammad Ahmad» el líder religioso musulmán libertador del Sudán egipcio.
CON FAIZ POR LAS CALLES DE ONDURMAN
Faiz tenía un temperamento educado. En medio de todo aquel ruido él siempre hacía las cosas con calma. Cuando hablaba se mostraba tranquilo sin subir nunca el tono de voz y con una mirada sincera. Mientras caminábamos por la calle iban apareciendo amigos suyos que me presentaba con alegría. Entonces él se detenía para charlar. Los conocidos de Faiz saludaban amablemente y yo sabía que otra vez había dado con buena gente. Me iba sintiendo cada vez más confiado a medida que el día avanzaba. Faiz se detenía de vez en cuando en algún puesto de a pie para beber un refresco un té o comer algo y como Adbul sin decir una sola palabra trataba de pagarlo todo y complacerme. El atardecer era más fresco en la ciudad donde el rastro del sol se perdía por momentos y era más llevadero caminar por la calle. Además al amparo de Faiz que iba abriendo paso todo era más fácil.
DERVICHES ONDURMAN
Ya estaba anocheciendo cuando llegamos a una enorme plaza central donde la mezquita asomaba entre un montón de casetas dispersas. Se parecía a la feria de abril sólo que en lugar de flamenco se escuchaba música y el eco de las oraciones. Buscábamos a los derviches entre el tumulto pues todos los viernes se concentraban alrededor de la tumba en Hamed al-Nil, un líder sufí siglo XIX para realizar sus danzas catárticas hasta entrar en trance y acercarse a Dios. Caminábamos observando las distintas carpas donde había grupos sentados que charlaban en corro bebían té y rezaban vestidos con túnicas adornados con dagas y sables. Parecía que las carpas estaban compuestas por distintas cofradías, unas más grandes y otras más pequeñas a raíz del número de personas que había dentro. Entonces cuando el sol se escondió por completo las luces de las casetas anunciaron el inicio de la fiesta. Antes de que se hiciera muy de noche cenamos unas brochetas de pollo y fue en aquel momento que Faiz me dijo que estaba cansado y se iba a su casa no sin antes invitarme a ir con él. Para mí que no entendía nada ni tenía idea qué era lo que iba acontecer ni en dónde estaba realmente todo aquello me generó cierto desconcierto. Finalmente contra la voluntad que tenía de asistir a las danzas sufíes comprendí que lo que tenía que vivir con Faiz era más importante y profundo que ver a los derviches.
NOCHEBUENA EN CASA DE FAIZ
El recorrido aquella noche fue inesperado y un poco arriesgado. Cubiertos por la oscuridad podía pensar en lo peor. Me había ido a casa de un extraño que apenas unas horas atrás había conocido aunque tenía claro que tras aquel rostro afable había una bella persona. Ocasionalmente nos cruzábamos con coches y motos algunos de ellos sin luces pero Faiz seguía tranquilo sentado al lado mío con total serenidad. Llegamos a un barrio a las afueras de Omdurman donde apenas se veía gente donde solo había unas cuantas casas dispersas pegadas a la carretera. La casa de Faiz era de una sola planta y estaba rodeada de un vallado con una gran entrada y un patio. Una vez adentro Faiz me ofreció su sofá y él se fue a a dormir a una de aquellas habitaciones sin puerta. Era veinticuatro de diciembre Nochebuena y aunque no era la primera Navidad que pasaba lejos de mi familia durante el viaje sí la primera en el continente africano con una familia musulmana de Sudán. Faiz con su hospitalidad hizo que me sintiera como en casa pues la sensación de ir a la deriva entre la arena y el azar se había ido por un momento al sentir como si nunca hubiera salido de casa.
