Río de Janeiro siempre fue la ciudad de mis sueños. Años atrás, cuando la conocí despertó intensamente mis emociones. Caminaba por sus calles como otros tantos turistas que soñaban conocer las bellezas que pasean sus cuerpos dorados al sol de Ipanema. Sin embargo, lo más cerca que estuve de ellas fue cuando me iba a la cama y me dormía escuchando la canción compuesta por Vinicius de Moraes y Tom Jobim. Aún no había perdido la esperanza de encontrar a la “Garota de Ipanema”. Vivía a unas calles de la famosa playa donde deseaba quedarme el resto de mi vida. Había dejado el clima frío de Uruguay en invierno me encontraba en un clima tropical y caluroso. Los cariocas se presentaban informalmente alegres y despreocupados con la playa vibrante siempre con gente jugando al fut vóley, era todo un espectáculo ver como tiraban el balón por encima la red con sus piernas la cabeza y el pecho y como pasaban las horas dando toques con el pie en un corro sin dejar caer la pelota. Todos lo hacían enseñando su cuerpo atlético con el zunga o traje de baño de corte corto y ajustado los hombres y el tanga con tiras laterales las mujeres. Me sentaba en mi pareo a tomar el sol a apreciar el culto al cuerpo esculpidos todos como la figura del David De Miguel Ángel. Mientras hacían ejercicios en la barra fija el paisaje urbano se fundía en una metrópoli rodeada de edificios junto a una naturaleza exuberante con el verde de las montañas sus bahías y el mar. Qué pena que aunque estaba allí me fui aquel día sin conocer a la garota de Ipanema. Pero cuando paseaba por la calle comercial Vizconde De Pirajá encontraba un lugar agradable para conocer gente lleno de cafeterías tiendas boutiques y librerías. Detrás adyacente a mí sin salir de aquella área creí imaginar que encontraría mi sueño del amor» Mi Amada Mujer» cuando veía pasar a las chicas haciendo deporte corriendo haciendo footing en patines o pedaleando la bicicleta por los senderos y ciclovías que rodean la lagoa Rodrigo de freitas. Sacaban a pasear a sus mascotas perros caniches y pitbull de presa con esa indiferencia suave su cuerpo bronceado y los auriculares inalámbricos puestos. Me sentaba en los bancos del entorno de la laguna y volvía la vista cuando delante mía pasaba alguna mujer que salía del hipódromo vestida con el polo de manga corta y las mallas de equitación ajustadas. A cada poco una barquita a pedales en forma de cisne me enseñaba su pico con los niños felices que no se querían bajar de ella. Solo el remar de un piragüista entrenando con su piragua ondulaba el agua mansa de la laguna. Miraba aquellas crestas Morro Dos Irmaos, La Pedra De Gavea, El Corcovado como las infinitas ventanas de la ciudad. Son miradores naturales de piedra que me daban la sensación de ser Dioses Del Mar viviendo en la mitad del bosque. Alrededor de la laguna contorneando los cerros cinco barrios acomodados Gavea Jardín Botánico, Laguna, Ipanema y Leblon me mostraban el rostro de los cariocas gozoso y festivo donde transcurría mi vida cotidiana en el sur de río.
Cuando me dirigía al canal del Jardín De Alha, límite entre Ipanema y leblon que conecta la laguna con el océano por delante de mí la luz del sol que también era apasionada y daba color moreno a mi piel se iba diseminando en el Barrio De Leblon. Luego de tanta belleza me resultaba difícil volver a encontrar en otro lugar aquellas playas tan animadas aunque lo mejor era cuando me detenía a comer en las sandwicherías a pie de calle.
Entonces miré a Ana Paula que estaba al lado mio comiendo algo parecido a una especie de croqueta gigante y le pregunté que era.
Una Couxinha «Salgadiño» masa frita de carne o pollo y diferentes rellenos sazonados. Me Dices que no sabes lo que es supongo que porque acabas de llegar a río. Dijo Ana Paula
Bueno en realidad no consigo diferenciarlos por su nombre pero están riquísimos. Permanecimos los dos de pie mirándonos en silencio. Creí que iba a conocerla pero al rato descubrí que simplemente era una conversación mientras comíamos nuestro aperitivo.
Creo que no comía otra cosa en río que aquella comida callejera y con un zumo de frutas ya estaba servido. En cuanto a lo demás Ana Paula me contaba sobre los numerosos bares de moda para escuchar música en vivo. Me hablaba de él Vinicius «El Templo De La Bossa Nova» y como había nacido ese género musical en el sur de río.
