Me sentí entusiasmado al volver a ver de nuevo a Bolat como un amigo que regresaba a buscarme. El viaje de vuelta a Tsengel paso rápido. Por primera vez Bolat sonrió. Era bello descubrir que solo era cuestión de tiempo para que lo lejano se acerque dócilmente hasta nosotros. En ese momento era ridículo pensar en la primera impresión que tuve de él, cuando creí que me iba a degollar. Al parecer se había franqueado esa barrera entre nosotros, como un muro de hielo que finalmente el sol había derretido. Era un día para celebrar. Bolat volvió a coger la botella de vodka que tenía debajo de su sillón y bebimos del pico, brindando por mi regreso. Ya no pensaba que el viaje había sido en vano, el esfuerzo había merecido la pena. La ausencia total de gente o el vacío ya no me generaba un sentimiento de apatía, sino que me sentía familiarizado con él.
Cuando llegué a Tsengel pensé que ya había terminado mi aventura por Mongolia, pero seguía muy lejos de todo, en aquel pueblo. Llegar y encontrarme de nuevo con la familia de Bolat fue motivo de gozo, lleno de confianza ya me encontraba suelto por la casa. Al día siguiente, Bolat me mandó a montar en su furgón y yo di por sentado que me bajaba a la ciudad de Olgy. Avanzábamos por un despejado terreno por donde merodeaban manadas de camellos bactrianos salvajes de color pardo oscuro, con sus dos jibás que parecían más bien un estorbo para cualquiera que quisiera subirse al lomo del animal. Nada los inmutaba. Ajenos a todo, en grupos comían la vegetación por las llanuras. Yo no podía dejar de mirarlos, pues nunca había visto camellos adaptados a aquellas exigencias del clima. Miré al horizonte, en el que no había nadie más que nosotros y unas suaves montañas uniformes donde asomaba la hierba, el sol lucía en un cielo despejado a las tres de la tarde, y habiendo salido de Tsengel enseguida me di cuenta de que aquel no era el camino a Olgy. Al parecer habíamos tomado la dirección opuesta, era claro que íbamos al encuentro de alguien. Bolat quería mostrarme parte de su forma de vida, era común en él que buscara sorprenderme. En aquel momento señaló con el dedo a través del cristal de la furgoneta hacia adelante, indicándome la proximidad de nuestro destino. Entonces llegamos con Markhulam, quien llevaba varios días segando y viviendo en una tienda de campaña. Afuera tenía una pequeña cocina metálica con una larga chimenea que humeaba y un camión que esperaba para recoger el pasto cortado. Ahí decidí incorporarme como uno más. Dejé la muleta en el suelo, y sin más, me puse a trabajar a la par con ellos. Comenzamos acumulando montones de hierba que luego cargábamos en el camión, cosa que era cada vez más difícil para mí; además de fuerza se necesitaba buena técnica, y yo desde el accidente no había vuelto a trabajar. De un montón pasábamos a otro. De repente cayó la noche y hacía un frío terrible. Tenía todos los dedos del pie adoloridos, y apenas podía caminar cuando comencé a lanzar la hierba con todas mis fuerzas, quería terminar lo que había empezado y demostrar que yo no era un enclenque, pues antes del accidente estaba acostumbrado a trabajar a destajo en el montaje, lo que también era un trabajo pesado.
Era medianoche cuando subimos al camión y nos fuimos a otro lugar donde había más montones apilados. No lo podía creer. Respiré lento, cogí aire y volví a lanzar la hierba con todas mis fuerzas. Entonces ya la relación con Markhulam había cambiado. Después de una dura jornada de trabajo vi en él una expresión de júbilo; parecía reconocer mi esfuerzo. Dejó la tarea y rodeó mi cuello con sus brazos apretándome fuerte pero cariñosamente en señal de amistad. Pensé en aquel momento que íbamos a trabajar toda la noche, pero no mucho tiempo después habíamos terminado. De vuelta a casa hicimos una que otra parada. Como siempre las puertas de la yurta estaban abiertas, pero era imposible entrar en una sin que la familia anfitriona ofreciera ariak, quesos y comida a sus invitados. Bebí la leche y repuse fuerzas, pero igualmente caí agotado. Ya solo deseaba partir al día siguiente. Al despertar, la sorpresa era que había que descargar todo en el pajar de la casa; no tuve problema porque yo me sentía lleno de entusiasmo y gratitud.

















Mongolia: De vuelta a Olgy.