NAVIDAD EN SUDÁN
Al día siguiente un veinticinco tras despertar Faiz me presentó a su padre que trabajaba con él fabricando portones metálicos sillas y camas de acero que exponían al lado de la carretera. Me enseñaron también unos cabritos que tenían en una jaula. Su padre era un hombre silencioso y tranquilo como Faiz. Me hizo sentir bien el hecho de levantarme en el seno de una familia sudanesa el día de Navidad aunque en aquel hogar no se celebraba nada especial aquel día. Bueno no se celebraba pero había unión y hermandad que es en últimas lo único valioso de esa fecha. Pensé en mi abuela que estaría en España preguntando a mi tía en casa por mi y anhelaba que pudiera ver lo alegre que se sentía su nieto de dar siempre con gente buena en fechas como esa. Pero en donde estaba no había internet ni manera de comunicarme con ellos. Recuerdo hoy aquella fecha significativa en que Faiz sin conocerme me dio cobijo de noche como a un hermano. Al igual que Adbul hacía el bien sin ningún interés y ahora que lo pienso eran como seres protectores que habían aparecido para darme reposo en medio de tanto movimiento.
PUENTE DE HIERRO ONDURMAN JARTUM
Al día siguiente Faiz y su padre me acompañaron hasta la ciudad de Jartum. Frente a la casa abordamos una furgoneta. El cielo estaba despejado mientras el tráfico no dejaba de rodar y a medida que avanzabamos hacia el curso del agua el terreno se volvía verdoso. En diez minutos estábamos cruzando el viejo puente de hierro que atravesaba la carretera que conecta Omdurman con Jartum en donde confluyen los dos grandes brazos del Nilo «El Nilo Blanco procedente del Lago Tana en Etiopía y el Nilo Azul del Lago Victoria en Uganda». Allí el río apareció de nuevo mientras el sol calentaba nuestras espaldas e igual que en EL Cairo seguía su curso penetrando en la ciudad entre mezquitas y grandes edificios de cemento con sus aguas revueltas y la rápida corriente a cuya orilla asomaba un agradable verde arbolado. Al otro lado atravesando el puente ya en el centro ciudad nos bajamos. La primera impresión fue la de encontrarme en una ciudad bulliciosa y desorganizada en medio de calzadas polvorientas llenas de gente coches y atascos. Estaba totalmente desorientado sin saber a dónde ir por lo que pedí a Faiz y su padre que me ayudaran a encontrar alojamiento y así lo hicieron. Caminamos por las calles de Jartum y cruzamos varios mercados hasta la arteria principal donde todo confluye. Era una gran explanada central alrededor de la cual había varios hoteles. Allí me despedí de aquellos generosos hombres.
HOTEL EN JARTUM
El encuentro con Faiz y su padre me había traído serenidad y entonces que de nuevo estaba solo esa sensación permanecía aunque Jartum era una ciudad ajetreada y llena de gente. Cuando estaba en la habitación pensé en lo que había vivido días atrás y quizás por el recuerdo de aquellos días difíciles durmiendo en sórdidos lugares mi nuevo cuarto que ni siquiera era acogedor me pareció el mejor del mundo. No había cómo sentarse de nuevo en un colchón y mirar por la ventana viendo pasar la vida sintiendo de nuevo esas ganas de entregarse a lo desconocido y lanzarse al mundo. Entre tanto el alboroto afuera era tan pesado que podía gritar asomado entre las cortinas y nadie me iba a escuchar. Si bien podía detenerme en algún poblado imprevisto de camino no tenía pensado detenerme en Sudán del Sur. Viendo el carácter afable de sus vecinos musulmanes del Norte todo aquello me hizo pensar que las guerras civiles eran generadas por conflictos religiosos entre ambos polos.
JARTUM BULLICIOSA Y ARDIENTE
El día que llegué decidí no salir pues sentía que necesitaba reponer fuerzas pero al día siguiente ya decidido salí muy temprano y en cuanto salieron los primeros rayos de sol bajé a las calles del centro. A primera hora se estaban levantando las rejas metálicas de las tiendas ubicadas en las plantas bajas de los edificios donde había almacenes de ropa peluquerías y supermercados, todos con carteles publicitarios en letras árabes. Jartum venía siendo una extensión de Omdurman unidas ambas entre ellas y tan solo separadas por un puente. Era un hervidero de gente bajo el sol en una ciudad cubierta de polvo que a pesar de ser musulmana le faltaba esa magia que atesora el Cairo. Jartum bulliciosa parecía que nunca mudaba su piel asfixiante ardiente y agrietada.
