FLORENCIA
Cuando me di cuenta una vez desperté ya habiendo pasado seis horas de viaje y estaba llegando a la ciudad de Florencia cuando el día se estaba abriendo. Los edificios de paredes gastadas absorben la luz del sol con puertas y ventanas viejas de madera roble y un cielo que clareaba mientras caminaba por una acera envuelto en el manto de una ciudad en donde levantaba la vista y desde cualquier punto sobresalía la torre del palacio de Vecchio, la cúpula de ladrillo de Duomo alzándose por encima de los edificios con tejados de terracota roja. Mirándolas a lo lejos podía ver como acariciaban con su figura las colinas al fondo en la distancia.
PIAZZA DE DUOMO
Florencia es una ciudad pequeña que invitaba a caminar. Atravesé unas cuantas calles desde mi hotel y llegué caminando a la Piazza de Duomo el centro religioso de la ciudad. Una zona en donde me parecía que los edificios se echaban encima de mí absorbiendo todo alrededor con su perspectiva dándome la sensación de estar dentro de un laberinto de formas y geometría. Brillaba la luz en tonos miel caramelo sobre la catedral Santa María del fiore- Duomo campanile de Giotto, Battistero di San Giovanni con sus columnas de piedra gris y base cuadrada. Las paredes de planta octogonal revestidas de mármol verde, blanco, rosado destacaban la visión del conjunto en sí que me parecía con sus líneas como tridimensional en el plano y el espacio. Todo lleno de rayas y puntos rectos allá una figura por un lado por una esquina debido a su geometría y trazado.
PIAZZA CENTRAL DELLA SIGNORIA
Tras unos pasos al sur de la catedral encontré la Piazza Central Della Signoria que ya presentaba un aspecto de mayor dimensión de espacio que la plaza de Duomo en donde fijaba la mirada en el palacio Vecchio y su torre Arnolfo con acabados de muro de piedra en grano de arenisca. Sus estatuas alineadas delante» Adán y Eva, Hércules y Caco» al lado la plaza con la «fuente de Neptuno» en donde respiraba más hondo a la luz de cielo abierto llevando mi vista más lejos «A la profundidad» en donde paseaba la gente sin ver aquella confusa perspectiva de su vecina plaza Duomo
PÓRTICO DE LA SEÑORIA
Me senté a descansar en unos bancos de piedra al lado del pórtico de la señoría donde sobresalen pilastras arcos de medio punto y esculturas renacentistas en donde destacaba los leones de Medici Perseo con la cabeza de Medusa. Era inevitable sentirme como en un museo al aire libre. Más que nada la huella que había dejado en mi Florencia había sido reconocer el trabajo de aquellos geniales hombres como Leonardo, Miguel Ángel, Dónatelo, Botticelli que se hallaban en los frescos de las iglesias las estatuas y fuentes.
Todo aquel arte producía en mí una sensación de perfección y equilibrio entre las formas pero más que nada la huella que había dejado en mi Florencia había sido reconocer el trabajo de aquellos geniales hombres como Leonardo, Miguel Ángel, Dónatelo, Botticelli que se hallan en los frescos de las iglesias las estatuas y fuentes «La huella que dejaron a la historia de la humanidad».
