El Cairo
Nada tenía que ver el Cairo de hoy con el Cairo faraónico que yo imaginaba. Sin embargo, no por eso perdí la sensación de adentrarme en una gran metrópoli. De camino como no había negociado el precio antes de subir al taxi y el tipo no hablaba nada de inglés, antes de que yo me diera cuenta ya estaba haciéndome un tour por la ciudad. Sin saberlo estaba dando un paseo por la Corniche con vistas al río Nilo que apareció ante mis ojos por sorpresa. Nuestro encuentro fue fugaz, tan natural como cualquier río que cruza tranquilo por cualquier otra ciudad. Fijaba la mirada en los puentes que lo cruzan, en los barcos de recreo, en los cruceros que navegaban por sus aguas bajo la luz del sol. Al levantar la vista aparecían hoteles, modernos rascacielos con llamativos carteles publicitarios y una alta torre de telecomunicación que destacaba desde cualquier punto de vista. La ciudad se mimetiza con el entorno de los edificios y las aguas del río. En la tarde cuando el cielo parecía estar más contaminado y el sol ser más violento mitigaba el Nilo con su frescura las satisfacciones y desdichas de El Cairo. Cuando le recordé al taxista la dirección de mi alojamiento giró el coche y enseguida llegamos a la plaza Talaat Harb que conecta por la calle del mismo nombre con la emblemática plaza de la liberación o plaza Tahrir. Aparecían edificios con fachadas de estilo neoclásico francés que me hacían pensar que estaba en París con balaustres de hierro en sus balcones, columnas y piedra tallada. Por una de aquellas calles en el centro de la ciudad moderna rodeado de bares, cafés, comercios, tiendas de ropa y zapatos encontré mi alojamiento en un histórico edificio que tenía una deteriorada fachada con serigrafías árabes donde se leía la calle y el número.
REFINADAS COSTUMBRES
Era un decadente inmueble con una puerta de entrada de hierro forjado y un formidable vestíbulo. El casero o portero llamado Musim era un hombre de avanzada edad con barba crecida media estatura y piel morena que acostumbraba estar sentado sobre un retal. Siempre vestía una jalabiya tradicional con turbante en su cabeza. En el suelo tenía un juego antiguo de té con tetera cubiertos de plata vajilla de porcelana café infusiones aromáticas y una pequeña lamparita. Al lado estaba su cuartito y una silla para sentarse. Custodiaba la portería siempre dispuesto a colaborar con los huéspedes. Al verlo allí tan refinado y austero vino a mí el recuerdo del portero en Afganistán pues ambos transmitían esa delicadeza aura de hospitalidad y respeto hacia todos. Mucho del espíritu árabe y musulmán radica allí tras ese contraste que iba notando entre la sutileza y lo rústico. Entre la austeridad del desierto y sus refinadas costumbres a la aparente carencia de comodidades y la atención que una persona recibe. Mi destino era el último piso así que Musim se levantó para abrirme la puerta del antiquísimo ascensor de madera. El cable de acero chirriaba parecía que se fuera a romper en mil pedazos. Era muy común que se bloqueara porque la verja metálica quedaba abierta así que yo subía y bajaba las escaleras como un ejercicio diario. Mi habitación era un cuarto con seis literas que compartía con otras tres personas con las cuales no tuve oportunidad a hablar. No era muy amplia que digamos aunque tenía dos grandes ventiladores de techo que mitigaba el ambiente cerrado y el calor. Después de un día entero de recorrido desde mi salida de Jordania solo quería descansar así que caí rendido al caer la noche
MANIFESTACIONES EN EL CAIRO
A la mañana siguiente me desperté con la idea de visitar las pirámides. Era un día caluroso, pero las ganas de conocer lo que siempre anhelé me impulsó a salir.
—Buenos días, joven ¿no hay tráfico hoy? –pregunté al taxista.
