Visible, al horizonte, como sometiendo nuestra presencia a la mera insignificancia, estaba ese cono perfecto, un volcán. Y es que Indonesia forma parte del cinturón de fuego del Pacifico. Tiene el archipiélago alrededor de 400 volcanes, muchos de ellos activos y con gran actividad sísmica. No dejé de verlos nunca como desnudos, coléricos e irascibles, impidiendo que me acercara a ellos, amenazando con escupir su lava y hacer temblar la tierra.
En cada una de las islas, a lo largo y ancho de ellas, cada vez que levantaba la vista no podía dejar de pellizcarme para saber si estaba soñando, con su energía paralizan por completo todo alrededor. Dormimos en Moni, un pueblo al pie de uno de estos volcanes
Y el último día subimos al monte del Kelimutu para ver sus tres calderas con tres lagos. Arriba, con la niebla fría cubriendo los cráteres, amaneció muy calmo. En la naturaleza, la magia no es un juego, verdaderamente existe y no hay necesidad de saber cómo se hizo. Dice la leyenda que cuando uno muere su espíritu se dirige al Kelimutu.
En Ende terminó nuestra aventura en grupo. Habían transcurrido diez bonitos días juntos, pero llegó la hora de separarnos. Marga y Sergi seguirían su camino hacia la isla de Sulawesi, el hogar de los Toraja. Patry y Lee volverían en avión a Bali para poner fin a sus vacaciones. Por mi parte, ya estaba en el tramo final de mi viaje por Indonesia, esperando el ferri a Kupang que salía dentro de dos días y no podía perderlo porque no tendría otra oportunidad hasta quince días después.