Las carreteras estaban totalmente bloqueadas. Derrumbamientos inundaciones miles de familias desplazadas y damnificadas por los estragos. Los trabajos de limpieza de las carreteras marchaban a buen ritmo pero aún no era aconsejable el tránsito por temor a nuevos derrumbes. Mientras tanto permanecía a la espera disfrutando de la vida tranquila de Antigua sus coloridos mercados y su calmada vida. No tenía prisa pero cuando me informaron de la mejoría de las carreteras partí en dirección a Sololá. Avanzaba serpenteando el asfalto en una furgoneta por uno de los tramos más afectados. Sin embargo los paisajes montañosos con vistas hacia el lago Atitlán inspiran asombro. Llegué a Panajachel la puerta de entrada donde una lancha me trasladó a San Pedro uno de los doce pueblos que rodean el lago.
Con el estado del mundo hoy día la crisis financiera global personas perdiendo sus empleos y hogares la violencia en aumento y la guerra nada es certero a día de hoy ni mucho menos lo es mi camino al que día a día me expongo a su azar. Corren tiempos de discordia y miedo tiempos difíciles que nos obligan a plantearnos las cosas a reflexionar y revaluar lo que consideramos lo más importante por eso en consecuencia debemos regresar muchas veces a lo básico.
Un lago rodeado de volcanes rico en agricultura poblado por comunidades de miles de años de antigüedad cuya conexión con la tierra nos recuerda que lo básico es hermoso. Quizás ahora más que nunca es el tiempo para reconectarnos con estos principios y darnos cuenta de nuestras acciones para moldear el futuro, si es así entonces están a tiempo para tomarse un traslado hacia San Pedro.
Un buen desayuno de huevos revueltos con jamón frijoles ensalada de frutas café y pan para comenzar el día. En mis paseos observaba las mujeres trabajando la tierra donde también lavaban la ropa en el lago. Los chamanes realizaban la práctica de soplar para curar y se hacían ofrendas. La vida seguía su curso de una manera natural y pausada. Todo era un espacio sagrado que daba voz a la cultura indígena de los pueblos mayas. Una onda misteriosa conectaba lo natural con lo sobrenatural el agua con la tierra y el cielo.
El tiempo en Atitlán me sumió en un estado introspectivo. Cada momento tenía su encanto lloviera o no lloviera fuera de noche o de día. El contraste de los volcanes con la superficie azul del lago los doce pueblos que lo rodean la frondosa y verde proliferación de la vida alrededor del agua me llenaba de un profundo silencio. Fue allí que surgieron estas palabras:
Imposible transmitir la belleza que me invade.
Indescriptible la tranquilad y la paz que emana.
Sombras se mueven un silencio espera.
Una visión de inspiración y belleza eterna
bajo las nubes y la niebla reinan.
En el reflejo del agua doce ángeles doce apóstoles
que dan nombre a doce pueblos
mientras sus luces y las estrellas juegan con el agua oscura
que yacen a las faldas de tres dragones dormidos
protectores de las tinieblas y sombras.
Osado el que los despierte.
Son los guardianes de la noche y el día
y un hermoso lago es el espejo de mi alma.