—Amigo, no has escogido un buen día. ¡Procura no salir! Hay manifestaciones de opositores contra la corrupción. Desde el golpe de estado del 3 julio de 2013 cuando el presidente del consejo supremo de las fuerzas armadas, Abdulfatah al-Sisi, derrocó con ayuda del Ejército al presidente Mohamed Morsi, no han parado las protestas en las calles. El turismo ha bajado, la gente tiene miedo, los consulados y agencias proponen no viajar. Sin embargo eran los primeros días de diciembre de un soleado día y las carreteras estaban transitables sin caos, dieciocho kilómetros me separaban de mi destino. De manera que hice caso omiso a la advertencia saliendo en dirección a las pirámides.
GUIZA
Del centro de El Cairo moderno hacia la periferia el entorno se volvió desesperanzador y triste. Decrépitos edificios parecían estrecharse unos con otros con los aparatos de aire acondicionado afuera de las casas dándole a los bloques de apartamentos un aspecto apocalíptico. Algunos con muros y paredes de ladrillo a vista, antenas parabólicas por doquier en los tejados, ropa colgada por todas partes, huecos en las ventanas sin cristales, otras tapiadas con cemento, algunos bloques inacabados a medio construir, vigas de acero descubiertas apuntando hacia arriba a un cielo sucio. Un fuerte hedor a cañería lo invadía todo mientras perros y gatos rebuscando comida entre montañas de basura y algunos niños jugaban a la pelota. La ciudad lo devora todo. Sin embargo, lentamente las calles de los suburbios de Guiza me conducían a las pirámides. Y así sin más se cortó la ciudad ante mis ojos como una máquina taja los folios de papel. Al instante la sombra que se cernía sobre la capital se retiró y entonces la luz incandescente del sol se reflejaba sobre la arena del extenso desierto mientras iba apareciendo con mayor claridad la necrópolis de Menfis» capital del Imperio Antiguo». Sombra para los vivos y luz para los muertos.
KEOPS KEFRÉN Y MICERINO
Aquella Esfinge de la cual nadie sabe quién la construyó ni cuándo contemplaba el sol con su mirada fija que parecía cobrar vida a pesar de sus más de cuatro mil años. Cautivaba verla por su halo misterioso. Era realmente la eterna salvaguarda de las pirámides vigilante del día y la noche de Guiza, símbolo celestial y terreno de poder. Luego de un rato saliendo de su embrujo, a medida que el paso me conducía al complejo de las pirámides más asombrado quedé con todos aquellos misterios. Era inquietante estar allí solo ante edificaciones tan por encima de lo que uno cree que el hombre es capaz de hacer. Ahí pude contemplar sobre la arena del desierto, Kefrén, Keops y Micerino. En aquel momento sólo podía alzar mis manos para admirar la majestad de aquellas construcciones y del universo. Sentir cómo el enigma le da belleza a la vida pues el ser humano busca su lugar, responder sus preguntas aunque al final sólo le basta reconocer su ignorancia. El recubrimiento original de piedra caliza en la cúspide de Kefrén que aún se conserva recibía el sol y lo despedía. La pirámide absorbía la luz como una esponja absorbe el agua, pero invariable al clima y al tiempo. Estando enfrente de Keops la más antigua y grande en tamaño me quedé sin aliento. Simplemente fue inevitable preguntarme de nuevo con infantil asombro ¿Quién soy, de dónde vengo? Más alejada veía la pirámide de Micerino alineada con las otras dos» sus hermanas» abrazándose al desierto que se extendía sin límites. No podía evitar pensar en la antigua Menfis con sus lúgubres dioses en la búsqueda de la eternidad.
REGRESO AL CENTRO DEL CAIRO
A la salida del complejo de las pirámides cogí otro taxi de vuelta. Aquella vez lo hice en un viejo Peugeot 504 de los años 70 pintado de negro con las aletas blancas conducido por un anciano de casi sesenta años con gafas pelo y barba blanca. Como no llevaba taxímetro y el hombre sólo hablaba árabe antes de arrancar tuve que negociar el precio. Una vez aceleró vi que el carro escupía humo negro y denso por el tubo de escape que dejaba su huella por los regatos contaminados del barrio de Giza. Volver de las milenarias pirámides al ruido citadino fue como cuando uno está soñando una gran aventura junto con su verdadero amor y despierta del sueño en el mejor momento, entonces vuelve uno a su realidad bajo un cielo gris rodeado de los arrabales de la periferia del Cairo.
