Dejando atrás la ciudad de Tawau, en el estado malasio de Sabah, llegué en ferri a Nunukan, una regencia de la provincia de Kalimantan, situada en la isla de Borneo, justo en el límite fronterizo entre Malasia e Indonesia.
Todo estaba en calma cuando pisé tierra firme y sentí la sensación de volver a reencontrarme conmigo mismo. Como si la vida me llevara, avancé dejando el mar a mis espaldas mientras el sol pegaba fuerte sobre mi cabeza. Entonces busqué reposo en un pequeño parque. Era mediodía y los niños salían de los porches de sus casas a recibir mi insólita presencia con un unánime saludo: “Hello, Mister”.
Sentía la necesidad de descansar, pero el Catalia Express, un barco noruego, haría ese día una travesía desde la isla de Nunukan hasta Pare Pare, ciudad ubicada en la isla de Sulawesi o islas Cébeles. Mi deseo era llegar a Nunukan, pues desde allí seguiría mi viaje hacia la región de los Toraja, un pueblo que convive con los muertos. Compré el billete sin pensarlo, pues, tal vez, no habría otra salida en semanas. Una vez en el muelle, todo cambió en un par de horas. De repente un trasiego continuo de personas y mercancías se agolpaban alrededor del puerto donde cargaban el navío. Los portadores tiraban de carros llenos hasta reventar. Con tanto peso apenas podían levantarse a sí mismos. La bocina del barco silbó a los cuatro vientos, anunciando la salida. Cuando subí había un gran desorden, la nave estaba dividida en diferentes categorías y plantas. Familias enteras se amontonaban. Me acomodé donde pude; todos estaban apiñados, tirados por el suelo con mantas y almohadas. Tenía que saltar por encima de la gente para poder caminar por los pasillos. Cambistas traían enormes cantidades de dinero en sus manos, canjeé mis últimos ringgit por rupias. Al lado mío, una señora contó su fortuna haciendo fajos de millón en millón de rupias y las guardó en una bolsa de plástico. Fui conociendo a mis nuevos vecinos, una familia cuyo hijo disparó todo el día una pistola sonora y tocó una guitarra de juguete hasta que se le acabaron las pilas; una mujer con una alfombra y un traje blanco que se ponía a rezar mirando a la Meca, en la llamada a la oración; y yo, el único europeo en aquel barco, que no tenía ni una colchoneta para dormir, ni tenía clase ni clasificación, ni espacio para descasar tranquilo. Tuve que buscar un hueco, me acomodé al aire libre en la segunda cubierta. Me tiré allí mismo con mi saco de dormir, pero el viento comenzó a soplar fuerte. Se levantó una tormenta; todo volaba por los aires. Me asomé a la escalera para ver la tempestad y tuve que agarrarme fuerte de la valla de protección porque el viento casi me lleva. El agua entraba por todos los costados y quienes estábamos en la cubierta tuvimos que resguardarnos. Al subir las escaleras encontré un letrero que decía “Muslaha”, era el espacio para rezar. Estaban todos descalzos, tirados en las alfombras. No había un hueco libre en aquella sala. Me acomodé en el pasillo entre la escalera y la entrada a la cafetería. Fue una larga noche.
A las seis de la mañana, ya pasada la tormenta, abrió el bar, tomé el primer café, solo unos quince minutos después una nube de humo cubría mi cabeza. Todos fumaban sin parar. Los ojos me picaban. El suelo de moqueta se llenó de colillas, el ambiente se volvió insoportable. No se veía ni el techo por el humo condensado y tuve que salir a respirar, pero fumaban también afuera. No les importaba arrojar cualquier cosa u objeto por la borda. A pesar de todo, los rayos del sol salieron y dieron un poco de belleza al día. Encontré un nuevo hogar en la cubierta de carga, me acomode encima de un montón de sacos. Podía allí respirar aire puro, aislado del resto de los pasajeros, me quedé atrincherado confortablemente sobre aquella mercancía. El día pasó tranquilo, aquella noche, cientos de estrellas dibujaron un tapiz nítido y brillante en la oscuridad.
No encuentro culo ni sosiego para dar la mar vencida
pavimento mojado , noche que me atormenta
recovijado , escondido sobre un inmenso mar
aire envenenado , inmundicia , atrevimiento
gente osada que lanza su furia al mar
poscritos del mar huid o escuchar
como las voces del mar presagian vuestro final .