Heber y yo hicimos los trámites necesarios en la frontera etíope para pasar a Kenia. Allí sacamos la Community Country una visa conjunta para tres países: Kenia, Uganda, y Ruanda. “¡Jambo, jambo!”, hola en suajili fue lo primero que escuchamos. Una larga carretera arbolada se abría camino hacia el lado keniata en donde buscamos hotel para pasar la noche en el poblado de Moyale.
MOYALE
Ya era de tarde cuando llegamos aquel lugar que no despertaba interés alguno con la gente comerciando sus productos en medio de calles embarradas, edificios deteriorados y un par de hoteles. Allí cambiamos dinero y nos tomamos el día de descanso. Heber se fue a su habitación y yo a la mía. Nuestra amistad iba dándose bien. Él se preocupaba más en hacer las cosas ordenadas y lo hacía preguntando a la gente previamente sin gastar energías innecesarias saliendo a averiguar las cosas en el momento de partir como solía hacerlo yo. Al encontrarnos al desayuno por la mañana ya tenía en sus manos suficiente información. Ya sabía por cuenta propia la compañía de buses con la que íbamos a viajar a Nairobi el lugar desde donde salíamos y su horario de salida, por eso dejamos la habitación del hotel con los primeros rayos de sol.
CARRETERA DE BANDIDOS
Habíamos escuchado que esta zona del Norte de Kenia era un infierno para quien se aventure atravesarlo pues durante muchos años había sido un lugar de emboscadas y asaltos de bandidos de la zona además de guerras tribales. Sin embargo seguimos adelante. A nadie nos cruzamos por aquella terrible pista de tierra, entre montículos de barro y camellos por una polvorienta llanura que descendía llena de baches con socavones tan profundos que saltábamos de los asientos como si estuviéramos montando a caballo. Heber se fijó en los locales que viajaban en posición semi-sentada y se sujetaban fuerte del asiento delantero, y aunque intentó imitarlos no pudo evitar los golpes al igual que yo. Así durante horas. La vía era intransitable nos daba dolor de cabeza y lo único que podíamos hacer era agarrarnos con fuerza para aguantar las embestidas. No había indicio de población. Era una tierra árida donde pastores semi-nómadas iban y venían con garrafas amarillas cargadas de agua. El cultivo era difícil la sequedad enorme y el ganado escaso. Sólo se veían de vez en cuando cabras y alguna vaca famélica con escasa leche mientras sobresalen chozas con forma semiesférica hechas con ramas entretejidas, maderas, espigas secas con techos cubiertos de paja, sacos, telas, cartones y plástico. Las mujeres vestían una tela roja intensa envuelta como una falda, cantidad de collares coloridos, aretes y pulseras. Al horizonte la tierra rojiza se ondulaba invirtiendo los árboles a lo lejos dando la ilusión de ser agua. Mientras tanto adentro del bus nada había cambiado. Cada pasajero se mantenía de pie como podía aguantando las embestidas en una lucha consigo mismo pues cada roca nos hacía saltar continuamente. Miraba Heber y tenía la misma cara de sufrimiento que hacía unas horas atrás, me daba la sensación de que en África ni siquiera había mala sombra o sea nada, solo vacío y un sinfín de kilómetros por recorrer.
MARSABIT
Me santigüe cuando llegamos a Marsabit un pequeño pueblo asentado en un macizo montañoso donde vimos una mezcla de gente de diferentes etnias» borena, gabra, ledile, rendille y samburu». Al ver esa diversidad aunque fuera solo por un breve instante de paso supuse que era un punto en el que tal vez se reunían las tribus para el mercado y podíamos hacer una parada. Fue un alivio bajarnos y sentir un poco de aire entre tanta aridez. Afortunadamente dimos con un lugar fresco para comer pegado a la carretera donde vimos a los africanos que viajaban con nosotros pedir carne y una guarnición como una especie de bola hecha con harina de maíz blanca llamada ugali, el alimento básico y tradicional de la zona que a mí me parecía insípido. Heber y yo pedimos lo mismo y nos trajeron la bandeja acompañada de un cuenco de sopa con vegetales. El sabor de la carne era muy fuerte y no supe diferenciar si era vacuno, de cabra o de camello, aunque de igual modo la comí con gusto. Heber tampoco dijo nada así que supuse que también pensaría como yo que lo que no mata engorda. Ya era de tarde cuando salimos de aquel bar donde hacía mucho calor. Al Subimos al bus nos dimos cuenta que nos quedaban todavía quinientos veinte kilómetros hasta Nairobi.