DISTURBIOS EN EL CAIRO
Cuando regresé al centro las calles se encontraban cerradas prácticamente vacías así que el taxi me dejó a la altura de la plaza Tahrir con su glorieta ornamentada con flores. Caminando crucé un paso de cebra con el cañón de un tanque apuntándome por encima de mi cabeza y atravesé las espigas de seguridad abriéndome paso entre soldados que protegían todo el perímetro. Allí había manifestantes enfrentándose a las fuerzas especiales de la policía del Cairo y huían de los disturbios donde tanquetas blindadas del ejército resguardaban todos los flancos edificios gubernamentales en especial. De repente cuando me vi inmerso en todo aquel berenjenal tuve miedo. La policía estaba cargando contra la gente cuando mi corazón comenzó a palpitar cada vez más rápido. Entre el tumulto me fui alejando de los disturbios como mejor pude hacerlo a través de la calle Talaat Harb de vuelta hacia mi edificio. Cuando por fin llegué sano y salvo entré al vestíbulo saludé a Musim subí las escaleras y me fui a descansar. Todo lo que estaba viviendo en Egipto era muy intenso. Realmente no había manera de predecir lo que me esperaba y lo único que podía hacer era estar dispuesto a aceptar lo que viniera.
EMBAJADA ESPAÑOLA EN ZAMALEK
Mi intención era viajar a Sudán así que me dirigí a Zamalek un distrito residencial acomodado en la isla Gezira localizada en el río Nilo justo en el centro del Cairo, donde están la mayoría de edificios gubernamentales incluyendo la embajada española adonde me dirigía. Fui a solicitar un nuevo pasaporte ya que el que tenía estaba completo. Allí me dijeron que se demoraría entre quince y veinte días. De igual manera aproveché para preguntar cómo estaba actualmente la situación en Sudán mi próximo destino la respuesta fue contundente:
—No es aconsejable viajar a Sudán. –me dijo el empleado de la embajada.
—¿Y por qué? –pregunté.
—Llevan décadas enfrentados en una guerra civil.
—Tengo entendido que ya acabó y que se libró en su mayoría en Sudán del Sur que ya es un país independiente, de todos modos yo voy hacia el norte.
—Haya usted. Hay noticias de que los enfrentamientos comenzarán de nuevo. Además tengo entendido que piden a los extranjeros una carta de recomendación de la embajada para poder entrar al país.
—¿Y dónde puedo conseguirla?
—Aquí se la podemos solicitar.
—Perfecto pues hágalo. Tengo decidido que viajaré.
—Ok queda bajo su responsabilidad. Puede usted pasar a recogerla en dos semanas junto con su pasaporte.
ZONA CRISTIANA
En mi humilde empeño por conocer un poco mejor la ciudad y sabiendo que me quedaban unos días libres visité el barrio copto» la zona cristiana del Cairo antiguo en el distrito de Fustat» ubicado en el mismo lugar de la antigua Fortaleza de Babilonia. Cuando entré por una de aquellas puertas en un entresijo de callejuelas, miles de libros, pinturas y cuadros con fotos antiguas cubrían estanterías de madera que estaban apoyadas sobre las paredes al aire libre.
No había tanto bullicio como el acostumbrado en la parte moderna de El Cairo pero sí mucho movimiento. Se trataba de un lugar pequeño de calles estrechas y altos muros con arcos de piedra. Avanzando por un patio exterior y subiendo una escalinata accedí al santuario interior de la iglesia de Santa María Virgen coronada por sus dos campanarios. Saliendo de la misma a través de las calles por detrás fui a dar a la Sinagoga Den Erza sinagoga de los palestinos, donde se cree que la mujer del faraón encontró al bebé Moisés en su canasta de juncos, alrededor la iglesia de los Santos Sergio y Baco en cuya cripta según la tradición vivió la sagrada familia José María y su hijo Jesús durante su estancia en Egipto.
