Después de hacer los trámites fronterizos ya en Burkina Faso me dirigí al este del país. Tomé una furgoneta colectiva que no iba muy cargada de pasajeros. Avanzábamos por una amplia llanura monótona donde el verde del inmaduro pasto coloreaba una tierra dura y seca, difícil para el cultivo. Desde la ventanilla alcanzaba a ver aldeas diseminadas de casas de adobe y grupos de mujeres descalzas caminando con garrafas en sus cabezas. Allí los paisajes empezaban a volverse áridos.
FADA N´GOURMA
Yo seguía avanzando por la carretera entrando así en Fada N’Gourma, una pequeña ciudad con apenas 50.000 habitantes capital de la misma provincia que con sus tenderetes y casas bajas se organizaba a lo largo de una vía principal, a cuyos lados grandes arboles daban sombra a un asfalto ya de por sí polvoriento y lleno de tierra. Caminaba gente de todas las edades por los bordes de la carretera, circulaban bicicletas, burros, coches, motos y tiraban las personas de carros cargados de garrafas amarillas de agua. Colgaban la ropa para vender de las ramas de los arboles y vendían miel en improvisados puestos con mesas de madera. Tras bajarme de la furgoneta y caminar un poco encontré una alta y llamativa puerta cuyos dos pilares estaban construidos de ladrillo. Una gran pieza horizontal de cemento en la cual estaba inscrito Marche Central Fada N’Gourma que me indico que allí se hablaba francés.
LAGARTIJAS EN EL TECHO
Sin atravesar aquel umbral del mercado de Fada N´Gourma decidí tomar un mototaxi que me llevó a un hotel que se encontraba a la entrada de una calle ancha y sin pavimentar. Era un edificio de tres pisos por lo que había visto hasta entonces el más alto de la ciudad. Me hacía pensar que era el único hotel allí medio decente. Una estructura de cemento armado que destacaba entre la tierra rojiza. Las paredes de mi habitación estaban cubiertas con tablillas de madera y no alcanzaba un ventilador para disipar el calor asfixiante que se condensaba como en una sauna. Las gotas de sudor se deslizaban por mi cara y rápidamente tuve que salir a tomar aire. No me imaginaba cómo dormiría aquella noche pero tenía la intención de seguir rumbo a Níger pues quizás lograría llegar al Chad y de ahí a Camerún para seguir en ruta con la intención de visitar algún otro país del África Central. La noche la pasé entretenido mirando como deambulaban una tropa de lagartijas por la habitación. Tenían el tamaño de mi dedo índice con rabo y patas la piel de un color gris pálido verde pastel y unos ojos que resaltan como la punta redonda de un alfiler. Tan pronto estaban quietas como corrían velozmente horizontal y verticalmente por el techo y las paredes en busca de algún insecto. Eran bichos con los cuales convivo bien son inofensivos y no me incomodaban como los mosquitos las hormigas o cucarachas. Podía pasar un rato mirándolos en un juego de entretenimiento y nunca estaban a mi alcance por el suelo. Como un cohete se lanzaban a trepar a lo más alto hasta llegar al techo para quedarse pegadas con la cabeza hacia abajo desafiando la gravedad. Cuando me cansé de observar sus rápidos movimientos intenté dormir.
BOKO HARAM
Sin embargo al día siguiente de mi llegada al hotel recibí una información para nada alentadora. En Níger adonde me dirigía corrían tiempos difíciles. Supe de reportes de ataques en aquella región» Boko Haram» un grupo fundamentalista islámico había firmado la adhesión formal al califato estableciendo la ley Sharia en Nigeria. Este grupo yihadista había pasado de ser un pequeño movimiento de protesta en el norte del país a ser una fuerte milicia que atacaba sin piedad todo a su paso sembrado una oleada de violencia en las aldeas ribereñas. Ya se contaban cientos de muertos además de miles de refugiados que huían sin rumbo de los ataques. Habían tomado el control de gran parte de Níger incluyendo la frontera entre Chad y Camerún.