ARCHERS POST
Atravesamos un terreno oscuros que se volvió rojizo, amarillento y de múltiples tonalidades desérticas hasta que a medida que pasaban las horas comenzaron a aparecer pequeñas colinas que daban una sensación de alivio. Aquella sequedad que nos perseguía se difuminaba con los perfiles de las montañas. A la altura de Archers Post un punto de abastecimiento en medio de la nada encontramos carteles con señalizaciones que indican la entrada a los parques nacionales de Samburu, Buffalo Springs y Shaba. Habíamos entrado al norte de Kenia por la frontera de Moyale escuchando historias de asaltos de bandidos y conflictos de guerras tribales por la lucha de la supervivencia y entonces atravesamos un desierto donde apenas había agua y alimentos agarrados del asiento durante horas en un tortuoso camino con el cuerpo machacado sin ver un animal grande salvo famélicas vacas y camellos. Afortunadamente no nos había pasado nada. Lo cierto es que deseábamos llegar a Nairobi. Esa era nuestra meta.
EASTLEIGH-NAIROBI
Al despertar estábamos entrando a un barrio a las afueras de Nairobi donde terminó nuestro recorrido. Fue casi a medianoche cuando llegamos sin saber dónde estábamos algo que en principio nos preocupó. Al bajarnos miré a Heber y lo vi tan agotado como yo quien sacando aliento de donde no tenía dijo:
—Mañana será otro día. Busquemos un hotel.
Pasábamos por una zona con mucha vida nocturna y muchos hoteles. El nuestro se encontraba en una calle llena de barro con la acera levantada encharcada de agua y llena de basura. Cuando llegamos y preguntamos en dónde estábamos nos dijeron que en un barrio de Nairobi llamado Eastleigh» un nombre que sonaba muy británico». La habitación del hotel era un cuarto oscuro pequeño y sucio por donde apenas entraba luz, que más bien parecía la habitación de un prostíbulo donde subían las parejas a pasar la noche. A la mañana siguiente decidimos cambiarnos a un mejor hotel ya que fue realmente difícil pasar la noche en el otro con aquellas condiciones tan precarias. Salir significaba saltar a otra dimensión debido a los fuertes contrastes. Nos encontramos con hoteles mugrientos y ostentosos con casas de chapa y madera con techos de zinc.
EASTLEIGT CRECE Y CRECE
Aunque éramos los únicos occidentales en aquel suburbio de Nairobi decidimos quedarnos allí. Los servicios eran buenos y baratos. Además sabíamos que posiblemente no tendríamos un hotel como aquel en mucho tiempo. El hall de entrada muy espacioso con grandes lámparas en el techo áreas de descanso y cómodos sillones para sentarse. Lo mejor fue la habitación tal vez la más amplia y con la cama más grande que había tenido en todo mi viaje. Había espacio suficiente para hacer allí una reunión de negocios con un lúcido suelo marrón una mesita de cristal con dos sillas mirando a la calle su tele de plasma baño con mampara de ducha y agua caliente. Algo que era todo un lujo en África.
Nos encontrábamos en un área metropolitana donde la desigualdad se hacía evidente. Tan pronto nos encontrábamos con viviendas informales por callejuelas enfangadas llenas de pobres gentes sin acceso a servicios de ningún tipo, como en una calle llena de hoteles de cinco y seis plantas de estructura acristalada. A la salida cruzábamos la carretera de enfrente y teníamos que tener cuidado de no tener un accidente metiendo la pierna en las aguas sucias y malolientes de los regatos que estaban abiertos, y eran lo suficientemente grandes como para meter el cuerpo entero. El contraste con los territorios yermos del norte de aquel quebradizo desierto que habíamos dejado atrás fue desmesurado. Parecía que donde nos encontrábamos el dinero se movía a raudales y se notaba por la cantidad de gente que diariamente entraba y salía de los grandes hoteles. Muchos iban trajeados, otros como nosotros de bajo perfil parecían ser gente capitalista en un barrio de negocios lleno de bancos, agencias de transporte, de viajes, compañías aéreas, restaurantes y comercios. Sin embargo la desigualdad y la pobreza eran evidentes. Poco a poco fuimos entrando en la dinámica del lugar y enseguida nos dimos cuenta de la extensa red comercial que se movía. Se oían los gritos de la multitud unidos al estridente ruido de los vehículos y en las calles desbordadas de gente cada cual se las buscaba como podía. Los vendedores esperaban atentos en las bisuterías, perfumerías, tiendas de ropa, de telas y de electrodomésticos. A cada paso había un olor distinto: por ejemplo, a mandazi, unos panecillos fritos de bollos semidulces con leche de coco en aceite caliente. También se freían una especie de salchichas a la barbacoa acompañadas de patatas o plátano frito que también en otros puestos lo cocinaban en plato como un puré, y todos los olores se mezclaban en el ambiente. El maíz también lo asaban y se comía igualmente con legumbres y frijoles hervidos. También era muy curioso que en cada esquina se escuchaba una lengua distinta de diferentes países como Eritrea, Somalia, Yubutu, y de migrantes llegados de Yemen o de la India en gran medida musulmanes. En medio de tanta diversidad hasta nosotros pasábamos inadvertidos. Estaba claro que toda aquella gente llegaba en busca de una mejor calidad de vida y oportunidades a Kenia lo que acentuaba la crisis económica en África pobre y escuálida como una calle enfangada de Eastleigh.