LA MADRE DE TODAS LAS CIUDADES
Del mismo modo que las pirámides hacían pensar en los faraones y los enigmáticos dioses egipcios las calles del barrio copto estaban llenas de simbología cristiana y judía. Entraban los feligreses a escuchar la misa y a rezar a los santos. Otros salmodiaban con la Torá en mano pero sobre todo nunca dejaba Egipto de entrañar misterios de enseñar enigmas. Después de un rato el día se me hizo turbio y pesado. Me sentí abrumado y tal vez en parte por eso aceleré el ritmo buscando una salida hasta que di con un cementerio cuyas tumbas estaban adornadas con coronas de flores naturales también en forma de cruz las mismas cruces que tallan en sus lápidas altares y dominan las cúpulas de las sinagogas e iglesias.
A veces parecía como si hubiera muchas ciudades en la misma ciudad pues entrar a cada barrio era como atravesar una puerta a un mundo diferente y vi que no era en vano «el Cairo» fuera conocida por los egipcios como “la madre de todas las ciudades».
UNA VUELTA DE AJUSTE
Cuando salí del barrio copto y me subí a un taxi para visitar el barrio islámico comencé a cruzarme con obras, retenciones, accidentes, atascos, bocinas estridentes compitiendo. Entonces en medio del caos recordé que estaba en el Cairo, mi interior se apaciguó y a pesar de mi desorientación la ciudad se abría bella y fecunda mientras que el conductor saltaba un semáforo en rojo o daba marcha atrás por una calle de única dirección como resolviendo la ecuación de un intrincado laberinto. Mirase donde mirase así fuera desde adentro del coche todo estaba cargado de una inusitada intensidad. Se alzaban a lo lejos los minaretes de las mezquitas en lo alto del monte de Muqatam la ciudadela de Saladino y entre todo eso puedo decir que estaba en mi salsa viviendo el Cairo dándole una vuelta al tornillo para buscarle su ajuste, porque es en sus calles donde se engranan todas las piezas y por aquel motivo había terminado mi carrera en Jan el-Jalili el bazar antiguo de la ciudad en el corazón del Cairo islámico.
JAN EL-JALILI
De repente me vi inmerso en un enorme mercado el cual tiene tanta cantidad de pequeñas tiendas y recovecos que lo mejor era dejarme llevar sin más. Paseaba entre la multitud sorteando comisionistas, niños, carritos de carga, todo lleno de visitantes y familias locales que acudían a regatear y hacer sus compras. En contraste con el barrio copto todo palpitaba a un ritmo más agitado. La insistencia el ruido las voces de un comerciante cairota y el natural desasosiego, todo ello producía un impacto extraño y seductor al mismo tiempo mientras caminaba entre quioscos con sus rejas metálicas abiertas de par en par en cuyo interior había cojines, telas, pañuelos, alfombras. Vendían todo tipo de souvenirs aunque no me detenía a comprar nada me mimetice como un camaleón.
lÁMPARAS OBJETOS DE COBRE Y LATÓN
Era ahí en el bazar antiguo de la ciudad en el corazón del Cairo islámico donde uno accede al Cairo de hoy. Al verdadero sabor de un dulce típico en el paladar donde entre sus callejuelas me olvide de las pirámides de Guiza y sus faraones, perdido entre bazares con el bullicio de la gente inmerso en un constante olor a especias escuchando la llamada a la oración ,entre lámparas, objetos de cobre y latón que colgaban de todas las tiendas. Hasta que en el punto donde los minaretes de la mezquita de Al-Husein asoman en medio de la plaza rodeado de teterias y cafés el cuerpo me dijo basta.