Dime una cosa Ana Paula, no hay más lugares para salir de noche que por aquí.
Tambíen en el centro histórico de la ciudad puesto que allí al aire libre en Pedra Do Sal nació la samba. Pero si no quieres estar en la calle de noche vale la pena ir a los ensayos de la Escuela Academicos Do Salgueiro donde encontrarás gente bonita en un sitio privado y seguro. De cualquier manera Rio de Janeiro es la Ciudade Maravilhosa llena de encantos mil. Todo transcurría tranquilo aquella tarde que estaba hablando con Ana Paula cuando de pronto oí como un murmullo entre la gente y vi como ella se puso un poco nerviosa. Varios camiones con el chasis blindado y con un escuadrón de hombres armados dentro pasaron velozmente. Era el Bope batallón de operaciones policiales especiales. A su paso todo lo bonito quedó fulminado en un instante con el temor de la gente que corría para esconderse a la entrada de los bancos y los coches que se apartaban de la carretera por el miedo a no ser arrollados. Miré a Ana Paula que manifestaba cierto enojo y le pregunté qué era lo que estaba pasando.
En la favela Rocinha se iba llevar a cabo una incursión contra el narcotráfico. Era la mala imagen de la ciudad la otra cara de la moneda en un mundo de miseria y poder donde viven cientos de miles de personas inocentes. Pasando la franja de la playa de arena donde nos encontrábamos en Leblon la carretera se vuelve sinuosa y enseguida más adelante donde se levantan los Hoteles de Sao Conrado sobre un fondo de un brillo constante una extensión de chabolas sobre pilotes de madera hierro o cemento se apiñan rodeando la ladera. Allí arriba una guerra se estaba librando entre bandas criminales rivales por el control de las drogas y mientras tanto a la misma hora en el otro extremo de la ciudad se jugaba en el Estadio de Maracaná un partido de fútbol entre Botafogo Flamengo.
Aunque es cierto que la ciudad está bendecida por la naturaleza dejándose ver como un ángel caído del cielo el demonio también llama a su puerta. De un lado están las favelas sobre los morros con las vistas más privilegiadas y a sus pies los sectores más pudientes. En las calles de Río De Janeiro ricos y pobres bailaban por igual al ritmo de la samba un aire despreocupado y urbano impregnaba las calles.
No solía bajar mucho al centro ciudad. Cerca de allí esta lapa. Aquella noche que había llegado para festejar mientras de pie en la calle me bebía una cachaca yo vi delante mía 42 arcos romanos pintados de blanco formando dos alturas de pisos. Era el antiguo acueducto que servía para transportar el agua de un lugar a otro y en esos arcos de Lapa una línea de tranvía eléctrico sirve hoy como medio de transporte conectando el Largo De Carioca Al Barrio Bohemio De Santa Teresa. Por detrás se levantan los rascacielos de cristal y la catedral metropolitana que más que un templo católico de cemento me pareció una pirámide funeraria de la civilización Maya abriendo una puerta o portal al espacio exterior. Cuanto más bella me parecía aquella estampa más goce sentía en aquel barrio tan animado que representa la vida local Carioca.
Dentro de algunos pequeños bares se sentaban en las mesas los músicos a tocar y afuera se hacia la roda do Samba, todos juntos bailando alrededor siguiendo el sonido de una guitarra. Había locales de música en vivo de varios ambientes y plantas con los grupos tocando el Choro y la Bossa Nova pero la Samba con ese movimiento unísono de pies y cuerpo absorbía toda aquella fuerza que me resultaba tan penetrante. El ambiente de la noche en Lapa me había atrapado. No soy amigo de las ciudades perfectas por eso me gustaba tanto estar en río. Tal vez es quitar ese miedo a salir que me correteaba como a un niño. Cuando de madrugada terminé la fiesta y regresé a casa no ví ningún sereno para dar la voz de alarma a los borrachos. En el trayecto de vuelta hacia Ipanema todo se volvió más oscuro sucio y ratero con los montones de basura acumulada de todo el día los mendigos durmiendo en los bancos y el taxista haciendo rally por las calles vacías del centro.
Desde dentro el coche yo no creía que pudiera suceder algo alarmante cuando vi una escena de una patrulla subida en medio la acera y la carretera poniéndole las esposas a un delincuente contra la pared de un edificio.
