Viajaba con una familia de monjes de aspecto robusto y con buen humor, había comenzado aquel viaje cantando las paradas en voz alta, “Degue, Ganzi, Luhuo, Seda”. Les hacía mucha gracia a los monjes, que sonreían y repetían las paradas siguiendo mi gracia. Pero también, con la yapa mala en la mano, que tiene 108 cuentas esféricas o bolitas de madera, repetían incansablemente el mantra Om mani padme hum. Cuando llegué a Luhuo busqué un hotel y pasé la noche.
Al día siguiente, me dirigí hacia el monasterio de Sherthar. De nuevo esperé el bus a las seis de la mañana bajo un frio que me congelaba como un palo de cemento. El frío me atravesaba como cuchillos afilados, los labios se me reventaban y los ojos se me hinchaban. La familia de monjes, con quienes ya había viajado, también se dirigía al monasterio. Al menos eso me había consolado aquella mañana tan fría. Ninguno hablaba y parecía que vivían en constante meditación. Madre, esposo e hijo llevaban un enorme gorro budista, la cabeza rasurada y el rostro curtido por el frío. El niño se había quedado petrificado observándome. Tenía sus pómulos y los papos regordetes, rojos como su túnica. No pestañeaba, yo le hacía gestos para ver si se reía, pero nada.
En la ciudad de Larung Bar se encuentra el monasterio y la academia Sherthar para el estudio del budismo. A pesar de su ubicación tan remota, creció hasta convertirse en uno de los centros más grandes e influyentes del estudio budista tibetano en el mundo. El campus es enorme y más de 40000 familias lo habitan. Construyeron sus casas alrededor del monasterio entre las laderas del Valle Larung Gar. En esta ciudad viven y estudian algunos de los más eminentes eruditos budistas y académicos y se reconoce por su educación y enseñanza.
La furgoneta se detuvo en un control militar. Yo iba abrigado hasta las cejas, mi pasamontaña me tapaba toda la cara y solo se veían mis ojos. Mi anorak azul contrastaba con la túnica roja de los monjes, pues todo se veía rojo y amarillo menos la esquina en la que me apoyaba, haciéndome el dormido. A través de los cristales congelados apenas se podía ver el interior. El guardia dio varias vueltas a la furgoneta. Levanté un poco la cabeza y me descubrió; entonces mandó a abrir el vehículo y me ordenó bajar.
Me llevó a un cuarto privado donde había otras tres personas. Revisaron el pasaporte y preguntaron cómo y por qué había llegado hasta aquella zona prohibida para extranjeros. Me prohibieron el paso. No pude acceder a la ciudad de Sherthar.
Estuve cerca. Intenté pasar infiltrado entre los monjes, pero mis intentos fueron inútiles. Me trajeron de vuelta a Dege. Tenía la pierna congelada y apenas podía caminar, entonces, regresé al hotel.
Por infortunio la cama no calentaba y la puerta no tenía cristales arriba, así que entraba todo el frío por aquel agujero. Ni mi saco de dormir ni las colchas alcanzaban para calentarme. A primera hora de la mañana, muy cansado, busqué una salida hacia Kangding. Llegué por la tarde. Descansé un par de días y preparé mi segunda etapa. Buscaba la salida de China por la provincia de Yunnan hacia el Sur