Después de tres escalas en aeropuertos de Chile, Nueva Zelanda y Australia, finalmente se asomaron ante mis ojos los anhelados paisajes asiáticos, y mis pies pisaron las islas Filipinas, las cuales causaron una sensación explosiva en mi corazón, como si con cada pálpito quisiera salir del pecho. Me sentía orgulloso de lo que había alcanzado hasta ese momento. Era un sueño de crío, algo que veía cumplido, una aventura que ahora vivía día a día con asombro. Atendía al llamado de la vida como si esta se revelara en un viejo libro, lleno de polvo, que me abría sus hojas para enseñarme el camino. Muchas preguntas y respuestas por resolver, muchas letras en diferentes idiomas por interpretar, para, tal vez, dar con el sentido de la vida, de mi viaje, de mi propia existencia.