Sentados en la terraza de nuestro nuevo hospedaje nos gustaba observar la vista donde veíamos un pintoresco lugar acurrucado en la costa rodeado de montañas. Nos gustaba también caminar por su malecón empedrado lleno de casitas blancas con balcones llenos de plantas y de flores. Topo pintaba y le gustaba hacerlo en la terraza desde donde observaba todo con atención. Tenía la hoja en blanco el edificio enfrente y su ojo tan entrenado que dibujaba a escala. A través de sus dibujos podía ver cómo mi amigo veía el mundo y cómo a través de la expresión lo transforma dándole la forma según su perspectiva. Estaba realmente inspirado por lo que aquella experiencia en México le estaba dando vuelo a su espíritu. Los rayos del sol se filtraban por el papel donde Topo pintaba figuras similares a las de los mayas con colores muy vivos que parecían reflejar enlaces con seres de otros mundos. Por la forma de la silueta de sus dibujos se podía apreciar una conexión entre su ser y el más allá. Tenía la gran capacidad de coger un papel en blanco hacer un garabato y sacar algo extraordinario agarrar el caos y darle un orden en su cabeza. Yo no entendía lo que dibujaba lo que veía pero la forma como trazaba una línea le permitía expresar cosas inefables que no podía decirme ni escribiendo ni con palabras. De su interior nacían las formas que fijaba. Me di cuenta que realmente viajaba con un artista pues mirando sus dibujos me daba cuenta que si hablamos de belleza para el artista lo bello y lo feo no existe ni hay cánones. No importa si la obra gusta o no gusta te mueve o te toca algo pues no tiene porque ser bella y complentativa. Me sentaba junto a él y observaba cómo pintaba. Topo pasaba mucho tiempo con sus pinceles haciendo dibujos que luego regalaba en el hostal a cambio de las noches de estadía.