Fueron catorce horas en alta mar, por el mar de Savu. La lluvia comenzó a caer con fuerza por todo el barco, en un viaje nada fácil. Cuando llegué a Kupang y localicé mi gueshouse me relajé. Lo hice sabiendo que me faltaba por tramitar la visa a Timor Oriental.
Un día después, fui a la embajada, pero estaba cerrada y tocaba esperar cuatro días. Sin embargo, en los viajes las cosas cambian cuando uno menos lo espera. Conocí a Bala y Sanjai, los dos nacidos en Nueva Delhi, India. Bala de unos cincuenta años trabajaba en la construcción como gruista en Dubái, y Sanjay, mucho más joven que yo, reconocía que no trabajaba, pues regentaba un negocio familiar.
No sé si era su naturaleza, su razón o concepto del mundo, pero me trataban como si fuera de la familia. Todos los días ellos compraban la comida, la cocinaban, y yo era invitado a la mesa. Pasábamos las horas escuchando música india en el móvil. En los paseos, bajo el cielo de Kupang, Sanjay me hablaba de su mujer, de su hija y de lo increíble que es la India. Cuando me invitó a conocer su país tuve la sensación de que nos íbamos a volver a encontrar pronto. Kupang no tenía nada especial. Y por mi parte, saboreaba como nunca mis últimos días en Indonesia.