NAIROBI
Para bajar al centro de la ciudad cogíamos un «Matatu» uno de los tantos minibuses típicos de Kenia con todo tipo de publicidad donde se escuchaba adentro sonar reggae y hip hop con los decibeles a tope. Cuando nos subimos en el interior los hombres y mujeres parecían viajar en su propia onda. Había jóvenes con los cascos puestos escuchando música mujeres sacando la cabeza por la ventanilla abierta y hombres hablando por el móvil. No podía haber sido una mañana más animada. Nuestro viaje ahora no era bíblico y rural como en Etiopía sino urbano y callejero. Si bien Etiopía parecían vivir anclada en el pasado por el contrario Nairobi era una urbe fundada por los británicos que quiere aparentar lo que no es, ser una ciudad próspera y moderna. A ambos lados de la carretera se construían viviendas y parecía que la ciudad crecía sin control ni orden con suburbios de arrabales en el exterior y grandes rascacielos en el centro financiero que ilusoriamente parecía prosperar en medio de la miseria. Allí se podían ver carros de lujo, Rolls Royce, Lamborghini y encontrarse con europeos de descanso debido a ser un punto de llegada y partida para los safaris a las paradisíacas playas del Océano Índico. La realidad es que Heber y yo solo estuvimos un rato por el centro y regresamos pronto pues estábamos impacientes de hacer nuestro safari.
CONTACTANDO CON ERIC
Tras varios e-mails nos pusimos en contacto con Eric para realizar el safari por el Masái Mara una reserva natural en la región del Serengueti al Sudoeste de Kenia. Tras hablar con él se presentó rápidamente en nuestro hotel y cerramos rápido el trato. Nos pareció un hombre serio y honesto por eso le pagamos una parte por adelantado. Solo le pedimos la copia de su DNI un simple escrito en un papel y su firma como formalismo. Habíamos depositado cuatrocientos dólares a un particular que no conocíamos. Así sin más confiamos en Eric “Ya no hay marcha atrás esperemos que el hombre venga mañana” le dije a Heber dentro del ascensor y a la mañana siguiente como un reloj Eric estaba esperándonos en el vestíbulo del hotel.
—¡Buenos días Eric! Hoy es un gran día. El Masái Mara nos espera. Estamos impacientes –le dije.
—¡Yo también! Cuando me dijisteis que estaban hospedados en Eastleight tuve mis dudas. Sois mis primeros clientes que están hospedados aquí.
—¿Qué sucede en Eastleigh?
—A Eastleight la llaman la pequeña Mogadiscio. Existe sobre aviso de no pisar esta zona por su extrema violencia. Una guerra se libró aquí y setecientas personas fueron detenidas tras la masacre en el centro comercial Westgate donde 67 personas fueron asesinadas por el grupo terrorista Al-Shabab milicianos islamistas somalíes afiliados con Al-Qaeda. Un atentado bomba en un microbús aquí mismo provocó otra nueva oleada de crímenes. Cuando sucede algo en Nairobi las tropas de élite de la policía cargan contra los habitantes de Eastleight donde los abusos, homicidios, detenciones y secuestros son comunes. Todos los terroristas somalíes y del cuerno de África se refugian aquí, con el dinero de la piratería llegan para instalarse e invertir en Eastleight. Lo compran todo, los hoteles, comercios y restaurantes. Es un foco de distribución de drogas, contrabando y sexo. Eastleight es una urbe independiente la red más grande África del Este. No es un sitio recomendado, tengan mucho cuidado. Y ahora sí vámonos afuera tengo la furgoneta y todo está preparado –dijo Eric.