La tensión crecía en todas aquellas regiones. Todos esos puntos fronterizos pertenecían a mi hoja de ruta. Meterme en la boca del lobo era un suicidio y quizás una muerte segura. La experiencia de Afganistán había sido suficiente para saber que tenía que retirarme de aquella aventura. Había mucha inestabilidad en aquellas regiones y por esa razón abandoné mi empeño de alcanzar África Central. La situación me obligó a retirarme para no correr peligro y decidí regresar en dirección a «Quagadougou» capital de Burkina Faso. Allí estaba de nuevo en la carretera subido a otra furgoneta alejándome de las desdichas humanas a través de aquella sabana de arbustos. En las aldeas veía personas agolpadas alrededor de los pozos de agua con las potas de cocinar todas esparcidas por el suelo, y las mujeres con los niños a sus espaldas.
QUAGAGOUGOU
Después de unas cuatro horas llegué a Quagadougou. Sin embargo, como solía suceder había llegado a una terminal de transporte a las afueras donde había un enjambre de coches y de personas. De las calles de tierra se levantaba un polvo rojizo y el cielo estaba cerrado por las partículas suspendidas. Allí me las apañé como pude para coger un taxi. Sin tener ninguna dirección le dije al conductor que me llevara a un hotel en el centro. Viajábamos detrás de un camión para el transporte de animales que ahora servía para trasladar una boda e iban todos los invitados de pie bebiendo alcohol en vasos de plásticos. Adelante abriendo el camino iba un viejo Mercedes Benz que era el coche de los novios. De camino se divisaban ya llegando al centro edificios de varios pisos. La primera impresión que me llevé del hotel fue que estaba en una buena localización en pleno corazón de la ciudad. Le pagué al chofer e intenté acomodar la mochila en mi espalda mientras subía las opacas escaleras.
Era el típico hotel donde todos los huéspedes tienen una historia que contar. Pese a la incertidumbre que tenía de recaer en un horrible lugar me gustó cuando me acomodé en mi habitación. Desde el pasillo que hacía las veces de balcón y mirador me gustaba ver hacia la vía principal. Allí me sentaba a desayunar al amanecer muy temprano antes que la ciudad cobrará vida cuando no había ese jaleo de personas conglomeradas en los puestos y casetas comerciales. En ese tiempo de descanso observaba las calles vacías y sin ruido llenas de basura y diez minutos después esa sensación de silencio desaparecía transformándose todo. Resonaba el sonido de coches y motos, atronaba el ruido de la gente caminando de un lado a otro trasladando sus mercancías y rezando por las esquinas donde confluyen cristianos católicos musulmanes y animistas. Todos conviven.
ENFERMO EN LA HABITACIÓN
Yo libraba una batalla contra la temperatura. Cuando no tenía aire acondicionado en mi cuarto y el ventilador de techo no alcanzaba para neutralizar el sofocante calor comenzaba a jadear cagandome en todo lo que me rodeaba. Esa era mi situación presente. Era un calor pegajoso e insoportable. Una de las peores cosas que me podía pasar era quedarme deshidratado sin fuerzas y enfermo dentro de mi habitación. Era mucho peor que estar afuera.
