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Usted está aquí: Inicio / Vuelta al Mundo 2009-2016 / África / Sudáfrica

Sudáfrica

3 de diciembre de 2017 //  by PlanB//  Dejar un comentario

NOCHE EN EL BUS HASTA CIUDAD DEL CABO

Viajaba en un bus tan cómodo que no recordaba algo parecido en años así que no estaba cansado y estaba dispuesto recorrer tranquilamente cuantos kilómetros quedarán por delante. La oscuridad de la noche dio paso al día y ya despierto llevé el asiento hacia adelante. A medida que aclaraba me daba cuenta que la sequedad del desierto iba quedando atrás. Fueron apareciendo árboles entre colinas y pedregosas montañas cobriza para más adelante aparecer plantaciones de naranjas limones pomelos y mandarinos. Después en Malmesbury se veían campos de trigo y las cadenas de suaves colinas marrones y verdes se iban sucediendo hasta que llegamos finalmente a Ciudad del Cabo. Al llegar a la ciudad me abordó un sentimiento de júbilo por lo que había logrado pues había sido una gran experiencia atravesar África por tierra de Norte a Sur desde Egipto hasta Sudáfrica sin tomar un solo avión.

TABLE MOUNTAIN

Entonces resultaba demasiado majestuoso encontrarme con la montaña de la mesa que es una enorme mole rocosa que custodia la ciudad y nunca desaparecía de mi vista. La montaña se encuentra rodeada por formaciones rocosas y acantilados escarpados y está flanqueada por el Pico del Diablo al este y la Cabeza del León al oeste. La ciudad parecía emerger entre el océano y la montaña. Cuando llegué miré asombrado alrededor porque sobre mí iban apareciendo cantidad de rascacielos y un centro de negocios que no la diferenciaba de una moderna metrópoli europea. La atracción que sentí por aquella ciudad fue instantánea de amor a primera vista. Una vez me subí al taxi no podía dejar de mirar aquella abrupta pared vertical que casi podía tocar casi con las manos.

GREEN POINT

Girando hacia Green Point donde tenía la dirección de mi hostel integrado con el puerto marítimo de Waterfront. Rodeado de tiendas y ocio destaca la arquitectura del nuevo estadio de fútbol y fue enfrente del mismo en aquella misma área donde me hospede. Se trataba de un gran edificio de tres plantas con cantidad de habitaciones piscina y restaurante lleno de mochileros de todo el mundo. Sólo fijándome en el personal que trabajaba allí pude compuesto por personas de diversas culturas y países pude apreciar lo multicultural que es la Ciudad del Cabo. Al lado del hostel donde me hospedé tenía el supermercado donde todos los días compraba algo. Un día cuando iba a pagar mi pedido me llamó la atención el tatuaje en el brazo de un tipo y al acercarme para hablar con él me sorprendí pues hablaba español. Después de presentarse como Giuliano me contó que era nativo de Sudáfrica pero que había vivido en Santander «España» por un tiempo. Giuliano por temporadas trabaja organizando eventos y festivales de música por toda Europa como el famoso Oktoberfest. Había sido un encuentro muy espontáneo por lo que resultó ser todo muy natural y me dio su teléfono para mantenernos contacto.

CAPE WINELANDS

Ciudad del Cabo debido a su geografía no era una ciudad fácil para moverse sin coche así que Giuliano solía venir de vez en cuando a recogerme o me esperaba en el parking del supermercado para salir a dar una vuelta. Aquel día salimos a conocer la ciudad de Stellenbosch en el distrito municipal de Cape Winelands una de las grandes zonas vinicultoras de Sudáfrica. El sol asomó suavemente mientras nos movíamos en el Jeep de Giuliano entre risas y las degustaciones de vino que nos daban al parar en las bodegas que se nos iban apareciendo por el camino.

—Háblame de ti Giuliano ¿a qué te dedicas? –le dije.