GRAN VALLE DE RIFT
Por el camino al Masái Mara encontramos una manifestación de campesinos armados con palos. Tan pronto como pudimos pasamos aquel tramo y más adelante paramos en una gasolinera y una furgoneta llena de europeos aparcó delante de nosotros para llenar el depósito y comprar provisiones. Llevaban la vestimenta completa recién estrenada para el safari. Eran un grupo de hombres adinerados asesorados por alguna agencia de viajes europea. Vestían ropa de camuflajes, llevaban sombreros, gorras, chalecos, botas, cantimplora, brújula, prismáticos y cámaras fotográficas. Sin embargo tenía yo la suerte de ir acostado en bermudas y descalzo porque Heber y yo habíamos pagado cien dólares más de lo que cobraban las agencias que organizaban los Safaris en Nairobi para hacer nuestro safari con Eric, teníamos una furgoneta de siete plazas sólo para nosotros porque así lo habíamos decidido» una Volkswagen adaptada» cuyo techo se abría para poder ponerse de pie y observar los animales. Queríamos que fuera inolvidable y privado el safari sin ningún antipático de turno ni discusiones por si alguien quería pasar más tiempo mirando la jirafa, o el elefante, o si menganito quería detenerse media hora para fotografiar los ojos de un guepardo a tres kilómetros de distancia. Me movía por la furgoneta de arriba a abajo en completa libertad saltando de asiento en asiento y observaba el Gran Valle de Rift una fractura geológica cuya extensión es de 4830 kilómetros de Norte a Sur desde Yibuti a Mozambique» una grieta en la tierra tan descomunal que atraviesa doce países y se dice fue el comienzo de todo, la cuna de la Humanidad”. Era una llanura sin fondo que lo acapara todo a su alrededor y que sigue creciendo perpetuando la vida y la fecundidad del reino animal. Mirando al horizonte desde el vehículo aparentemente todo permanecía ingrávido, etéreo, sin movimiento, en un silencio absoluto con las nubes del cielo quietas y un sol que parecía dormir sobre los pastos verdes y amarillentos. Sin embargo sabíamos que en ese hábitat corren los guepardos, las gacelas, resopla el búfalo con furor y otros animales salvajes. Había esperado tanto tiempo por vivir aquel día que estaba impaciente. Mientras tanto Heber seguía en lo suyo sentado en el asiento de adelante viaje hablando con Eric. Finalmente cinco horas después de la partida de Nairobi estábamos llegando a la reserva del Masái Mara hogar de los Masái.
MASAI MARA
Atravesamos la entrada del parque y ya cruzando la pradera nos topamos con millares de cebras de Grant con sus cuerpos blancos y negros que nos deslumbraban por su brillo bajo el sol. Las jirafas se acercaban a comer las hojas más altas de las copas de los árboles y sus frutos enfrentándose en duelo. Empalas pastaban en las partes más tiernas y nutritivas de las plantas, antílopes afinaban sus grandes orejas, gacelas thomasi saltaban con energía. los elefantes que no podían pasar inadvertidos agitaban los árboles con la base de la trompa y arrancaban el follaje de las ramas y la corteza de los troncos. Eric nos sugirió observar los elefantes en la distancia y que no nos acercáramos pues estando con sus crías podríamos enfadarlos. Entonces de pronto vimos a las primeras leonas que permanecían tumbadas radiantes y serenas como esfinges, y luego a otra hermosa manada que se escondía entre las hierbas con un león agazapado y holgazán que dormía todo el día sin inmutarse con nuestra presencia mientras yo observaba su silueta sin cansarme.
—Creo que podemos abrir la puerta y acariciarlo. Parece de peluche. Será inofensivo –dije.
—Posiblemente se levante y se vayan –dijo Eric–. Yo no abriría la puerta igual tienen hambre y puedes comprobarlo tú mismo.
De repente se levantó el león.
—¡Dios mío, puede saltar hacia nosotros! El techo está abierto –dije.
—No os mováis –dijo Eric– Permanezcan tranquilos pues ellos no pueden diferenciar bien vuestra figura puesto que ven todo en un conjunto.
—¡Mirad qué densa melena! ¡Qué extremidades más portentosas! Sus dientes felinos, imaginadlo en la cama.