SHISHA Y DOMINÓ
Al parecer no solo en los renombrados y visitados cafés de Jan el-Jalili como el bicentenario El Fishawy o de los Espejos se podía uno sentar en sus mesas viendo pasar la vida del Cairo pues por toda la ciudad podía encontrar lugares de ese tipo. En cualquier esquina había donde sentarse a compartir un té o un café en estrafalarios bares donde se fumaba narguile. Las paredes estaban deslucidas y sin pintura y los postes llenos de publicidad desgastada donde ya no se veían ni las letras. Entre sillas de madera y mesitas de cerámica se jugaba a juegos de mesa como el dominó otros leían absortos un libro o el periódico mientras el humo de sus cachimbas flotaba como una nube en el ambiente. Había una forma particular en que las personas pasaban el tiempo y era la siguiente: en las calles se sentaban a conversar bebiendo té fumando shisha ajenos al ruido y al tráfico, como si el Cairo esa ciudad de veinte millones de habitantes, estuviera despoblada. En aquellos lapsos de eternidad sentía que la calma era una realidad viva en cada quien, y que una forma muy sutil de vivir el presente estaba arraigada en las personas de forma natural aunque sus rutinas estuvieran llenas de movimiento y estrés. Me relajaba en compañía de los egipcios amantes de los sabores aromáticos y como que no quiere la cosa se iban pasando los días.
PASTELERIA EN EL CAIRO
Me acostumbré a una rutina casi religiosa. Era común que entrara a diario en una pastelería situada a dos calles de mi casa. Allí pedía un pastel lo cual era toda una odisea pues el lugar solía estar lleno de gente y para ser atendido tenía que señalar con la mano desde lejos a través de un cristal. En aquel intervalo de tiempo entraba y salía todo tipo de gente con ropa de calle pantalón vaquero y camiseta, otros trajeados y las mujeres con pantalón de algodón o una falda por debajo de la rodilla y blusa de manga larga. Todo en el Cairo sucedía rápido. Era una ciudad en constante movimiento llena de locales llenos de gente. Al principio relinchaba como un caballo embriagado de tanta intensidad sensorial pero según fueron pasando los días comencé a respirar más suave como un gato callejero.
CERVEZAS EN EL CAIRO
Fue poco a poco que empezaba a darme cuenta que también podía uno relajarse. En la misma área cruzado al otro lado de la carretera había una zona peatonal llena de bares y terrazas con sillas y mesas al aire libre muy animada hasta altas horas de la noche. Solía bajar a tomar algo cuando el sol se iba mientras me relajaba tomando el fresco mirando la televisión en enormes pantallas plasma.
Algunos días según salía del portal por el lado derecho de la misma calle giraba en el mismo sentido en la primera intersección caminaba recto y llegaba al bar de la esquina cuyos grandes ventanales sin cristales estaban tapados con tableros de madera. No regían allí las leyes islámicas así que podía tomarme tranquilo una cerveza. Era un mítico lugar de reunión para beber charlando entre amigos. Las sillas eran de madera con mesas y paredes de mármol. Me gustaba estar allí porque los cairotas eran muy dados a conversar.
—¿español? –me preguntó un hombre en inglés.
-Sí de una provincia llamada Asturias.
-Debe ser un lugar hermoso y seguro para vivir.
-La verdad es que sí. Es un paraíso natural rodeado de verdes montañas.
-Yo soy de Edfu una ciudad en la ribera occidental del Nilo de ahí mi nombre: Edfu. Nací allí pero vivo en el Cairo desde hace años. Aquí las cosas nunca van a cambiar.
—¿A qué se refiere?
—A nuestra libertad. Sabe usted yo fui uno de aquellos estudiantes manifestantes en las protestas contra el régimen autoritario de Hosni Mubarak en aquella llamada primavera árabe de 2010-2012. ¿Has oído hablar de eso?
—Más o menos en las noticias por televisión.
—Aquel día todos nos levantamos a las calles contra la tiranía y la opresión. Muchos amigos míos murieron pero creíamos que valía la pena. Derrocamos al dictador los militares tomaron las riendas de la nación hacia la democracia. Hoy día años después aún vivimos el mismo régimen dictatorial aunque ahora está en manos del general Abulfatah Al Sisi.
—Ahora entiendo mejor lo que está sucediendo en el Cairo.