—Tengo pensado abrir un hostel aquí en Ciudad del Cabo. Sólo me falta encontrar el terreno. Es una tarea difícil puesto que aquí la burocracia es muy complicada y el gobierno corrupto. Reforme contenedores de barcos y los transformo en viviendas con la idea de levantar un edificio con una estructura vanguardista hecha con ese material.

—Seguro que encontrarás un buen lugar. Debe ser precioso tener un hostel mirando a la montaña de la mesa –le dije.   —Sí claro que lo es. Ciudad del Cabo es un lugar especial. Una ciudad bohemia y de mágica belleza pero que hay que saber bien por donde uno pisa. Si no fuera por las áreas peligrosas que rodean la ciudad su delincuencia y la maldita corrupción de los políticos sería el paraíso en la tierra.

VIÑEDOS Y DORADOS CAMPOS

Mientras tanto nada parecía alterar la calma ni el paisaje: viñedos rodeados de montañas verdes y dorados campos se sucedían uno tras otro.

—¿Y qué me dices de estas haciendas privadas que vamos viendo por el camino? –pregunté a Giuliano.

—Pues son mansiones con reminiscencias de la época colonial holandesa, luego británica que junto con los hugonotes franceses introdujeron la cultura vinícola en estas tierras. De ahí el afrikáans nuestra lengua mezcla criolla de neerlandeses con otras lenguas extranjeras y los dialectos nativos. Hay verdaderas fortunas y mansiones como puedes ver. Lamentablemente todo ha sido a costa del trabajo de la mano de obra africana. De ahí que haya tanta desigualdad y diferencia de clases en este país. Lo que me iba dando cuenta poco a poco sin saber previamente nada era que detrás de la aparente fachada limpia y ordenada se escondía el lado oscuro del pasado colonial y sus negativas consecuencias que me traían reminiscencias de lo que me había contado Kofi en Ruanda y Nelago en Windhoek. Me daba cuenta que viajaba observando la vida de un continente cuya velocidad de crecimiento no coincide con su edad real. Mirándolo por el retrovisor un mundo diverso en el que me había colado sin pagar peaje en donde unos se ganan su dinero con el sudor de los otros.

TWONSHIP KHAYELITSHA

Giuliano que conducía en aquel momento por una autovía guardó silencio y se limitó a decirme que atravesamos por un área muy peligrosa: El Township de Khayelitsha. El paisaje había cambiado del aroma dulzón de las flores de la ciudad y sus verdes campos a la periferia más empobrecida. Es un área en una superficie plana en donde se levanta otra ciudad. Permanecí inmóvil viendo la amplia hilera de miseria mientras pasábamos a la velocidad de un avión mirando a la derecha el asentamiento informal. Desde el coche al otro lado de la carretera observé las casas de chapa apiñadas unas con otras bajo el inclemente sol, tan pequeñas que más bien parecían letrinas de baño con los postes telefónicos y los cables enrevesados por los tejados. Fuera de aquel perímetro delimitado por donde circulamos se seguían sucediendo viviendas y más viviendas de un solo nivel. En aquel suburbio vive una población de casi medio millón de habitantes de raza negra y gente no blanca. Entonces recordé las palabras de Johannes cuando viajabamos en el camión y me decía que por ser negro no podía entrar en la iglesia. Así que sentí de forma directa cómo el racismo y las injusticias heredadas de las colonias europeas hacían de la realidad de estos países un hervidero de sofocantes contradicciones.  

—¿Cómo transcurre la vida ahí adentro? –le pregunté a Giuliano.

—Pues como en cualquier otro lugar. Hay comercios, peluquerías, bares, niños jugando en las calles, amas de casa y estudiantes.

—¿Es tan peligroso como dicen? –pregunté de nuevo.

—Bueno por lo general los crímenes y asesinatos de la ciudad se producen en estos suburbios. Es el tipo de lugar donde pagan justos por pecadores.

—Y estos asentamientos ¿a raíz de que se formaron?