EDIFICIOS Y CALLES DE JARTUM
De repente apareció un edificio con balcones que estaban cerrados con mallas metálicas que lo hacían parecer una penitenciaría. Al lado del mismo otro a medio construir sólo tenía la estructura inacabada quién sabe hace cuánto con los soportales vacíos oscuros y llenos de pordioseros. La calle estaba sucia llena de papeles y tierra. Vi un hombre sentado vendiendo gafas de sol al lado de una caja de cartón con una mesita redonda con patas de hierro y cuerdas de plástico de la medida de un aro de baloncesto. A su lado otra persona vendiendo móviles. Uno vestía camiseta de manga larga pantalón y zapatos y el otro una túnica blanca bonete y sandalias. Uno se apoyaba con las piernas estiradas echado sobre el respaldo de la silla y el otro permanecía erguido. Mientras me fijaba en ellos otro sujeto cruzó por el medio de la calle con una carretilla de obra vacía esquivando grandes socavones de alcantarillas que estaban abiertas. Yo estaba de nuevo metido en la dinámica de la ciudad viendo cómo todo cobraba vida y bullía en un hervidero de gente procurando no meter el pie en uno de aquellos agujeros.
CIBER CAFÉ EN JARTUM
Fui a un ciber-café donde encontraba sudaneses que sobrepasaban los dos metros de altura y que se sentaban al lado mío haciéndome sentir como un liliputiense. Para desayunar no faltaba mi zumo de naranja con una gigante cucharada de azúcar además de dátiles que me llevaban a la mesa. En ocasiones me pagaban el desayuno seguramente porque empecé a frecuentar el sitio todos los días. Sin embargo aun así era difícil explicarse la hospitalidad del pueblo sudanés que conservaba esta característica como un rasgo cultural predominante.
REZANDO EN LAS CALLES DE JARTUM
De vuelta a la entrada de mi hotel había una alfombra gigante donde las personas se juntaban formando hileras en grupos de diez veinte personas para rezar en la llamada a la oración mientras otros lo hacían esparcidos por las calles. Al verlos aunque me sentía distante mantenía la mente abierta a una realidad que me hacía sentir bien con todos. Fue a raíz del 11 de septiembre que el gobierno de Estados Unidos hizo la lista negra de los países que apoyan al terrorismo siendo una amenaza para el mundo. Sudán era uno de ellos al albergar durante cinco años a Osama Bin Laden líder de Al Qaeda. Sin embargo lo que sentía al estar allí es que pude ver que la realidad de fondo aunque muy distinta a la mía no tenía nada de violenta. Lo más gratificante era que yo lo había vivido en mi propia piel y tenía la absoluta certeza que el mal llamado “el Eje del Mal” donde están países como Sudán, Afganistán, Irán, Myanmar, (antigua Birmania), eran en realidad los lugares donde me había encontrado algunas de las personas más nobles y hospitalarias del mundo que yo había visitado. Era bonito saber que todavía habita más gente buena que mala en este mundo aunque hay que viajar para verlo y sentirlo.
DIA FESTIVO EN JARTUM
El viernes al despertar desde lo alto de mi ventana vi todo el espacio de la calle vacío. Parecía que se había librado una batalla campal pues todo estaba lleno de suciedad. Ante mí había un enorme círculo de asfalto donde convergen cuatro vías principales. Sin embargo los coches habían dejado de circular y todo quedó desolado. Algunos edificios altos con una altura máxima de cinco pisos sobre salían del resto con una sola cara de la fachada enlucida y pintada mientras el resto de los cantos seguían con el mismo ladrillo de obra. Entonces la ciudad vacía adquirió una figura fantasmal por ser un día festivo.
MÁS Y MÁS PERMISOS
Fue aquel día en el hotel que me dijeron que necesitaba registrarme y entendí que debía sacar otro permiso para salir del país. ¡No podía creerlo! Las gestiones para viajar por Sudán me llevaban al límite del agotamiento. ¡Era desesperante! Dediqué todo un día para encontrar la oficina de extranjería pero fracasé en la búsqueda así que lo intenté al día siguiente. La localicé cerca del aeropuerto y de la Embajada de España en la policía del barrio de Burri. Así que fui hasta allá sólo para pedir la nueva autorización. Se trataba de una casa en una zona aparentemente residencial.
