Pasé un par de días en Christchurch descansando donde tuve tiempo de planear mi próximo destino: Queenstown. La había elegido por ser una ciudad popular en los deportes extremos y para conocer el estrecho de Milford Sound, un fiordo situado en el suroeste de la isla. Como no contaba con un presupuesto cuantioso decidí viajar haciendo dedo preguntando al dueño de la casa cual era mi mejor opción para salir por lo cual él hombre me prestó su ayuda. En un cartón con un rotulador negro y grueso apuntó mi dirección para después llevarme con su camioneta hasta la estación central de autobuses. Me aconsejó que tomase el de línea no.88 hacia la ciudad de Rolleston y una vez allí me bajara porque aquel era el mejor punto de intersección para hacer autostop en mi ruta hacia Queenstown.
Por el camino empecé a ver que todas las casas seguían un mismo orden o disposición y cada una tenía su parcela de jardín, su garaje, ninguna desentonaba con la otra desmesuradamente. Cuando mi autobús se detuvo cerca de una urbanización me di cuenta que había espacio para todos y era grandioso. Los paisajes que mi vista alcanzaba eran amplias zonas de césped verde reluciente y cuidado semejantes al campo de un estadio de fútbol, Había llegado a Rolleston.