Sólo en el pasillo del hotel encontraba una tregua y fue allí donde conocí a Boudry. Se sentó junto a mí en la mesa a tomar un café. Vivía en África hacía siete años y se dirigía a Ghana por negocios. Era oriundo de Bélgica. En África se dedicaba al mercado de ropa que recibía de las donaciones en los contenedores humanitarios de los países europeos. Todo el material llegaba embalado en barco hasta Ghana y una vez en puerto se transportaban los containers en camión hasta Burkina Faso donde actualmente vivía u otros países en donde tenía el monopolio. Siendo joven adolescente con apenas veinticinco años abandonó su país en busca de fortuna llegando a Pakistán y Afganistán donde se convirtió en mercader, traía águilas de ambos países para luego venderlas en Bélgica donde tenía un selecto número de poderosos clientes. Así se inició en los negocios. Cuando el comercio de águilas terminó comenzó pronto con otras empresas. Tenía una visión tenaz para convertirse en un gran empresario. Pasaron los años, con su segunda esposa regentaba su propio hotel en Bélgica. Estimulado por una vida cómoda aceptó un trabajo estable con el Estado. Según decía sentado en un despacho aburrido solo pasaba hojas revisaba cuentas y estampaba sellos. Se cansó de esa vida que no estaba hecha para él. Entonces tomó la decisión de dejar aquel puesto de trabajo y se separó. Comenzó con el negocio de ropa de segunda mano primero en Europa y después en África. Cuando yo lo conocí ya en la cúspide manejaba gran parte del mercado de segunda mano en aquella parte del continente. Yo no podía imaginar lo complicado que sería llevar los negocios en África.
TORMENTA DE AGUA DE CAMINO A LA EMBAJADA
No cualquier persona podría llevar adelante una empresa de esas dimensiones. Fue entonces cuando Boudry me invitó a viajar con él y acepté con gratitud su invitación. Fuimos a tramitar la visa para Ghana pero nos cayó una tormenta colosal todo se inundó y perdimos el rumbo. Cuando esto sucede se paraliza la ciudad nadie trabajaba. Los puestos del mercado cerraban y cesaba toda actividad aunque en cuestión de horas todo se restablece. Todo indicaba que en Burkina Faso además de sequías en época de lluvias también se producían inundaciones. Afortunadamente encontramos abierta la embajada Ghana donde tramitamos los documentos y emprendimos el viaje al día siguiente. Era una mañana tranquila cuando salimos de Quagadougou.
TENKODOGO
Ya de vuelta en Burkina Faso los montes verdes y la vegetación fue dando paso a arbustos más bajos y la llanura fue creciendo con menos tráfico y gente por la carretera. Hicimos la primera parada en Tenkodogo un departamento en la región Centro Este. Aparcamos el coche para tomar algo en la terraza del restaurante junto a la piscina de un hotel de cuatro estrellas que había en el pueblo. Allí pedimos dos botellas de agua.
-No esta mal este hotel… le dije a Boudry
-Pues es el mejor en muchos kilómetros a la redonda. Por norma lo frecuentan empresarios y políticos.
-Pués para donde estamos creo que sale mucho del contexto con sus cinco pisos de altura y su moderna fachada de placas blancas con azulejos más bien parece una residencia.
– Pues te alegrara saber que el dueño es un hombre de negocios que hizo fortuna en los Estados Unidos
-No puedo imaginarlo.
-Si tan exitoso. Muchos en el pueblo creen que si se van tres años a vivir a los Estados Unidos llegarán millonarios como él. Un jardín con árboles adornaba la entrada de aquella estructura que destacaba desde lo lejos. Salimos del hotel que era caro para nosotros y nos fuimos en busca de un alojamiento más económico.
EN RUTA CON BOUDRY
Al viajar en coche no nos costaba nada movernos para buscar donde dormir. Era muy diferente a cuando estaba solo. Durante más de cinco años que llevaba en ruta nunca había viajado tan cómodo durante tanto tiempo seguido. Buscamos una opción económica en una zona donde cambiamos la tierra por el asfalto. Era una calle apartada y tranquila sin coches estacionados ni gente mercadeando. No era necesario muchos lujos, aquella vez tocaba pernoctar en una habitación vacía entre viejos muros de ladrillo. Cada vez que Boudry llegaba a un nuevo hospedaje y esta no era la excepción– y veía alguna chica trabajando en el staff me volvía a recordar a Sandra y cuando la nombraba me daba cuenta que mi destino era terminar el viaje tarde o temprano. Eso era de alguna forma lo que me quería decir Boudry algo así como: “Se que eres un viajero pero tarde o temprano tendrás que detenerte y volver”. Siempre lo supe pues todo salto tiene su caída y la plenitud se da en el aire antes de tocar de nuevo el suelo. De todos modos desde que tuve uso de razón supe que mi destino era dar la vuelta al mundo. Solo o acompañado ya estaba escrito.