UN HOMBRE TOCANDO EL VIOLÍN
Me encontré con un hombre sentado tocando el violín en el centro de la plaza. Aquella melodía que sonaba no era otra que la banda sonora del padrino. Había tocado mi fibra sensible de tal manera que hizo que me detuviera al instante a escucharla. Las parejas de turistas paseaban cogidas de la mano abrazándose por la cintura apoyando sus cabezas uno sobre el hombro del otro. Tiene la ciudad ese aire romántico que por un instante hace olvidar las discusiones amorosas. Aunque todavía no había llegado el invierno los niños lucían sus gorros de nieve llevaban bufanda y guantes haciendo juego. Fue en aquel momento recordé a los niños del África medio desnudos que cargaban a las espaldas a sus hermanitos pequeños en Mali o cuando se nos agolpaban a la ventanilla del coche a vender frutas cuando viajaba con Boudry. Los que vivían mendigando en las calles del Cairo, Adis Abeba, Lomé, Cotonou, Dakar, un sinfín de llanto en el áfrica que llevo dentro. Aquel columpio que daba vueltas y vueltas en Luderitz (Namibia) y de repente se paró. Allí estaba yo melancólico sentado en un banco escuchando aquella melodía fijando mi mirada en los rostros de aquellos niños pensando cómo cambia la vida de algunas personas tan solo por nacer en un lugar u en otro. No pude evitar esa sensación de frustración Al terminar la canción me levanté para darle la propina a aquel hombre. La puse en la gorra que tenía en el suelo y seguí caminando. Todos aquellos intensos recuerdos ocurrieron en el bravo lapso de una canción así como dicen que nuestra vida cabe en un instante. En aquel momento recordé lo injusto que es el mundo para muchos niños que no van a ver nunca un futuro cercano que no pueden crecer con las mismas oportunidades que otros. Recién había llegado a Europa tras más de un año en África me parecía todo tan color de rosas que percibí esa sensación de haber vuelto a meterme dentro de aquella burbuja que por tantos años había limitado mi vida. Mi infancia y adolescencia reflejada en una calle la Piazza Duomo de Florencia. Por un instante el tiempo se había detenido para mí.
RÍO ARNO
Después saliendo de la plaza al momento estaba dando un paseo a la orilla del río Arno donde me senté en su muro para relajar los músculos dejando a mi lado derecho la Florencia monumental. Al izquierdo con las colinas encima asomaba un barrio más viejo y lugareño de casas pequeñas donde el puente Vecchio lo atraviesa en uno de sus puntos. No era un puente común por donde pasan los vehículos sino las personas. Una estructura de piedra sostenida sobre tres arcos en donde podía ver encima casas habitadas integradas en la ciudad como un edificio más sobre el agua.
VAL DE CHIANA
Salí de Florencia rumbo a Roma con un día que mostraba su claridad acentuando mis ganas de llegar a la capital de Italia. Me sentía un poco emocionado atravesando el val de chiana en autobús por el centro del país con sus colinas cubiertas de vides y campos de trigo donde se alzaban con su verde perenne arboles cipreses con su follaje con forma de pluma alargada. Esparcidos por los campos de fino perfil mostraban con su recto tronco y corteza delgada los caminos a los pueblos de la toscana. Cuando entré en Roma pasadas tres horas de viaje la ciudad en sí como ciudad santa por su grandeza pasada exhibía un aura milenaria.
ROMA
Una vez me instalé lo primero que hice fue visitar el Coliseo conocido en la antigüedad por el nombre de “Anfiteatro Flavio”. Cuando entré al teatro miré hacia la arena y me transporte al pasado. El coliseo era como lo había imaginado grandioso e inmutable al paso del tiempo. Es colosal y pocos lugares de visita en el mundo hicieron volar mi imaginación como aquel día en el coliseo. Desde un punto alto del anfiteatro contemplaba lo que quedaba de los pasillos y galerías inferiores en donde encerraban a los gladiadores que salían a pelear a vida y muerte en la arena unos contra otros y contra las fieras. Podía ver a la multitud de las gradas del circo gritando exultantes en unos juegos para divertir a la plebe. A lo lejos la figura de la sensual cleopatra como última reina del antiguo Egipto con Julio César y Marco Antonio rindiéndose a sus encantos. Y si el pulgar señalaba al revés o hacia abajo la suerte estaba echada era la grandeza de Roma. Saliendo del Coliseo en la misma calle igualmente que me había sucedido en Florencia todo era un museo en sí mismo» El Foro y El Palatino Romano» que era el corazón de la antigua roma desprendía historia por todos los costados. Sus ruinas y templos me dieron la sensación de encontrarme con lo eterno.