—No digas a una chica que eres un león en la cama. El león eyacula en segundos, muchas veces al día pero en segundos. Mejor di que eres un rinoceronte ese sí puede durar una hora.
FIERAS SALVAJES EN LA SABANA
Teníamos una manada de fieras salvajes recostadas al lado de nuestra furgoneta tan cerca de nosotros que si sacamos la mano por la ventanilla los podíamos tocar. La adrenalina subió al instante. En un tramo de nuevo en marcha recorriendo la sabana Heber mandó parar la furgoneta.
—¿Puedo salir? Quiero mear y fotografiar la sabana.
—No, está prohibido. Son reglas del parque. Es muy peligroso –dijo Eric–. Pero bueno si ya no aguantas está bien hazlo rápido.
—No se ve un bicho viviente –dijo Heber–. No hay problema.
—No te fíes. Se esconden bajo las hierbas –dijo Eric.
GRANDES PRADERAS DE TIERRA Y HIERBA
Afortunadamente no pasó nada aunque doscientos metros más allá otra manada de leonas se nos cruzó. Caminaban hacia nuestro encuentro en medio del camino hasta que se detuvieron a olfatear los neumáticos. Me pasaba por la cabeza que el gran felino pudiera saltar al capó y nos atacara por el hueco del techo. La sensación era la misma de ponerse al borde de un puente o un precipicio y mirar hacia abajo. Los nervios se ponían a flor de piel. No obstante después de un rato siguieron su camino como si nuestra presencia fuera un cero a la izquierda. Grandes praderas de hierbas eran el enclave natural de rinocerontes, búfalos, antílopes y gacelas, todo se desplegaba en un espectáculo de vida conmovedor. Las praderas de tierra se perdían en el horizonte y a medida que avanzamos su extensión era más grande. Eric por su parte se esforzaba en hacer bien su trabajo preocupándose de que todo estuviera en orden. Era un hombre robusto y fuerte, de carácter reservado pero cercano. También interesado por el estudio de los animales Heber no paraba de hacer preguntas movido por la curiosidad y las ganas de aprender. De pronto se volvió hacía mí para preguntarme si escuchaba bien las explicaciones que Eric nos estaba dando:
—¿Sabéis que las manadas están compuestas en su mayoría por hembras y los machos adultos que son menos y más grandes se distinguen por la melena entre su cuello y cabeza? –dijo Eric.
—¿Y cuántos cachorros suelen tener cada una? –preguntó Heber.
—De dos a cuatro. Cuando dan luz se apartan de la manada con sus crías varias semanas y después regresan –dijo Eric–. También las leonas trabajan en equipo para traer el alimento. Luego una vez termina la cacería el león es el primero en comer.
—¿Cuál es entonces la función del macho? –preguntó Heber.
—El león dominante protege la manada orinando para marcar su territorio e intimidando con sus rugidos. Si otro león quiere acercarse tendrá que pelear y el vencedor se quedará con la manada.
ENCUENTRO CON EL GUEPARDO EN MASAI MARA
De repente habló Eric:
—Mirad a lo lejos en aquel árbol donde hay un guepardo puesto que no es fácil encontrarlos y habéis tenido suerte. Es el animal terrestre más veloz y en carreras cortas llega a superar los cien kilómetros a la hora
Heber cogió los prismáticos para observar y después lo hice yo. Miré su cuerpo estilizado de piel moteada con su larga cola y unas líneas negras que le salían de los ojos. El felino con su cabeza alta tenía una postura erguida a pesar de estar sentado. Yo lo miraba tan cerca de mí que sentía como si él también me estuviera vigilando, como si nuestras miradas se encontraran. Llegue a sentir incluso no como una conclusión que nos enseñan en el colegio o en la universidad sino como una certeza absoluta que se halla en la vida que los seres humanos somos una especie animal.
RIO MARA
Cuando llegamos al río Mara que nace en Kenia y fluye hasta Tanzania para desembocar en el Lago Victoria Eric detuvo la furgoneta. Desde dentro sin poder salir del vehículo estuvimos unos minutos observando desde arriba la vida animal. Abajo en el río que serpenteaba escaso de agua mientras las aves carroñeras planeaban sobre el terreno y súbitamente descendían, los hipopótamos y cocodrilos se sumergían bajo las aguas para refrescarse o se les podía ver acostados en los bancos de arena. Grandes reptiles que parecían dormir hacían movimientos sigilosos para luego abrir velozmente la boca y devorar a los peces que pasaban. Al atardecer los hipopótamos salían a alimentarse en busca de pasto. Me quedaba extático contemplando aquel ordenado espectáculo de la vida, maravillado de reconocer el mundo en el que vivimos. Entonces le pregunté a Eric.