—Váyase de aquí en cuanto pueda. Vele por su seguridad pues en cualquier momento todo puede volver a estallar. El Cairo es ahora mismo una olla a presión –dijo Edfu.
ÚLTIMO DÍA EN EL CAIRO
La advertencia de Edfu anunciaba también el día de mi partida a Sudán. Después de pasadas las dos semanas fui a recoger a la embajada española mi pasaporte y la carta de recomendación para mi entrada a Sudán. Con ambos documentos en la mano me llegó la hora de partir. Tenía la intención de conocer Luxor así que pregunté en la recepción del hostel a uno de los empleados cómo llegar y me contestó que la mejor opción era el tren. Al preguntarle el precio del billete me respondió:
—Cien dólares si lo sacas tú en la misma ventanilla de la estación. Este es el precio que cobran a los turistas extranjeros que les obligan a viajar en primera clase por su seguridad. Treinta dólares si lo saca por ti un egipcio. Nosotros te lo podemos tramitar.
—Muy bien gracias no me hace falta. Creo que iré en autobús –le contesté. No tenía mucho presupuesto y quería seguir viviendo el viaje con intensidad así que fue al día siguiente cuando me fui por mi cuenta en taxi a la estación de buses de larga distancia. Allí compré un boleto nocturno a Luxor ciudad que distaba a unos seiscientos kilómetros de El Cairo. Cuando arrancamos el estridente ruido que tenía la ciudad de día en la noche parecía ausente. Dormitaba ella como un crío en los brazos de su madre y de igual manera lo hice yo.
lAS RUINAS Y SU MAJESTUOSO PASADO
Durante el recorrido me dormí y desperté al llegar a la ciudad de Luxor por la mañana. Desde el asiento del bus, a través de la ventana, me daba la impresión de haber llegado a un decorado de Hollywood. En medio de una calle central, mirando la plaza cerca de la mezquita y el templo de Luxor que sobresalía entre palmeras y edificios bajos de viviendas, las calesas tiradas por caballos transportaban a los turistas que llegaban por el río en grandes barcos que se podían ver anclados a la orilla. Los visitantes daban sus primeros pasos indecisos ajenos al acoso de los negociantes oriundos del lugar. Con tanta gente llegando en estampida perdí de vista la grandeza de la ciudad, tuve la sensación de estar en un dilatado espacio donde el turismo de masas lo acapara todo haciendo un extraño contraste con las ruinas y su majestuoso pasado.
Nada más bajarme del bus lo primero que hice fue ir a buscar dónde dormir. La multitud iba apareciendo y entre calles llenas de comercios y mercaderes ambulantes tuve de nuevo la sensación de estar en una calle de Egipto. Vendedores de falafel en pan de pita de papiros sombreros y sandalias, mujeres sentadas a las puertas de sus hogares vendiendo cebollas, hombres fumando shisha. Entonces tras caminar un rato di con una casa de tres pisos que tenía su azotea al aire libre donde encontré mi alojamiento y me fui a descansar agotado que estaba de haber pasado la noche en un bus.
lUXOR
Amaneció con un sol radiante y subí al techo de la casa. Desde allí las construcciones de ladrillo se veían como un enredo de cajitas de cartón corrugado. Las partículas de arena volaban suspendidas en el aire y las antenas parabólicas en posición orbital desperdigadas por todos los tejados invaden el horizonte.
A la salida de mi hotel cruzaba un par de calles y me encontraba en el corazón de la antigua Tebas «en la orilla oriental del río Nilo» donde se erige el templo de Luxor dedicado al culto de los vivos. En tiempos faraónicos el templo de Luxor consagrado al dios «Amón Ra» conectaba con el santuario de Karnak y sus templos menores por la calzada de las esfinges. Los separaban dos kilómetros de distancia entre uno y otro unidos en un camino sagrado,+ por donde llegaba la barca del faraón surcando el Nilo en año nuevo, para ser ponderado a hombros como dios supremo hasta alcanzar la condición de ser divino. Pero regresando al tiempo actual en que yo lo visité el templo de Luxor se erige como un museo al aire libre de columnas, obeliscos gigantescos con relieves y monumentos ciclópeos. Sólo podía ver a las puertas del templo unas pocas esfinges» muchas sin cabeza» de las más de quinientas que se cree custodiaban aquella gran avenida.