FORO Y PALATINO ROMANO
Saliendo del Coliseo en la misma calle igualmente que me había sucedido en Florencia todo era un museo en sí mismo el Foro y el palatino Romano que era el corazón de la antigua roma desprendía historia por todos los costados. Sus ruinas y templos me dieron la sensación de encontrarme con lo eterno pero pasear por Roma no era como Florencia las distancias eran más grandes y me flaqueaba la pierna.
MUSEOS DEL VATICANO
Horas después Iba caminando por los pasillos de los Museos del Vaticano observando las diferentes salas con las Estancias de Rafael en donde me encontré varios artistas contemporáneos de hoy dando color a sus pinturas en un complejo trabajo de restauración. Lo primero que pensé era quiénes serían aquellos chicos a los que no les temblaba la mano con tal trabajo. Lo orgullosos que estarían sus padres de ellos y porque no el mismísimo Rafael que murió en el año 1520 a los treinta y siete años sin saber que quinientos años después su escuela sigue viva.
Alcanzaba a ver en sus retratos la vida mundana y espiritual. En la pintura de la Escuela de Atenas un fresco que representa diversas figuras de los sabios de aquella época como Pitágoras Parménides Arquímedes entre otros tantos que se ven reunidos de pie y sentados con sus alumnos, me enseña que la filosofía no nació en un aula sino en la calle de una ciudad donde Sócrates nacido en Atenas enseñó filosofía en comunidad, con los vecinos, con sus amigos, en una plaza, parque o mercado. El padre de la filosofía maestro de Platón que entraba a la sala sosteniendo el Timeo que nos habla de la cosmogonía sobre el alma del mundo al lado de su discípulo Aristóteles con su escrito de la ética y la moral. Aquella pintura me hacía ver que la filosofía es humana no una materia de colegio completamente académica y se puede encontrar cuando el hombre se desenvuelve en la vida. Me daba entender que otra forma de crecer alternativa y hacer filosofía es viajar no solo el contenido teórico sino la experiencia para contrastar y formar un criterio.
CAPILLA SIXTINA
O las pinturas al fresco de Miguel Ángel minutos después en la bóveda de la Capilla Sixtina una instancia individualizada de naturaleza divina según la mitología Romana que nos dejó más tarde que Rafael a los ochenta y ocho años en 1564. Levanté mi vista al ábside y pude como persona común glorificar su obra el juicio final. Mirando aquel mural pensé que solo el artista puede discernir lo que hay con su valor moral y los académicos pasar estudiando toda su vida. La visión religiosa y existencial de Miguel Ángel sobre la humanidad, la creación de dios y el primer hombre» Adán» la desnudez contra la iglesia de roma. Los ángeles y las vírgenes sus demonios luces y tinieblas. Aquella experiencia en Roma me había llevado de vuelta a mi seno familiar al recuerdo del hogar.
Observando los frescos llegó a mi voluntad la figura de la virgen de la santina de Covadonga que me había dado mi abuela y que guardaba en mi mochila. La que me había protegido a lo largo de todos los años de travesía y en el fondo también en ocasiones depósito en ella la fé. Rezaba cuando la colocaba en las noches de vacío y deseo en mi mesita para llenar mi hueco interior y reencontrarme con mi abuela con mi madre y familia de nuevo. Comencé a reflexionar sobre mi existencia sobre Dios y la religión. Entonces yo que había iniciado mi vida cristiana con los sacramentos de bautismo confirmación y eucaristía al ser educado en el seno de una familia católica tras mi peregrinaje por el mundo llegué a entender en la ciudad de Roma que la religión no significa comprensión de la línea de una cosa sino entendimiento de la integridad además de otras cosas.