—Gracias al sistema de segregación racial adoptado legalmente en 1984 en Sudáfrica que justificaba la marginalización de los negros.

—Entonces todo esto ha terminado.

—Fue Madiba Nelson Mandela en 1994 quien se convertiría en el primer presidente negro de Sudáfrica y marcaría el fin del apartheid. Sin embargo como puedes ver las huellas de la segregación racial perduran.

ESPERANDO UNA KOMBI EN EL TOWSHIP KHAYELITSHA

Mientras dejábamos atrás el asentamiento dos muchachas esperaban una Kombi. Las mire desde dentro del vehículo a la misma velocidad con la que pasamos y todo fue tan rápido como un relámpago. Sentí pena por la barrera que nos separaba esa misma que separa el África blanca del África negra y me sentía encapsulado en el coche sintiendo que lo único que quería era fundirme con los otros. El poder pararme allí para visitar el Township y subirme en la misma Kombi adónde se montaron esas muchachas para poder escuchar su lengua nativa y el encanto de lo imprevisto, como cuando viajaba con los egipcios navegando las aguas del Nilo o en el reino de Nubia por Sudán en donde más que sentirme integrado me sentía parte de los demás. Ese era el verdadero sentir del pueblo africano que sufrí junto a ellos en los desiertos y las inmensas llanuras de Kenia y Tanzania, en Zanzibar, sentado en el suelo de un barco con las mujeres swahili alcanzando las paradisíacas playas del Océano Índico, y que decir lo maravilloso que es viajar cientos de kilómetros con un camionero a través de Botsuana y Namibia.

STELLEMBOSCH

Dejando atrás el township de Khayelitsha llegamos a Stellenbosch en la provincia del Cabo Occidental con sus bonitas calles y haciendas adornadas de robles en donde la población ya era mestiza y blanca con las terrazas de los bares llenas de gente. Acababa de pasar por un gueto negro donde había pobreza, donde no había terrazas para turistas porque no había dinero, donde no había blancos ni mestizos que compraran y de repente sin más me tocaba vivir otro momento. Nos sentamos en una de las terrazas y Giuliano pidió una copa de vino Pinotage cruce entre las uvas Pinot Noir y Hermitage. Tuve que olvidar por dónde habíamos pasado pues es así el mundo en el que vivimos pero inevitablemente detrás de aquella bonita cara adentro de mi había rabia. Surgía en mi interior una confusa maraña de experiencias transformadas en recuerdos que poco a poco fue debilitándose con cada copa de vino. Mientras catábamos ese elixir que producía una ligera sensación de bienestar Giuliano decidió que era el momento de volver pues podía dar alcoholemia conduciendo. Regresamos en la misma dirección con igual mosaico de contrastes: casas de chapa mansiones señoriales jardines y dorados campos.

LONG STREET

Mis días solía pasarlos por el centro de ciudad » Long Street «era la calle más animada. Me recordaba con su estilo victoriano a las calles de New Orleans con sus pubs, tiendas, casas de vivos colores, techos empinados, balcones y estucado exterior. De día la gente obrera y honrada que vive en los Township trabajaba en los comercios y tiendas o como empleadas en las lujosas casas residenciales de los blancos. Al caer la noche regresaban a sus suburbios y uno que otro se le podía ver mendigando en las esquinas engañando algún turista despistado. Los blancos se movían en áreas selectivas vivían en otro mundo pero más allá de los paisajes de postal con animales salvajes no era fácil adentrarse en la verdadera África» en la vida de sus gentes y sus historias».

PENINSULA DEL CABO

Durante los días que recorrí la península del Cabo en el Jeep de Giuliano lo interiorice todo como uno de los más hermosos lugares que recuerdo. Aun sabiendo que no existe una ciudad perfecta y que el paraíso solo es una puerta ilusoria que uno tiene que abrir para saber que ya lo está tocando con sus manos la Ciudad del Cabo me daba todo lo que podía esperar de una ciudad con sus playas acantilados de rocas islotes y bahías. Todo estaba bañado de un inconfundible olor a mar, su tradicional comida, del entusiasmo generoso de la gente, del verde de los campos sus parques y la sutil belleza de sus colinas.

