Avancé rumbo a Pekín por la provincia de Shanxi, atravesando históricas ciudades amuralladas, grutas y templos. Todo era fugaz, pero algo se quedaba en mí. Sentía en la atmósfera una mezcla de costumbres milenarias con un estilo moderno, que me entregaba un encanto inmediato. Atrás quedaba el desierto y la sensación desconcertante de no ser bien recibido en ningún lugar.
Según me iba acercando a Beijing imaginaba cómo sería poner mis pies en la ciudad prohibida del Gran Kan y la gran Muralla China. Cuando llegué a la Plaza de Tiananmén, ondeaban las banderas de la República Popular China. Sentí asombro por su vasta dimensión. Una pantalla led gigante reproducía publicidad con imágenes del cielo azul, que contrastaba con una nube gris de polución. Al otro lado me esperaban los míticos hutong de Pekín, pequeñas calles que forman el casco antiguo de la ciudad. Me sentía avanzando por un laberinto. Los estrechos callejones terminaban en amplias avenidas, como un contraste entre el pasado y el presente. Percibí que los barrios tradicionales, de casas bajas y hutong, guardaban un sentimiento de comunidad. Fue allí donde me hospedé.
Mis días transcurrían tranquilos, vagando entre callejones. Lo que más me gustaba era caminar sin rumbo y detenerme a comer en cualquier lugar cuando tenía hambre. En todas partes había puestos callejeros. Me entremezclaba en la multitud, preguntaba y proseguía mi camino. No tiene mucha ciencia. Considero que llevar una guía y pasar el día buscando el lugar o restaurante recomendado es dar vueltas, igual que una peonza, dentro de un mismo círculo. Los mejores sitios son los pequeños lugares de la esquina. Miraba las cestas de bambú apiladas sobre las mesas y el vapor que salía de los humeantes hornos; comenzaba el día comiendo dumpling de todos los gustos, saboreando la textura. Sentía la plenitud de estar allí, como uno más, comiendo tallarines y arroz con los palillos.
No me alejaba mucho de mis Hutong al lado a unos pasos tenía la gran plaza Tianmen , símbolo del régimen político con la tumba del líder revolucionario Mao Zedong y en una de las esquinas la gran ciudad prohibida o palacio imperial , una ciudad entera para el emperador, dos visitas para entrar en la historia de Beijing, una ciudad milenaria e interesante para sus visitantes, no se olviden que a sus afueras esta la gran muralla China una de las maravillas del Mundo que se extiende por 7300 km a través de la China , construida para proteger su antiguo imperio de los invasores resulta majestuoso ver cómo han podido construir esta gran obra a través de las montañas, algo fascinante a la vez que misterioso que con el paso del tiempo aumenta su majestuosidad, el palacio de verano y el templo del cielo y un sin fin de visitas culturales en esta ciudad milenaria de Beijing.
En mi último día en Pekín fui a comprar un billete de tren hacia Hong Kong. Debía salir de China para renovar mi visa, y una forma de salir era, paradójicamente, entrando en Hong Kong, que es en gran medida independiente de China. Pero como llegaban las vacaciones, millones de personas se desplazaban de un lugar a otro y no encontré un boleto disponible. Tenía que buscar un traslado rápido y solo me quedaban tres días hábiles. Tras estudiar todas las opciones, decidí ir a Corea del Sur, país que no pedía visa. Cogería un tren bala hacia la ciudad de Tianjin, China, y de ahí un ferry hacia Incheon, Corea del Sur. Así que a primera hora salí para la estación sur de Pekín, donde estaban los trenes de alta velocidad. Recordaba que hacía un mes, cuando había entrado a China por la frontera de Takashiquen, viajaba casi incomunicado y aislado. Todo estaba cerrado para un extranjero como yo. Ahora por lo menos podía movilizarme con mayor facilidad y sabía qué debía hacer para ir de un lugar a otro.
El revisor del tren me avisó que faltaba una parada para llegar a Tianjin y que allí me tenía que bajar para encontrar una salida por mar hacia corea. Al llegar tomé un taxi indicándole que quería llegar a la terminal marítima. Fue un largo trayecto. No obstante, me topé con que no había nadie. Finalmente, encontré una puerta abierta y un mostrador de información en el que una muchacha me dijo que no existía ninguna salida de ferry de pasajeros hacia Corea del Sur. Entonces me dieron una dirección en Tianjin para comprar los billetes.
Esperé un bus de línea a la salida del muelle hacia Tianjin. Según las indicaciones de la muchacha, debería haber encontrado una agencia de viajes con la venta de boletos, pero tampoco existía. Entonces salí a la calle desorientado y sin rumbo. Encontré un hotel con habitaciones baratas, pero estaba en obras, prácticamente desmantelado. Aun así, conseguí que me hospedaran. Los trabajadores estaban en medio de los pasillos. Sin embargo, me sorprendí al abrir la habitación, pues era cómoda y amplia.
No tenía tiempo para relajarme. Pregunté a la señora del hotel por el puerto y me indicó que estaba cerca de la salida del hotel, así que tomé otro taxi. Encontré a dos vigilantes en una pequeña caseta y aunque no entendía lo que me decían, todo parecía cerrado. Desesperado regresé al hotel. Al día siguiente, temprano por la mañana, fui en busca de la nueva terminal. Encontré unas oficinas abiertas y me confirmaron que un barco salía hacia Corea del Sur, pero no me dijeron el día. Mantenía la esperanza de partir el sábado o como máximo el domingo. Otra vez en el hotel, sabiendo ya cómo bajar y subir en autobús, dormí aquella última noche con la incertidumbre de no saber si el ferry llegaría o no.
El domingo bajé muy temprano. Respiré hondamente, como nunca. El ferry hacia Corea del Sur me esperaba. Pero cuando fui a comprar el billete, no quedaban. Todo el mundo se desplazaba también en barco. ¡No podía creerlo! Rogaba para que me dejaran subir en aquel ferry para salir del país. Pero tenía que esperar el recuento de pasajeros, y solo así, quizás, al final me venderían un boleto. Esperé con los nervios de punta, porque China no era un país para andar jugando con las visas. Aguardé por el milagro de última hora, apoyado inmóvil en aquella ventanilla, y cuando el barco ya estaba a punto de partir, me vendieron un boleto. Caminé lo más rápido que pude hacia el barco. Justo el día en que caducaba mi visa logré salir.