PLAZA Y BASÍLICA DE SAN PEDRO
A la salida me detuve en una de las tiendas souvenirs y me acordé de mi madre que me pidió un rosario. Sabía que el nuevo Papa era argentino pero no recordaba su nombre. Había una a amplia gama de rosarios con todos sus papas y épocas por lo que pregunté si aquel era el papa actual y cuando me confirmaron que en efecto era él Don Francisco, compre dos uno para mi madre y otro para mi abuela. Acto seguido continúe el recorrido por los pasillos interiores hacia la Basílica de San Pedro y me quede asustado cuando entre por la puerta y vi la magnitud de sus dimensiones pues es enorme y demuestra poder ostentosidad. Adentro en su interior hasta podría maniobrar hasta un camión con remolque. A la salida de la misma me encontré a sus pies la Plaza de San Pedro. Desde afuera a cielo abierto la cúpula de la iglesia realzaba esplendorosa sobre el cielo de Roma. Allí había terminado mi Tour en la eterna ciudad sagrada del catolicismo.
Se iba acercando al invierno en Roma el clima era agradable y la luz de los atardeceres pintaba las piedras y monumentos como su historia en un dilatado espacio sobre su imperio
FERRY A SICILIA
En Roma tomé un ferry hasta Palermo Una isla ubicada en la Italia insular separada de la península itálica. No quería irme de Italia sin conocer aquella región que por siglos ha vivido las épocas de colonización de las civilizaciones más antiguas, ocupada por fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, normandos, árabes. Viajar en ferry era tranquilo y confortable pues a diferencia del bus se hacían las horas muy apacibles. Iba navegando por el mar tirreno bañando las costas de Italia pues me gustaba viajar en este medio de transporte aventurándome hacia las islas.
Sin apenas darme cuenta transcurrieron más de doce horas de travesía y de repente ya estaba en Palermo capital de Sicilia. Tomé un taxi a la salida del puerto y le di la dirección de mi hospedaje.
PALERMO
Circulaba por una vía ancha con el tráfico que estaba pesado y me subía la carrera del taxímetro en la que cruzaba un anciano andando por el paso de cebra mirando a todos los lados con dulces en la mano saliendo de una pastelería. Sentados en las terrazas consumían helados y sorbetes. La ciudad no tenía esa fachada armónica y brillante de Florencia y Roma. El abandono de sus calles la suciedad que aparecía salpicando cada esquina cada callejón adyacente. No era tan elegante pero si trajo de nuevo a mi ese bello encanto de lo decadente absorbido por los siglos de historia.
Se asentaba Palermo con el fondo de sus montañas. La ciudad soltaba su bravura bajo el sonido de las bocinas y la luz penetraba como un filón entre la fisura de las paredes de sus edificios de porte elegante. Muchos de ellos en su mayoría deteriorados caían sobre húmedas fachadas mustias por la lluvia oxidando el forjado de sus grandes balcones con macetas y jarrones de flores rosa laurel.
Subí al cuarto piso donde quedaba mi alojamiento y desde la ventana del cuarto me fijaba en los faroles de la calle, las lámparas de cristal en el frente, una y otra figura tallada en la cornisa o en lo alto de algún edificio, fuentes con esculturas en mármol de carraca y cúpulas redondas de iglesias asomando al cielo.
ARRAIGO FAMILIAR EN SICILIA
Palermo sin saberlo iba estrechándose con fuerza llenándome el presente de grandes recuerdos. Sus calles me transmitían ese sentimiento de nostalgia pues un conocido arraigo familiar se sentía en Sicilia. Me daba la impresión de estar en la ciudad portuaria de Montevideo en tierras rioplatenses al otro lado del atlántico caminando por el barrio sur de Palermo en Uruguay nombre de la ciudad italiana residencia de los inmigrantes italianos y criollos que llegaron del viejo continente. Toda la diáspora que cruzó el atlántico buscando abundancia en el nuevo mundo allá a finales del siglo xxix principios del xx. Esa similitud que pude ver en sus calles empedradas viejas casonas de grandes balcones, faroles, fachadas anchas, puertas estrechas y ventanas alargadas. Uruguayos descendientes de italianos como mi amigo Mauricio. Entonces iba caminando por las calles en ocasiones recordaba otros lugares y era inevitable pues era un plácido recuerdo que era un breve instante y después cuando la noche cerraba el día se iba.
