Chisinau
El taxi en el que viajaba atravesó por un parque entre el follaje de los árboles. Las aceras estaban levantadas, un poco decadente los edificios. Cuando di con la dirección de mi nuevo hostel que estaba en un ramal un poco escondido, me bajé del coche a la entrada de una casa de dos plantas y piqué al timbre. Una persona me abrió. Su nombre Ibrahim, otro viajero compañero de cuarto el cual dormía en la litera de abajo pegada a la mía. Un señor de avanzada edad que me llamó la atención nada más conocerlo. Se denominaba a sí mismo vagabundo y era una persona que tenía un estilo de vida errante en una sociedad sedentaria por el hecho de que continuamente estaba viajando. Un hombre de estatura promedio cuya calvicie le había dejado toda la parte frontal y posterior de la cabeza al descubierto. El resto de su cara lo cubría una abundante rizada y larga barba blanca con bigote de la cual se extendían dos trenzas hasta la altura de su cintura.
—¿De dónde eres? –le pregunté.
—Soy de Egipto, pero muy joven me fui a los Estados Unidos. Ahora soy un ciudadano americano.
—¿Cómo fue tu llegada? –le pregunté.
—Con una mano adelante y otra atrás –contestó en tono cortés.
—Y para entonces, ¿cómo lograste sobrevivir sin dinero?
—Corrieron los años, con ellos la vida. Trabajé en construcción hasta que un día me cansé de la vida material de los Estados Unidos y me hice vagabundo, me fue mucho mejor.
La vida de Ibrahim era algo fuera de lo común, lo que para él era normal y lógico para mí era extraño e imprevisto.
—Pero, ¿cómo puede ser eso?
—Durmiendo, comiendo en centros de acogida. Llegaba a ganar cada mes tres mil dólares pidiendo por los barrios residenciales más lujosos y exquisitos de San Francisco. La gente rica solía darme propinas generosas de billetes de diez o veinte dólares
Ibrahim tenía una forma de expresarse tan clara y determinante que cada una de sus frases parecía contener un enigma que solo él comprendía. Y, sin embargo, era un hombre tan claro y sencillo. Yo no podía evitar sorprenderme con cada una de sus respuestas.
– ¡Qué bueno, me has dejado a cuadros!
—Sí, reuní mucho dinero, con eso pude ayudar a mis hermanos. Después me hice un espíritu libre y viajé a dedo por todos los estados de mi país. Luego por muchos países de Centroamérica, Sudamérica. En este momento llevo cuatro años viviendo y viajando por diferentes lugares de Europa.
Después de lo que Ibrahim me estaba contando podía pensar que era un caradura por pedir a la gente limosna y no querer trabajar. Me había dejado un poco desorientado, no llegaba a entender si realmente era un alma libre y verdadera. Nunca había dado con una persona como él.
—¿Y sigues pidiendo por las calles?
—La verdad no, sobrevivo con una pequeña pensión de quinientos dólares.
Bueno, ¿Cómo te va aquí en Moldavia?
Bien, aquí con una pequeña pensión soy un hombre pudiente. El salario mínimo interprofesional no llega a los cien euros mensuales, no cubre las necesidades básicas para vivir. Esa es la realidad. Incluso tengo que tener cuidado por las calles con la policía que no me venga a extorsionar.
Una vez terminé de contársela me dijo que yo también era un vagabundo, un aventurero por decirlo de alguna manera. Ibrahim con sus gafas redondas y su forma explícita de conversar daba la sensación de ser una persona estudiosa, pero al mismo tiempo despreocupada.
Púes él me guiaba por las calles de Chisinau. Nuestro recorrido lo hacíamos por la avenida Alexander Pushkin. Al principio en pequeños rincones o calles austeras, luego un poco más grande la vía con presencia de elegantes edificios hasta llegar al parque de catedral en el centro. Allí a un lado se encuentra el arco del triunfo en honor a la victoria de las tropas rusas contra los turcos, pegado en línea la catedral y el campanario.
Tal vez no había mucho que ver en Chisinau si no fuera que lo hacía en la compañía de mi amigo. Si nos deteníamos en alguna pequeña tienda de comida o entrabamos en una Liberia me era difícil saber qué idioma hablaban. Era muy raro encontrarse con gente que lo hiciera en inglés, más aún en lengua española.
Moldavia hoy independiente, es un pequeño país de la antigua república soviética que compartió las raíces culturales con su vecina Rumania. Ibrahim me había dejado claro el porqué de tanta duda con el idioma. Era común que por su aspecto llamara la atención e incluso le pidieran fotografías. Aunque sus hábitos y educación eran normales: se lavaba los dientes, mantenía la ropa limpia, la higiene personal adecuada, no bebía alcohol ni fumaba tabaco, llevaba una vida tranquila.
Todos los días íbamos juntos a desayunar a Tucano Coffe, una cafetería llamativa en decoración como los vivos colores del ave. Con retratos tribales en grandes cuadros e ideas artísticas. A Ibrahim le encantaba aquel lugar, pues había buen ambiente de gente joven. Los diferentes granos de café, sus jugos licuados y batidos, las variedades de té, tartas dulces y pasteles. Él siempre pedía su café con bollería aunque el precio era más caro que lo que gastábamos comiendo en el bufet libre» cuarenta leus moldavos» dos euros al cambio. Aquel café de mañana era el único gusto que se daba todos los días. Por lo demás el resto de la jornada hacíamos el mínimo gasto. Yo, con el tiempo había aprendido aceptar lo que viniera como lo que necesitaba sin pedirle más a las circunstancias, sino estando simplemente agradecido con lo que aparecía ante mí. Enfocando mi mente en una ligera manera de vivir igualmente despojado de todo y con propósito. Sin pedir nada ni deber nada a nadie. Sin haber cambiado las circunstancias cambiaba la forma de ver las cosas, de manera que la misma pensión que antes de partir era insuficiente entonces la exprimía como una naranja sacándole todo su jugo. Había dejado de ver las circunstancias como carencias. Tras años en el camino viajar había dejado de ser algo ocasional: era mi forma de vida. Me había desprendido prácticamente de todo y por eso con el tiempo había aprendido a aceptarlo todo con gratitud, o por lo menos intentarlo. Lo que no me preguntaba era qué iba a suceder cuando regresara a casa, si sería capaz de adaptarme a una nueva vida» si sufriría o no el cambio». Era difícil predecir el futuro así que no pensaba en ello: me dedicaba a vivir el momento. Era una etapa como otras muchas con altos y bajos; Aceptaba las cosas como eran y me daba cuenta con mayor claridad que era feliz llevando la vida que llevaba.