—¿Por qué hay tanta variedad de animales en este lugar tan reducido?
—Aquel estrecho cauce del río de apenas cincuenta metros es un punto crucial, pues cuando los animales sedientos se detienen para hidratarse pueden ser devorados por los cocodrilos. Por allí pasa la mayor migración anual de nuestro planeta. Alrededor de dos millones de ñus, cebras, gacelas y antílopes recorren tres mil kilómetros de Sur a Norte en busca de pastos frescos para alimentarse.
—Entonces es un paso obligado y peligroso, una trampa mortal –le dije yo a Eric.
—Así es desatándose una vertiginosa lucha por la supervivencia.
CACERÍA NOCTURNA EN LA SABANA AFRICANA
Eric arrancó de nuevo y apenas trescientos metros más allá debajo de un árbol encontramos otra manada de leones descansando entre la hierba amarilla. El sol se escondía rojizo en la sabana esperando la caída de la noche. Era entonces cuando las fieras salvajes comienzan la cacería, y aunque nosotros no íbamos a salir a explorar el área en la oscuridad percibí una conducta sigilosa en los animales y sentí que algo iba suceder.
—¿Cuáles son las presas más fáciles en la noche? –pregunto Heber a Eric.
—Las cebras que se distinguen por sus rayas que brillan en la oscuridad.
—¿Y cuál es el predador nocturno más peligroso? –preguntó de nuevo Heber.
—Las hienas suelen cazar en la noche y atacan en manada. Además tienen la habilidad de comunicarse entre sí «Son terribles» pero también hay que tener mucho cuidado con los hipopótamos que salen del agua que son muy agresivos y rápidos» nunca debe uno subestimar su velocidad». De noche los chacales los búhos y los insectos salen a alimentarse siendo todo ello es vital para mantener el equilibrio.
Heber miraba a través del cristal de la ventana a ver si veía alguna cebra. Ya se acercaba el final de nuestro safari y habíamos pasado todo el día recorriendo la sabana africana, sus planicies abiertas extensas de arbustos y hierba con millares de animales. Lo que era un sueño pasó a ser una realidad que me resultaba difícil de creer. Estaba contento aquel día y el rostro de Heber también irradiaba felicidad.
DE REGRESO AL CAMPAMENTO
De regreso al campamento bajo la luz del atardecer un horizonte sin nubes se tiñó de tonos rosáceos. Por los senderos nos cruzábamos con los masái que caminan solitarios en la distancia con sus lanzas en mano y arcos de flecha de un lugar a otro. Esbeltos con sus largos cuerpos envueltos en telas de colores vivos y collares de abalorios se perdían en la distancia con sus rebaños de ovejas y cabras hasta llegar a sus pequeños poblados. Viven en chozas de barro y estiércol » Manyatta» con techo de paja y rodeadas estas por vallas de ramas dispuestas en círculo para protegerse así de los animales.
En aquel hábitat en donde las fieras atacan al ganado los masái mantienen una estrecha relación con el entorno como guardianes y conocedores de la región. De ahí el antiguo rito de iniciación de que para convertirse en un valiente guerrero se ha de cazar un león, al que respetan pero no le temen. En medio de todo esto iba apareciendo en nosotros una felicidad que nacía del encuentro con la naturaleza y el hombre. Por eso África a pesar del sufrimiento de muchos me parecía el continente más bello donde la vida animal prolifera en el Serengueti, donde a lo largo de los siglos el Nilo sigue viendo morir a las generaciones a sus pies como las dunas de arena atravesando los perdurables desiertos del Sudán y el altiplano etíope hasta llegar a Egipto. Sin embargo en medio de tanta belleza también hay mucho dolor. La muerte es una cercana compañera que advierte su proximidad con la malaria, el sida, la hambruna, las sequías y las guerras. También en las personas a orillas del camino que caminan kilómetros en busca de un pozo de agua y en los barrios convertidos en arrabales llenos de miseria y basura. Sin embargo a pesar de lo complejo que fuera presenciar muchas situaciones difíciles es imposible que el flujo inagotable de vida que mana del continente africano se detenga. África es en definitiva contradictoria y hermosa.
La experiencia del safari nos había puesto frente a la bella e implacable naturaleza ante la cual si nos detenemos bien seguimos siendo animales indefensos si sabemos admirarla y respetarla.