DÍAS MOJADOS Y VENTOSAS TARDES
Palermo me transportaba a una Italia más gris de días mojados y ventosas tardes con curiosas tiendas de marionetas y muñecas de trapo. Me sentía más animado en el sur de Italia en medio de aquel mercado entre verduras espinacas alcachofas cubierto de toldos que si bien protegían del sol también dejaban entrar la lluvia. Se escuchaba el griterío de los comerciantes las motos y los motocarros se cruzaban por el medio cargados de naranjas melones y sandías. También se freían en las sartenes a pie de calle buñuelos hechos con harina de garbanzo mientras inmigrantes africanos indios y pakistaníes no dejaban de preguntar los precios moviendo sus manos. Lo que por siglos permanecía en Sicilia el comercio y los viajes en busca de la riqueza de sus tierras.
PASEO MARÍTIMO PALERMO
Salí un nuevo día a dar una vuelta en dirección al paseo marítimo. A mi alrededor muy temprano la ciudad aparecía dormida delante de mí. Un paisaje urbano de edificios en el pie de la montaña que la miraba como un pellejo protegiendo las uñas de su pie mirando al mediterráneo en donde buscaba la presencia del mar. Y por la mañana con la luz nublada del día no me alegraba mucho la vista salvo que el tiempo mejorara o me detuviera a conversar con una ragazza italiana. Fue en la contemplación de los botes que estaban abrigados por un muro de piedra en donde yo posé la mirada como si fuera a subirme a uno e irme a navegar sin rumbo. Las embarcaciones de recreo asomaban con sus largos mástiles desafiando el viento. Más adelante faenaban las barcas de pescadores hasta que caminando por la costanera sin quererlo me encontré con la terminal del puerto.
MERCADOS DE PALERMO
No se olvida las voces de un siciliano el aroma de las especies que llenan las calles de sus mercados. El caminar pisando verduras y frutas con los cafés en medio y un camarero animándome a comprar una camiseta de un equipo de fútbol en el puesto de enfrente. El comer arancini esos conos de arroz empanados y fritos elaborados con diferentes rellenos que comía a cualquier hora del día de espinaca, carne, setas y champiñones con queso. Abandone el lugar atosigado por los vendedores que se echaban encima de mí después de llevarme un gran susto por ser casi atropellado por un triciclo de carga a rebosar este de frutas melones y sandías como si volviera al alborozo de un mercado islámico.
UNOS ESPAGUETIS TRAPANESA
El día siguiente comencé a caminar sin rumbo. Palermo me transportaba a una Italia más gris de días mojados y ventosas tardes con curiosas tiendas de marionetas y muñecas de trapo. De pronto me vi indagando entre los mercados en donde encontré puestos de comida en la calle. Aquello me animó a sentarme en la mesa de uno para comer. Cuando salió Santino un alegre camarero que se sentó al lado mío con ganas de conversar. De pronto comenzó a hablarme sobre la gastronomía de su país y el gusto de los italianos por el buen comer. Lo hacía con mucha pasión orgulloso de ser siciliano. Acabe por preguntarle sobre el origen de la pasta.
—Santino ¿es verdad que la trajo Marco Polo de regreso de China a Venecia? –le dije.