—¿Eres extranjero? ¿Estás de negocios? –me preguntó uno de los empleados.
—Sí –le respondí– Necesito el permiso de salida del país –le dije en tono suave.
—Aquí lo tiene. ¿Sabe usted que es obligatorio registrarse en la policía y sacar otra autorización para fotografiar los vestigios arqueológicos?
—Sí, lo sé. Muchas gracias –le dije conteniendo la ira.
ESTACIÓN BUSES- MEZQUITA AL KABIR
Aquello era una marabunta de personas vestidas con túnicas blancas que se atravesaban por el medio la vía entre los coches destacando como múltiples puntos blancos. Toda la gente se agolpaba alrededor de una gran explanada entre mercados ambulantes en lo que era la estación de autobuses. La estación de jartum está rodeada de antiestéticas fachadas de hoteles a la misma altura de la gran mezquita de ladrillo Al Kabir de donde asoman a lo alto redondos y alargados como clarinetes sus minaretes. Entre todo aquel barullo intentaba buscar la salida. Cientos por no decir miles de pequeñas furgonetas chinas con el frente ovalado –tan pequeñas que parecían de parvulario y que iban a salir rodando como un balón– se veían por todas partes en medio de camiones Bedford autobuses y otros furgones de modelos más alargados. En uno de aquellos pintado de color blanco con rayas amarillas y verdes me subí yo.
GADARIF
Cinco horas de viaje transcurrieron por una vía asfaltada llana y sin sobresaltos hasta llegar a la ciudad de Gadarif» Sudán, capital del estado de Gadarif» . Una ciudad pequeña que se veía más tranquila que Jartum aunque también estaba llena de decrépitos edificios. las calles de tierra más negra y compacta menos polvorienta y más pegadizo el barro con los puestos de comida en sus bajos al descubierto con sillas y mesas azules al lado de columnas verdes. Muchas personas se sentaban a la sombra y cocinaban con grandes ollas en la calle donde un hombre vendía agua de un gran depósito en un carro tirado por un burro. En aquella ciudad la cual me detuve solo con la intención de pasar la noche transitaban las bicicletas por el medio y los triciclos motorizados Para lo que estaba acostumbrado en Sudán el hotel donde me hospedé fue todo un lujo. En un soporte sobre la pared había una manguera de agua para el bidé y al lado un plato de ducha de cerámica a ras de suelo. Por lo menos ya me podía duchar y hacer mis necesidades. La estancia en Gadarif seguía la misma dinámica que días anteriores topándome con gente amable donde me sentaba en una silla a beber té en los puestos callejeros con los hombres de galabiyas y sandalias. La población era más diversa que en la región de Nubia –como pude apreciar ya desde Jartum– de diferentes regiones sudanesas etíopes de la India eritreos somalíes e incluso europeos. Pero de esto lo que más me conmovió fue sentir que en lugares como aquel alejado de la globalización disfrutaba del placer de sentirme como uno más. Entonces me sentaba en una mesa rodeado de gente y pedía mi guiso de judías acompañado de pan. En aquellos momentos donde sentía la esencia del viaje entonces los días se convertían en dilatados momentos para reconciliarme conmigo mismo y con mis semejantes.
GALLABAT
Al día siguiente por la mañana temprana me subí en un coche junto a otros compañeros sudaneses dirección Gallabat dejando atrás aldeas de casas redondas de barro con techos de paja. Alejados de todo bajo la luz del sol a medida que avanzabamos por una carretera llana el suelo negro se volvía más verde y los arbustos más húmedos. Por el camino vi como cultivaban con máquinas la tierra con sorgo y diversos cereales. El ruido de Gadarif había desaparecido y de nuevo la aventura comenzaba. Fueron dos horas por carretera hasta llegar al último pueblo fronterizo de Sudán» Gallabat» una aldea con unas cuantas casas. Allí mismo terminó el trayecto por lo cual me baje del coche y entré en el espacio de aduana de un solo nivel. Sólo me faltaban los trámites necesarios como cambiar el resto de moneda sudanesa en etíope. Al salir en la misma calle le cambié el dinero al primero que se apareció un Sudanés a juzgar por su túnica blanca. De nuevo ya estaba en el camino entrando a la frontera de un nuevo país.