COLOSOS DE MEMNÓN
Así andando por la ribera que siempre aparecía incontable en el tiempo llegué a uno de los puntos donde las personas subían en las barcas que cruzan el río y pague al barquero para salvar aquella pequeña distancia. De camino al lugar dedicado a la muerte donde se oculta el sol y descansan los faraones. Fue al bajarme en la otra orilla nada más poner los pies de nuevo en tierra que me encontré con pequeñas aldeas. Allí desayuné, alquilé una bicicleta y traté de disfrutar del recorrido que de por sí era difícil de llevar por el sol. A través del verde campo que es vida más allá de la muerte me encontré con los Colosos de piedra de Memnón «gigantes ellos como todo en Egipto «y a medida que el valle se iba difuminando sobre mi marcha de pronto apareció el desierto violentamente cuyos desnudos acantilados de piedra escondían los secretos del Imperio Nuevo de Egipto.
HATSHEPUT Y EL VALLE DE LOS REYES
Dispersos varios kilómetros separados unos de otros estaban los monumentos funerarios y sepulturas de los faraones. Visité el templo de Hatshepsut incrustado en la montaña y el valle de los reyes dominado por una colina a campo abierto. Eran santuarios para honrar a los dioses después de la muerte algo difícil de pensar en nuestros días donde no importa ni la vida. Pude percatarme de la profundidad con la que esta civilización veía la muerte y cómo definitivamente era para ellos un tránsito a otra dimensión más real que ésta pues era en función del más allá que hacían obras que llevaban a sus devotos a confiar en lo divino para glorificar a sus faraones. Dioses que yacen bajo la tierra de Tebas aún esperando renacer a la espera del juicio de Osiris para continuar su camino y viajar al paraíso Aaru.
AWSAN
A la salida de mi hotel ya me encontraba inmerso en las calles del zoco. A cada paso sentía un aroma diferente: Especies, café, frutas, carne, pan recién horneado, mojama en conserva y cantidad de figuras u objetos que representaban el mundo faraónico, esfinges, pirámides, animales y templos. Y en medio de todo eso no solo vendían souvenirs a los turistas sino que también intentaban hacer trueque con ellos ofreciendo camellos por sus mujeres. En los puestos de ventas lo autóctono permanecía como un cuadro abigarrado de diversidad. Nubios sudaneses con la tez más negra, beduinos del desierto, expatriados de otros países africanos, mujeres con sus velos negros, todos confluyen en el zoco. Me gustaba sentarme en un banco a la orilla del imponente río donde los pequeños barcos de velas triangulares «falucas» avanzaban lentamente con sus velas al viento y el mástil ligeramente inclinado. Aunque no navegué en una de ellas podía contemplarlas sentado desde mi banco al atardecer. El río se iba pintando de una superficie ambarina y cambiante cuando el sol moría entre la arena y las palmeras en donde se dejaban ver aldeas acuáticas y pequeños islotes llenos de vida . Con el paso del día el sol era mucho más llevadero a orillas del Nilo. Las mujeres lavaban la ropa a mano con jabón en tablas de madera y piedra. A modo de palanca sacaban los hombres el agua colgando una cuerda con una vasija en el extremo largo y en el otro su contrapeso. Los niños ayudaban transportando el agua en tinajas de barro y navegaban las falucas con los pescadores que tiran sus redes para sacar los peces del río. Todos los días solía ir a contemplar aquellos barcos que el viento soplaba como una hoja ligera en el viento. La sola presencia del Nilo y su contemplación me llevaba hacia una realidad que ya no se fraguaba en el interior de mi mente y mi imaginación, sino que descendía a lo más concreto y vital «a lo más necesario» A mis propios pasos pisando la tierra los cuales me iban alejando del Egipto majestuoso a lo más íntimo donde finalmente reposaba la grandeza en la presencia del Nilo que me hablaba de lo eterno.