—No es así. Esa historia es solo es un mito. Fueron los invasores musulmanes del norte África. Ellos invadieron Sicilia en el 827 y trajeron la pasta. Tras la conquista de la isla implantaron pasadizos subterráneos para canalizar las aguas en diferentes niveles y capas freáticas creando así un sistema de galerías bajo tierra que hizo posible disponer del agua suficiente para el riego de nuevos cultivos. Proliferaron los cultivos de limón, almendra, berenjena y trigo candeal, una variedad de grano duro adecuado para hacer la pasta seca llamada trilla caracterizada por ser de menor tamaño a los espaguetis que hoy conocemos.
—¿Y qué paso con los musulmanes? –le pregunté.
—Finalmente fueron expulsados con los años.
Santino se levantó de la silla alzando el menú gritando el nombre de los diferentes platos de pasta que tenía. Antes de irse adentro del bar me dijo que no podía irme sin probar los espaguetis sicilianos. Yo opté por unos espaguetis trapanesa que llevaban pasta de tomate, albahaca, ajo, almendras trituradas y un chorrito de aceite de oliva.
VENECIA
Venecia la ciudad romántica. Había escuchado tantas anécdotas en otras partes del mundo sobre la ciudad de los canales que irremediablemente sin entrar en comparaciones estaba deseando conocerla. No podía esperar más. Entré a la ciudad caminando por el Puente de la Libertad una mañana del martes sorteando un laberinto de callejuelas, plazas y puentes sobre el agua. Me resultó un poco confuso orientarme al principio pues no había caminos sino canales. Sin embargo, después de preguntar a varias personas que me fueron indicando por las calles encontré la dirección de mi alojamiento que había reservado en una pequeña y agradable estancia en el distrito de Dorsoduro 30004-b, en el mismo corazón de Campo Santa Margherita. Una plaza rodeada de restaurantes y cafeterías.
CAMPO SANTA MARGHERITA
Recuerdo aquel lugar tranquilo en Venecia porque estando está cubierta de agua en aquel espacio interior transcurría la vida cotidiana. Por la mañana cuando llegué compré algo de fruta en uno de los tenderetes que allí se montaban y me senté en un banco en el medio de la plaza bajo la sombra de un árbol. Me encantaba invitarme a sentar mientras observaba alrededor bajo la luz del día los tonos pasteles de las casas en donde asomaban las buhardillas en los tejados. Me entretenía mirando un edificio de ladrillo con una figura en relieve de mármol, luego la blancura de una fachada de piedra istia con sus ventanas cerradas de hierro negro forjado. Tenía la piedra ese color gris pálido con el paso del tiempo y eran escuelas de cofradías, casas venecianas del siglo xv.
ELÍAS Y SU PERRO SPOT ANTICO CAPÓN
Cuando toqué el timbre el encargado salió a recibirme. Su nombre era Elías que se presentó a la puerta estrechándome la mano con un gesto caballeroso. Lo primero que hizo fue darme la bienvenida a Antico Capón, confirmo mi reserva y me dio un mapa de la ciudad para orientarme. Su rostro apacible a cambio de una vida tranquila en la recepción del hogar. A Elías le gustaba hacer de anfitrión escuchando las historias de viajeros que según él eran muy interesantes. Por decir un hombre educado su discurso se limitaba a hacer que te sintieras bien tratando con delicada amabilidad a sus huéspedes. Elías me enseño mi habitación y me dio la llave. De complexión normal con canas a punto de jubilarse llevaba aquel día una bufanda sobre el cuello jersey de pico con camisa blanca y zapatos de cuero. Podía ver el buen gusto de los italianos para vestir.
