ALDEA TROGLODITA DE MEYMAND
En el trayecto por infinitas planicies desérticas solo veía torres de electricidad que se perdían al horizonte. Súbitamente apareció un cementerio de lápidas y de la nada surgió la vegetación con verdes árboles que crecían de la tierra seca. Había casas de ladrillo desvencijadas, soportadas con vigas de acero donde a lo lejos se formaban pequeños remolinos de arena.
Después de un largo trayecto llegué a la ciudad de Shar-e-babak, un punto intermedio donde me bajé del bus y subí a un taxi en busca de la aldea de Meymand y de repente apareció una pequeña colina rocosa llena de grutas habitadas hace miles de años. No vi a nadie cuando llegué hasta que Arash salió de una de las cuevas a recibirme quién resultó ser un jovencito estudiante que vivía allí a cambio de cuidar el poblado. Aquella caverna había sido cavada a mano siendo muy acogedora, cóncava, fresca y de bajo techo, sin baño ni agua corriente, con una pequeña cama, una mesita de estudio, una estantería para los libros y una bella alfombra anudada a mano de lana y seda.
Luego de enseñarme Arash donde vivía me fue a presentar a una familia y al llegar a una cueva de piedra abierta a la intemperie extendieron una sábana en el suelo donde nos sentamos a comer verduras con arroz, frutos secos y un yogur agrio, apenas había unas veinte personas de las doscientas familias que poblaban la aldea y esto se debía a que se habían mudado temporalmente al pastoreo en las montañas donde cosechaban frutas y alimentos hasta el invierno que regresaban. Aunque Arash me había dicho que había cuevas acondicionadas para el hospedaje como no tenía mucho dinero le pedí un lugar para dormir sin tener que pagar por lo cual me llevó a una caverna que en realidad era la mezquita donde iban a rezar, un lugar sagrado, seguro, amplio, todo a mi disposición que según me decía era la morada de Allah, donde se acoge a quien tiene y a quien no tiene, al que es de allí y al extranjero. Todo el suelo estaba decorado de bellos tapices donde había un tablero escrito en farsi y una alfombra tejida con la cara del Imán Jomeini donde también colgaba una sábana de una cuerda que servía como división, allí mismo pase la noche reflexionando entre aquellas paredes con la imagen que nos vendían del mundo islámico como una colectividad fanática, violenta y maligna que contrastaba con la calidez humana, la belleza y el desinteresado afecto que siempre encontré; la comida en la oficina de la compañía de bus, mi día de pic-nic en Abyaneh con Darío el taxista y su familia, las conversaciones y paseos por la plaza del Imán, todo en medio de un sueño apacible entre alfombras bajo el caluroso afecto de un cobijo espiritual. Realmente nada podía pasarme en aquella cueva ya que lo más peligroso era que me cayeran los playeros que tenía colgados del tendal en mi cabeza. Me desperté al amanecer y lo primero que vi fue mi mochila, la muleta y toda la ropa tirada por el suelo. Aquel cuadro lo tengo grabado en mi mente y pensaba que quería seguir viviendo así despreocupado de todo ajeno a las noticias viendo el mundo con mis propios ojos.
MASHHAD
Después emprendÍ ruta desde Kerman viajando toda la noche por llanuras desérticas hasta llegar a Mashhad, la capital espiritual de Irán y en la estación un hombre que llevaba una identificación de turismo se me acercó para ofrecerme un apartamento cerca de Imán Square en el centro, además no tenía que compartir habitación y la ubicación era excelente saliendo directamente a las callejuelas de los mercados y los santuarios.
Mashhad era una ciudad activa de mucho fervor religioso y cuando me acerqué hasta el complejo de las mezquitas aunque no era musulmán me sentí feliz porque me dejaron a la vez que sentí una sensación de timidez y asombro ante todo. Con prudencia atravesé un pórtico ornamentado de mosaicos azulejados que me conducía a diferentes patios donde permanecían multitud de fieles resaltando a la vista minaretes con grandes cúpulas turquesas doradas y bañadas en oro. Enormes plazas se conectaban unas con otras y varias pantallas gigantes transmitían a un Imán Chií que recitaba el Corán. Los peregrinos sentados rezaban conversaban o leían las suras sentados en los extensos patios y la superficie total de toda el área superaba todo lo que había visto donde muchas familias se sentaban a mi alrededor sobre las alfombras que tapaban el mármol.