-Por favor no puede ir usted más despacio ya se ha saltado dos semáforos en rojo. Le dije al taxista.
-No puedo hacer eso porque es peligroso parar en ciertas zonas y podemos ser asaltados por algún delincuente al menor descuido. No querrá usted recibir una bala en la cabeza.
-No por Dios aceleré cuanto quiera. Le dije al taxista. Respire hondo mientras tanto no dejaba de prestar atención a la calle.
-Ves que pronto hemos llegado. No es necesario ponerse nervioso- Dijo el taxista.
-Claro si no ha pasado nada solo que nos hemos comido todos los semáforos como el Comecocos.
-No se preocupe de todos modos Rio De Janeiro siempre es y seguirá siendo la ciudad maravillosa.
-Muchas gracias yo pienso lo mismo.
Al día siguiente cuando el sol se mostró a las doce en punto la Ciudad Maravillosa se transformo como una oruga a una bella mariposa. Por las mañanas cuando pasaba el parque Garota de Ipanema me acercaba a la roca de Aproador que la separa de Copacabana y me sentaba un rato viendo cómo practicaban el surf. Después pasaba por el mercado de pulgas donde había puestos de artesanías y ropa. A cada poco me sentaba en los chiringuitos donde tenían expuestos cocos verdes naturales. Con un machete le hacían un agujero arriba le ponían una pajita y me lo bebía mientras me entretenía viendo a los padres jugando a las palas con sus hijos que no dudaban después en tirarse de cabeza al agua contra las grandes olas que rompían a la orilla. Copacabana a media tarde era lugar de descanso para las familias y niños con esa acera de mosaicos de piedra mostrando sus figuras simulando el vaivén de una ola. Los domingos se cerraba al tráfico la carretera y era más agradable pasear. En aquel momento un hombre maduro de piel blanca que salía por la puerta del Hotel Copacabana Palace con su camisa de lino recién planchada y reloj de oro caminaba tranquilamente ya que había muchas terrazas donde detenerse y se sentó en una a beber una cerveza. Junto a él en la mesa de al lado dos bellas muchachas le sonreían disfrutando de una copa helada con esa perplejidad nacida del asombro. Al poco rato de llegar el hombre desconocido se levantó a conocer a las dos chicas que no dejaban de insinuarle. Todo giraba en torno al placer a mi vacilación como observador a una expresión de engaños con olor a fruta y perfume de chanel. Según iba cayendo la tarde en Copacabana me daba cuenta que la luz era más difusa dejándose ver las prostitutas a lo largo de la calle Av Atlántica, los travestis en las esquinas y cruces, los chulos o proxenetas vigilando, los carteristas al acecho, las voces comenzaban a sonar de otra manera, más alta y ronca la voz, más cómplices las miradas pero el verdadero placer del carioca la playa se iba quedando huérfana con la impresión de exponerse al peligro cuando las calles se volvían más inseguras al anochecer. Me alejé por el paseo en el extremo este donde un sinuoso camino conduce hasta la loma del fuerte de Leme donde » En la Boca De La Bahía De Guanabara» un peñasco sobresale por encima de todo. Desde el Pan de Azúcar se podía apreciar todo aquel emplazamiento natural la selva tropical urbana sus playas y colinas que bordean el atlántico rompían la ciudad en muchas partes como una tarta cortada en trozos de grandes y pequeños barrios. Detrás botafogo y flamengo y a lo lejos el Cristo Del Corcovado como la cereza del pastel mirando al cielo con sus brazos abiertos igual que un Hombre Mortal.
Dejado atrás el sereno y profundo vínculo con mis amigos de Uruguay y habiendo partido de Río de Janeiro atravesé parte de la costa de Brasil entre agua de coco, cachaza, tangas, palmeras y rezos al cielo. Mi peregrinaje era fugaz y ante mis ojos pasaron como postales Ilha Grande, Cabo Frio, Búzios, Trancoso, Porto Seguro e Itacaré.
A diferencia de Uruguay donde todo era más profundo y duradero en Brasil todo era más placentero e inmediato. Simplemente gozaba bebía caipiriña y tomaba el sol. La experiencia de recorrer un país tropical de gran extensión en bus era seductora y eso me hacía avanzar más rápido. Sin embargo no podía resistir la tentación de pararme a conocer sus playas y en aquellos fugaces momentos compartía una cerveza helada una conversación un saludo familiar. Siempre me esperaba una sonrisa y un cariñoso diminutivo.