Subiendo las escaleras acostado al lado del pasillo descansaba siempre su perro Spot un galgo Whippet que me ladró la primera vez que entré en la casa aunque una vez me olfateó movió su cola y nunca más volvió a molestarme. Elías cuidaba de su perro mantenía un ambiente relajado en la casa. Después de conocer a Elías y a su mascota Spot salí a explorar la ciudad. Lo primero que hice después de echarle una ojeada al mapa fue dirigirme a la fundamenta delle Zattere que constituye el límite meridional de la ciudad donde están las dársenas de la terminal del muelle situada en Sestiere de Dorsoduro el mismo barrio donde vivía. Al caminar podía ver un barrio con vida estudiantil con universidades lleno de bares donde los jóvenes se juntaban a tomar algo despreocupados. En mis paseos encontraba tiendas de ropa vintage de antigüedades y mercadillos. En un lugar donde se animaban las calles deslumbraban sus monumentos. Nunca había visto una ciudad con tantas iglesias que a cada paso aparecían delante de mí. Por lo que Venecia rebosaba de simbolismo religioso sufriendo los efectos de la moda que perdura entre el hoy y el ayer. En los grupos de estudiantes con chaquetas mezclilla de los años 70. Toda la ciudad brillaba con sus tejados rojos y sobre sus campanarios altos y afilados ellos como la punta de un lápiz.
ZATTERE SAN BASILIO AL PONTE LONGO
Cuando logré llegar a la dársena le Zattere San Basilio al ponte longo, una amplia calle recorría el muelle durante casi dos kilómetros de longitud a lo largo del canal della Giudeca que desemboca en la cuenca de San Marcos. Hacia el frente asomando como otra pequeña ciudad» la isla Giudeca». Una más de las tantas islas en la laguna veneciana del mar adriático. La actividad de las góndolas, los vaporetos y la gente era incesante por tierra y mar. Podían verse de un lado a otro entre las dos islas a ambas orillas.
Era imposible no detenerse a mirar el exterior de aquellas fachadas ornamentadas y abiertas que besaban el mar. La gente paseaba deteniéndose en los bares y terrazas flotantes en donde se sentaban a contemplar el mar. En lo que era una pasarela de barcos donde pequeñas embarcaciones entraban y salían por el canal meneándose con el desplazamiento del agua que provocan los grandes cruceros. Que con sus dimensiones y altura oscurecían las calles, sus fachadas, terrazas y campanarios.
CRUCEROS POR LA LAGUNA DE VENECIA
El sol brillaba haciendo más blanca la estructura de los cruceros que asomaba a la orilla en la laguna como un espantapájaros asustando a la población haciendo que la ciudad romántica pareciera a su lado una ciudad en miniatura. Visible al frente destacaba a lo lejos en la isla de Giudeca la gran cúpula de la iglesia redentor con su fachada de mármol blanco. Esa opulencia que tiene Venecia siempre la sentía cerca de mí bien a pie o sentado en un muelle de madera de una manera u otra la ciudad entraba por mis ojos aunque no quisiera
PLAZA SAN MARCOS
Pronto me desvíe hacia el interior de la ciudad dejando el mar abierto a mis espaldas y crucé por el puente de madera de la Academia, uno de los cuatro del gran canal. Enseguida escuché las campanas de la torre del reloj que me indicaron que había llegado a la Plaza San Marcos. Mis expectativas ya estaban recompensadas tan solo con encontrarme allí en el punto más bajo de la ciudad. Entre calles de mármol que se inundan de agua con frecuencia cuando llegan las llamadas mareas altas con la subida de las aguas, del nivel del mar. Acabé por situarme en el centro de la plaza donde fijé la vista en la Basílica de San Marcos y sus cinco cúpulas. En una esquina se alzaba el campanario de la basílica a un lado el palacio ducal y los museos. En medio de cientos de palomas busqué un banco para sentarme pero no había.
PUENTE RIALTO
Seguí caminando en dirección al Puente de Rialto con sus rampas inclinadas unidas por un pórtico en medio. Cuando lo atravesé su interior estaba lleno de gente. La mayoría turistas compraban en sus dos hileras de tiendas laterales, cristal, joyería, perlas, oro, ropa, artesanía de madera. Había mucho ajetreo en aquel pasillo peatonal debido al comercio que allí se realizaba. El gran Rialto el puente principal del gran canal era donde latía el corazón de la ciudad.
