RECIFE
Al día siguiente bajamos en grupo con más viajeros hasta Recife la capital del estado de Pernambuco, situada a sesenta kilómetros de Porto Galinhas. Había un gran concierto conmemorativo en la noche y Juan nos sirvió de guía. Cuando yo me fijaba en los puentes que cruzaban sobre los ríos era inevitable ver lo contaminados que estaban. Prefería caminar sin pensar en ello mirando las fachadas de sus edificios centenarios mientras las calles de Recife Antiguo nos recibían con su legado holandés y portugués. Allí en un hostel nos hospedamos aquel día. Había bandas de forró que animaban el día por sus calles en apariencia inseguras y santeros que se detenían para hacerme conjuros contra el mal de ojo.
Al caer la noche fuimos todos a ver el concierto y un reflector en forma de murciélago apareció en el cielo. Caminamos por las difíciles sucias y desvanecidas calles de Recife antiguo protegidos por el caballero oscuro. Habiendo amanecido ya la música no dejaba de sonar cuando todos seguíamos bailando Juan y los demás viajeros regresaron a Porto Galinhas y yo me traslade a Olinda ubicada a sólo seis kilómetros de Recife.
OLINDA
Caminé por sus calles de adoquín casi todas en cuesta y me encontré con edificios coloniales e iglesias barrocas.
—Bienvenido a Olinda la linda dijo una voz al mismo tiempo que la puerta se abría.
Encontré acomodo y conocí a mi nuevo compañero de habitación. Al mirarlo sentado en el cuarto como reflexionando le pregunté cómo había llegado hasta allí. Me contestó que había pasado de la grande y bulliciosa Recife a la pequeña íntima e introspectiva Olinda una conservada ciudad colonial fundada por los portugueses en el siglo XVI. Por lo que fui descubriendo podía creer que así era Olinda: los paseos eran agradables llenos de árboles y coloridas fachadas. La brisa soplaba y era común encontrar galerías de arte. Fue un tiempo tranquilo que dediqué a descansar.