Bucarest
Cuando desperté el paisaje era agreste con bosques cerrados y ríos de aguas agitadas que corrían por debajo de puentes de piedra. Luego el tren se detuvo un tiempo, no me enteraba mucho de lo que estaban haciendo. Tal vez cambiar la maquina locomotora o acoplar algún vagón, poco a poco iba ascendiendo por las montañas y al cruzar el puente del río Danubio que divide Bulgaria y Rumania la llanura fue apareciendo hasta que llegué nueve horas después a Bucarest. En la estación saqué dinero en un cajero, me subí a un taxi que me llevo por anchas avenidas de desvencijados edificios con grandes carteles de publicidad. No sé si a la ciudad le faltaba algo o no, aunque la distancia no había sido muy larga yo más bien pesado de ánimo tuve una sensación de falta de conexión. Algo de palidez había en sus calles con ese aire gris poscomunista.
Brasov
Saliendo de la capital, más al interior los aserraderos y fábricas de madera se levantaban por los paisajes dejando un mal sabor tras ellos. En aquella región de los Cárpatos el aire se volvía más frío, la escarcha tomaba los campos.
Tras un breve paso por Bucarest visite Brasov La antigua capital de Transilvania construida por los Sajones. Al llegar a la antigua Plaza antigua del Ayuntamiento las montanas de los Cárpatos con sus bosques rodeaban la Ciudad Medieval, sus muros y bastiones Sajones. Destacaba su imponente iglesia Negra de estilo gótico y la «Piata Stfatului » plaza del consejo que esta rodeada de edificios barrocos de colores con sus adoquinadas calles en el centro de la ciudad.
Desde Brasov en menos de una hora en bus se puede llegar a Bran. La pequeña ciudad situada en Transilvania donde se encuentra el llamado Castillo Drácula.
Sighisoara
Al entrar por la puerta de la ciudad amurallada de Sighisoara las calles eran peatonales. Me hospedé en una pensión en la plaza Cetati donde se concentraban los bares y tiendas. Si bien durante el día las terrazas invitaban a sentarse era muy poca la gente que llegaba de visita por aquellas fechas. El clima no ayudaba mucho: llovía frecuentemente, frío y seco incidía en la ciudad como la mejor invitación para quedarse en casa.
Donde me hospedé era un viejo caserío de dos planta y techo de tejas. Abajo tenia salón con su cocina y una estufa al fuego de leña. Sus paredes estaban decoradas de cuadros con una gran mesa, bancos y muebles hechos de carpintería. Las vigas de madera en hilera sostenían el techo y el pavimento era sobrio, de leño. En la parte de arriba estaban las habitaciones para los huéspedes.
Me gustaba dirigir la mirada hacia afuera, desde la ventana de mi cuarto podía ver por una pequeña guardilla al fondo lo tupido que estaban los bosques. Robledales grandes y viejos, hayas y pinos cubriendo las laderas, y las hojas secas que ornamentaban los jardines con las torres e iglesias en pico. En Los tejados puntiagudos resaltaban en altura sus veletas de forja de viento. Aquellos días pasaban al ritmo de una partida de ajedrez, lentos y con el tiempo suficiente para pensar mi próximo movimiento.
En mis paseos parcialmente nublados todo el día, cuando miraba las viejas fachadas de casas coloridas con sus ventanas forjadas de hierro y portones de madera me llegaba un aire fantasmagórico. No nevó durante mi estancia, pero la niebla bajaba densa cubriendo las casas y las aceras como una cortina de humo sin dejar ver nada a dos metros de distancia. Una especie de halo misterioso atravesaba las calles añadiéndole cierto encanto. Un cielo gris más bien gafe parecía encogerse envolviéndolo todo. Era un tétrico paseo hacia la puerta lúgubre con la torre del reloj al fondo. De alguna manera pasear por un pavimento de adoquín vacío después del atardecer bajo la lluvia con la tenue luz de los faroles hacía que sintiera una renovada calma. Este retiro invernal se unifica con la serenidad sin tener que estar expectante a nada ni a nadie. Capaz de quererme con tan solo ver mi rostro en un espejo. Una vez regresaba a la casa donde me alojaba percibía el silencio como reposo, el calor de un candelabro como protección y la voz de alguien como compañía. Permanecí allí durante unos días. En la intimidad del hogar encontré un espacio acogedor.
Philip, un chico británico que estaba hospedado en la casa parecía estar muy interesado en la historia de Drácula, pues en la mesa junto a él tenía un set de colección de botellas de drakila.
-Yo tomé asiento frente a él y comenzamos a charlar por un rato haciéndose ya de noche.
De la cocina de leña salía un aroma a comida casera cuando llego el dueño del hogar que fue añadiéndole condimentos mientras la cocinaba a fuego lento.
Philip le preguntó a Bladimir sobre la historia del conde Drácula.
-Yo me quedé esperando que comenzara a hablar una vez se sentó en la mesa junto a nosotros. Aunque claro estaba que me sonaba a una novela de libro.
-Bladimir le contestó con soltura y disposición a Philip como un hábito de quién ya hubiera contado la historia muchas veces.
Vlad Tepes » príncipe de Valaquia entre 1456 y 1462″ principado rumano de la Europa oriental: fue conocido por su crueldad en contienda contra los otomanos llegando a utilizar como pena capital el empalamiento a sus prisioneros enemigos, de quien decían que se saciaba bebiendo su sangre. De ahí el sobrenombre Vlad el empalador o Vlad Dráculea «segundo hijo de Vlad Dracul» su padre investido por la orden del dragón cuyo atuendo era una capa negra y defendían la santa cruz.
Philip y Yo no nos movimos del sitio, pero la historia no dejaba que prestáramos atención a otra cosa. Bladimir nos invitó a cenar, se levantó de la mesa hacia la cocina y nos trajo una sopa de verduras que la sirvió dentro de un pan redondo del cual había cortado la parte de arriba y vaciado toda su miga.
-Uno de los placeres del viaje consistía en momentos como aquel, en estar en sitios desconocidos donde de la nada surgía un ambiente familiar. Donde con todo cariño las personas mostraban su rostro más humano. Escuchar las crónicas que dicen que sirvieron de inspiración al autor de la obra para crear el personaje de un vampiro llamado Drácula me había hecho olvidar el tiempo, pero el verdadero sentido de mi paso por Transilvania había sido que aquel mito me había llevado a conocer un bello territorio con su peculiar historia y propio acervo cultural.
-No me voy a llevar el drakila para Inglaterra sin antes probarlo dijo Philip al terminar nuestra cena. Abriré una botella ahora para que brindemos un trago. Alguien pico a la puerta y cuando Philip no dudo en levantarse para abrirla, dijo: Será Drácula.