Había una luz intensa al mediodía el cielo estaba despejado y azul con unas cuantas nubes que parecían cubrir la ciudad y el canal en forma de una cúpula cerrada. Tan expresivo el firmamento como una pintura de Tiziano reflejándose en el agua el color de las fachadas medievales con sus ventanas contiguas al centro y otras más alejadas unas de otras, las banderas ondeando al viento en los balcones, los elegantes arcos de piedra ojivales y siempre por encima de toda una cruz sobresaliendo en lo más alto.
GÓNDOLAS Y ENAMORADOS BAJO EL PUENTE RIALTO
De pronto una góndola con su forma de media luna con un remero y dos enamorados pasando bajo el puente saludando a todos embriagados por el momento. De repente estaba viendo la luz de Venecia. Tan refinada como esa llama que enciende el amor. Dejándose ella colorear por aquel bello recuerdo en los canales de Shenzhen aquel día en China que invitaba al susurro juntos el uno con el otro. Cuando me acosté sobre su hombro y la besé en el cuello tiernamente. Pero no solo cruzaban las góndolas con las parejas enamoradas el puente Rialto transeúntes lo atravesaban de un lado a otro constantemente.
SALIDA DEL PUENTE RIALTO
Me detuve en aquel punto a observar el bullicio donde me llamaron la atención los postes de madera de los amarraderos que son como pirulos de caramelo pintados de colores variados hechos para estacionar las embarcaciones. A la salida del puente Rialto estaba el mercado frutas y verduras en donde compre unas peras jugosas y naranjas sanguíneas un poco más ácida con ese color rojo oscuro de la pulpa. Siempre solía haber un puesto de pizza donde me sentaba a comer.
CALLEJEANDO VENECIA
Después me dejaba llevar por las calles intrincadas sin mucho afán de buscar nada. Eran esos momentos donde mejor me sentía andando a la deriva sin más objetivo que caminar dejándome llevar por la belleza. Cuando fijaba la mirada en alguna zona de canales secundarios de agua, observaba la puerta de entrada a algunos bajos sumergidos como lugares inhabitados. Puertas de hierro candadas embellecidas con estatuas de piedra, como si fuera la entrada a una cripta funeraria o a las mazmorras. Con el agua hedionda, putrefacta, cubierta de ramas y hierbas. También me daba cuenta de que había un límite invisible que separaba la Venecia íntima y hermética de la turística. Paseando por las calles no podía diferenciarlo, pero viendo un poco mejor mi intuición saltaba a la vista. Eran como dos espacios superpuestos sobre la misma realidad. Una vida exterior y otra dentro de las casas. Había rincones poco visitados al interior de los barrios donde los patios de los edificios eran huecos vacíos y oscuros donde no entraba la luz. Sus fachadas estaban mohinas de la humedad, las paredes con los ladrillos a la vista, la capa de cemento caída, la pintura carcomida, las puertas cerradas, sus persianas abajo. Era imposible saber si adentro vivía gente. No había vecinos hablando de balcón a balcón ni niños jugando en los patios ni los abuelos charlando afuera sentados en una silla ni sus nietos llevando la leche y comprando el pan ni los perros afuera atados a una farola, ladrando. A lo sumo una maceta con flores en el balcón me indicaba que adentro de la casa podía haber gente. Me sentía caminando solo sin apenas turistas alrededor por una comunidad sin voces dejándome llevar por el encanto incluso de ese abandono y esa decadencia que hacía parte del embrujo de la ciudad. Me quedé mirando a través de aquellas paredes opacas. Luego era un poco más pesado mi andar buscando una salida en aquel laberíntico entramado, en calles que daban a patios cerrados mientras miraba los escaparates de las tiendas en donde podía ver las máscaras típicas de carnaval.
Venecia es bella una ciudad única que invita a contemplar a detenerse de nuevo en el encanto de la luz y del tiempo. Sin embargo se me acercaba la hora de partir.