Finalmente me instalé en Maragogi en el norte del estado de Alagoas villa con playas de mar turquesa y cocoteros a la orilla del mar. Al caer la noche sobre las ocho, se escuchaban los cánticos más allá de la puerta de la iglesia y se dejaban oír por toda la plaza. Justo al lado vivía yo en una habitación independiente con baño un pequeño ventilador y una deslucida mecedora más vieja que Matusalén. La mecedora estaba situada afuera en el balcón desde donde observaba la plaza donde los niños se reunían a la salida de la escuela. Los adolescentes jugaban al parchís y los más viejos al dominó. Había un gran árbol que daba sombra en medio de la plaza alrededor un pequeño teatrillo de hormigón adornado con mesas y bancos de piedra. Ya al segundo día participé en los juegos. El tablero de madera estaba pintado con diferentes colores y las fichas eran grandes parecidas a las torres de ajedrez. Cuando se comía una ficha se mandaba para casa dando fuertes golpes al tablero. Se jugaba con normas casi idénticas a las que conocía aunque variaba en pequeños detalles las partidas. Costaban cinco reales en aquella época aproximadamente dos euros por consiguiente si jugaban cuatro el ganador se embolsaba ocho euros.
Durante el día la gente del pueblo solía ir a la playa. A las ocho acudían a la iglesia y desde las nueve hasta las doce dedicaban el tiempo a los juegos. Así transcurrían los días también para mí en aquella acogedora villa. La misa era sagrada y todos los días cuando llegaba la hora acudía a limpiar mis pecados. Me sentaba a la derecha justo en la entrada en un banco lo suficientemente lejos para que no me vieran pero el padre habló en voz alta: “Hoy tenemos un nuevo fiel en nuestra casa”. Todos los ojos se fijaron en mí y entonces tuve que acudir a la llamada del sacerdote recorriendo todo el pasillo de la iglesia por entre sus feligreses hasta el altar donde la congregación rezó por mí y me dieron la bienvenida. Para un hombre sin dogmas resultaba difícil seguir las pautas que explicaba el pastor para convertirse en un cristiano de ejemplo para todos.
Aquel nuevo día por la mañana ya a primera hora fui a darme un baño a Playa do Frances una playa extensa con aguas turquesas y visité San Miguel formando una piscina natural en casi toda su extensión. En la tarde me animé a ir a Playa Gunga una de las playas más lindas de brasil con forma de llave que se abre para avanzar mar adentro uniendo las aguas del río San Miguel con el océano .