Boudry cogió la llave de su habitación y se despidió aquella tarde diciendo:
—Descansa Wale mañana será otro día. Finalmente estaremos en Bobo-Dioulasso donde yo vivo. Si quieres puedes venir conmigo hay un cuarto para ti de invitado. Saldremos muy temprano al amanecer.
LA ALDEA DE BOUDRY
Me dijo que nos restaba toda una jornada de viaje para llegar a Bobo-Dioulasso pero Boudry siempre se entretenía por el camino. Hizo una parada para sacar una foto junto al cartel de una aldea que tenía su nombre Boudry. Sin dejar de reír hizo un gesto quitándose su sombrero diciendo que era el rey de la aldea. Acto seguido subimos al coche y unas horas más adelante nos detuvimos a comer en un puesto de carretera que consistía en cuatro palos de madera sujetos por una cuerda sin techo. Había potas llenas de comida abiertas expuestas al sol y barreñones en el suelo con agua donde lavaban los platos y vasos. Pedimos un plato de arroz con pollo con dos huevos cocidos en salsa de tomate bebimos otro café y arrancamos de nuevo.
—¡Vas a conocer a mi pareja! –dijo Boudry mientras conducia.
-Vaya eso si que es una verdadera noticia no me dirás que tienes novia. Le dije a Boudry
. Si se llama Salimata nativa de Bobo-Dioulasso.
-Y como es ella.
-Salimata es una mujer de complexión delgada y muy alta. Pronto la conocerás.
-Y como la conociste.
– Me la presentó un amigo unn día en la calle pues es su compañera técnica de laboratorio.
Y como os entendeis?
Hablando en francés. Lengua oficial en Burkina Faso
BOBO DIOULASSO
Tras más de un mes de viaje con Boudry en coche por Ghana una vez terminó sus negocios en el puerto acepte la invitación de regresar con él a Burkina Fasso. Boudry y yo habíamos hecho una gran amistad por lo que Bobo Dioulasso donde él vivía sería mi último destino antes de partir a Mali.
El suelo era árido y la carretera en general era llana aunque iba adoptando un color más verdoso a medida que nos acercabamos. Cuando llegamos sobre el atardecer a la ciudad Boudry me llevó a una pequeña comunidad donde nos estaba esperando su novia Salimata con las llaves de una casa que utilizaba de pequeño estudio que ella tenía vacío, sin inquilinos. Ahí me aloje yo. Tenía un colchón en el suelo para dormir una pequeña sala con una mesita y un bidón grande de agua para ducharme. Mis vecinos eran varias familias numerosas que vivían todas en una comunidad alrededor de un patio central como en cuadrícula el cual lo rodeaban casas bajas. En las mañanas solía desayunar un bocadillo de aguacate y café con leche enfrente de la casa en un puestecito local. Boudry solía quedar conmigo para el desayuno y después se iba. Otras veces era Salimata quien pasaba en moto a recogerme cuando salía del trabajo y me llevaba como invitado a la casa donde vivía ella con Boudry. La casa de Boudry siempre estaba llena de niños pues en Burkina el promedio es de cinco hijos por familia. Un día vi cómo al menos diez niños se sentaban en la mesa a comer orugas del árbol de karité. En Burkina Faso estas larvas de mariposa se comen fritas siendo un exquisito manjar. Boudry antes de comenzar a comer grabó aquel momento mientras todos daban golpes de celebración con las manos en la mesa haciendo saltar a las orugas. Salimata estaba encantada con la forma de ser de Boudry. La serenidad que ella tenía equilibraba el carácter de él siempre activo e inquieto.