SEA POINT-CLIFTON-CAMPS BAY

Un día Giuliano decidió llevarme por toda la península del Cabo hasta alcanzar el extremo Sur. Cape Point en el Cabo de Buena Esperanza. Sea Point, el área de Clifton y Camps Bay eran sectores de playas con las residencias de lujo esparcidas entre las montañas. Detrás siempre estaba dominando el firmamento la montaña plana en su cima y larga como una mesa de planchar.

HOUT BAY

A la hora de la comida Giuliano decidió llevarme a Hout Bay. Justo antes de entrar a la zona de playa girando hacia la izquierda hay otro Township donde la misma belleza que nos acompañaba durante la mañana se había esfumado en cuestión de segundos. La luz clara del día se volvió oscura el verde de los jardines césped quemado. Caminaban las personas por la calle salía el humo de las parrillas de los vendedores ambulantes y se escuchaba el ruido de la gente desde lejos. Giuliano revisó bien las puertas y siguió en dirección a la playa. Yo en aquel momento vi cierta similitud con Río de Janeiro y sus favelas mientras me preguntaba por qué en dos de las ciudades con el emplazamiento natural más bello del mundo existía tanta diferencia social. Pero debía comprender que un viajero para poder recorrer el mundo tiene que saber vivir con las desigualdades y la impotencia que ello produce. Aparcamos el coche y nos fuimos al restaurante de la playa a comer.

NOORDHOEK

Al terminar volvimos al asfalto y seguimos hacia Noordhoek. Giuliano conducía por una carretera panorámica aferrada al mar el cual se agitaba colosal sobre las rocas entretanto que el viento amainaba hasta convertirse en una suave brisa.  Arriba estaba la bóveda del cielo azul como el océano frente al inmenso mar y todo el mundo que me quedaba por conocer.  Durante varios kilómetros avanzamos por esa vía adherida a las paredes rocosas excavadas en los acantilados al filo del océano, y cada rato nos aguardaba alguna sorpresa como una extensa playa de fina arena que se rozaba con la hierba verde aplanada como un folio en blanco, tan amplia y vacía como para trotar a caballo. Luego llegamos a un mirador desde donde todo parecía una incesante reverberación de luz viva donde mi espíritu sediento encontró sosiego. Nos detuvimos también en poblados marineros entre bahías con casas a lo largo y ancho de la costa siempre con los picos montañosos al lado. Todo era una conjugación entre la hermosura natural y la injusta manera de vivir de los hombres su incapacidad de unirse y permanecer en comunidad a diferencia de los animales. Y a pesar de todo eso la belleza todo lo colmaba y a cada fragmento de la totalidad le daba lo suyo pues todos estábamos vivos bajo el mismo sol y lo que nos separaba era simplemente una barrera ilusoria.

SIMON TWON Y EL CABO DE BUENA ESPERANZA

En Simón Town tuve la fortuna de ver una colonia de pingüinos que paseaban por la playa de Boulder y las aves alzando su vuelo hacia los islotes rocosos para disfrutar junto con los lobos marinos la brisa del mar. Más allá se encontraba el punto donde se juntan los dos océanos» el Atlántico y el Indico». Había llegado al extremo Sur de África y aunque parecía que había llegado al fin del mundo no era así. Pasando este cabo se podía seguir navegando hasta la India. Sin embargo durante muchos años los navegantes no creyeron que fuera posible semejante travesía hasta dicho lugar por lo cual lo llamaron “Cabo de Buena Esperanza” antiguamente conocido como Cabo de las Tormentas. Allá a lo lejos un barco diminuto se veía mientras yo permanecía impasible sentado junto a los acantilados.  

Categoría: África, Vuelta al Mundo 2009-2016Etiqueta: Sudáfrica

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