Aguas calientes
Tomamos el tren hacia Machu Picchu en la estación de Pizca. El tren era nuevo; los techos tenían cristales panorámicos, los sillones giraban en ambas direcciones y los mozos llevaban un traje impecable de color azul con su nombre grabado en una placa. Disponíamos de un buen servicio incluido pastas y café.
Sin embargo aún se ve gente caminando por las vías para llegar a sus poblados. Iba renqueando la locomotora en dirección a la antigua y sagrada ciudad mientras se abría paso a través de los valles andinos sobre el valle del río Urubamba. Abajo un vertiginoso desfiladero empedrado nos hacía ver lo difícil que era llegar. Ascendiendo a través de túneles por entre las rocas llegué a pensar que dicho santuario debía seguir desconocido oculto y misterioso.
Así llegamos a Aguas Calientes un pueblo incrustado a 3000 metros de altura cuya asombrosa línea férrea está rodeada de paisajes abruptos y montañas que se elevan sobre paredes verdes y ríos. Las tiendecitas y la vida fluyen a ambos lados de la vía del ferrocarril. La máquina se iba abriendo paso por el medio de aquel mercadillo lleno de colores olores y sabores hasta que llegamos a la zona central donde nos alojamos en una posada a los pies de Machu Picchu.
Ollantaytambo
En toda la zona se preserva la cultura Inca asombra entre otras cosas la monumental arquitectura las excelentes redes de canales de agua que construyeron hace varios siglos su historia y sus leyendas. Sus poblados están ubicados entre valles sagrados y montañas como Ollantaytambo. Algunas casas están construidas sobre hermosos muros incaicos de piedras pulidas con finura y pueden apreciarse fascinantes ruinas diseminadas por doquier y terrazas agrícolas.
Desde la antigua fortaleza y el Templo del Sol con sus gigantes monolitos podíamos tener magníficas vistas del Valle Sagrado de los Incas. Sentados en una de sus callejuelas empedradas escuchábamos cómo resonaban los cencerros del ganado que transitaban por las calles y el rebenque.