Bobo-Dioulasso es diferente. En las puertas había barreñones con cerveza de mijo y sonaban en los patios instrumentos de percusión. Todo indicaba que se conservaba una milenaria herencia musical. Sin hablar contagian la alegría con su música folclórica con sus expresiones moviendo sus extremidades todos en comunidad celebrando en el patio de casa.
MEZQUITA BOBO-DIOULASSO
Caminando me encontré una gran mezquita construida en barro y sentí que me encontraba en un pasado remoto. Me llamó la atención a primera vista su estructura de pequeños obeliscos ensamblados unos con otros y las paredes de arcilla a través de las cuales se ven ventanas y puertas. Dos grandes minaretes en forma de pico con estacas de madera que sobresalen de la estructura emergiendo simétricamente de las paredes como espigas que brillaban viejas y amarillentas. Desde la puerta me asomé a ver el interior y sus pasillos estrechos me dieron al inicio una sensación de claustrofobia, pero la verdad es que en aquel lugar de culto donde apenas entraba la luz entre columnas de barro y vigas de madera reinaba la paz. Podía percibirlo cuando me fijé en algunas personas que permanecían en silencio apoyadas con la espalda sobre los muros de barro en un estado de reposo y sosiego. Allí adentro los feligreses se sentaban. También en la calle alrededor del templo e incluso al mediodía las masas de personas se reunían y no dejaban de rezar. No había diferencia entre adentro y afuera.
MÚSICA EN LA CALLE
Una noche nos fuimos Boudry y yo a escuchar música y beber cerveza a un bar. Nos sentamos afuera en una terraza que tenía mesas y sillas de plástico. Una música tribal sonaba adentro del local e invitaba a compartir aquella noche. Entre tanto en la mesa del lado dos bellas mujeres charlaban amigablemente en un dialecto local. Altas con su piel oscura y una bonita sonrisa vestían atuendos multicolores y llevaban puestas pelucas horrorosas a pesar de lucir ya de por sí una imponente belleza. Me levanté atraído por una voz clara y alegre que entonaba una bella melodía desde el interior del bar. Adentro un hombre estaba sentado en el suelo junto a un teclado alargado de madera cuya caja de resonancia estaba hecha con calabazas. Lo golpeaba con dos mazos acolchados de goma y lo hacía sonar bellamente. Luego me enteré de que balafón era el nombre del instrumento. A su lado otro artista acompañaba cantando sus canciones e improvisando también leyendas orales. Era un griot, un narrador de historias lo más cercano a un trovador. Había otro músico tocando una kora, instrumento hecho con una calabaza cortada por la mitad cubierta de cuero de vaca y con cuerdas tensadas a un largo mástil» como una especie de arpa» y varios percusionistas tocando yambés. En el centro de la pista la gente bailaba, la música retumbaba hasta afuera del local. No sé si era el hecho de estar con Boudry pero Bobo-Dioulasso era ante mis ojos la mejor ciudad de Burkina Faso.
ULTIMOS DIAS EN BURKINA FASSO
Los días en Bobo-Dioulasso pasaban rápido y eran menos bochornosos que en Quagadougou. Aunque dormía en un colchón en el suelo entraba un aire fresco de noche que se agradece además de sentirme bien recibido en la comunidad. Sin embargo había llegado la hora de despedirme pues percibí el llamado interno, la necesidad de partir. Un viajero aprende a vivir solo y a estar bien consigo mismo, a ser libre y a vivir sin ataduras. Tenía claro que había salido de viaje para conocer el mundo y el sentido de la libertad que consistía únicamente en asumir con entereza cada paso que daba. Entonces que las adversidades se retiraban a lado de Boudry todo parecía puesto en bandeja de plata, comenzaba a sentir que la llama de mi vida iba a apagarse si no volvía a sentir en mi piel esa sensación de vértigo y gravedad que produce el viaje al menos una vez más. No es que no agradeciera mi encuentro y mi aventura con Boudry sino que a veces sentía que la soledad del camino o mejor dicho su compañía me llamaba. Era como una chispa que encendía el motor de mi cuerpo para viajar solo rumbo a lo desconocido.