
Allí la luz era distinta. El sol se asomaba detrás del volcán y paulatinamente iba ascendiendo. Yo lo observaba desde el arco de Santa Catalina y el efecto que producía aumentaba la luminosidad de las calles conventos y viejas casonas. Cualquier momento y hora son agradables para caminar. Los niños lo hacían cogiendo de la mano a sus hermanitos pequeños y llevaban uniformes de diferentes colores acordes a sus escuelas. Todo estaba lleno de vida y la variedad e intensidad del colorido estaban en todas partes.
Siempre había algún artista con su caballete sentado en una silla con pincel en mano captando la luz y el color o las escenas de la vida cotidiana del pueblo. Otros sentados en el suelo con las piernas cruzadas mirando al firmamento con sus manos pintadas de óleo y acuarelas. Antigua es un lugar lleno de creatividad.
Me quedé allí un tiempo disfrutando de sus cafés mirando a través del forjado de las ventanas de sus bellas casonas. Estando en Antigua vislumbraba al horizonte un largo viaje. Centroamérica no me agotaba físicamente como lo había hecho Suramérica y el tiempo parecía pasar más despacio.