Dicen haber sido pioneros los españoles antes que los portugueses. En 1499 navegador Vicente Pinzón capitán de una de las carabelas de Cristóbal Colón arribó aguas Jericoacoara pero este registro no pudo ser oficializado en virtud del tratado tordesillas que entró en vigor ese mismo año . Siglos después se inició la ocupación alrededor de la laguna Jijuca .
Próximo a la línea Ecuador litoral nordeste Brasil estado de Ceara se encuentra Jacarequara que con el tiempo pasó a Jeicoacoara que deriva tupí-guaraní yorucu (buraco) + Cuara ( tartaruga) buraco das tartarugas antiguos pescadores dan el nombre a la piedra furada con formato de serrote visto desde alta mar que recuerda a un yacaré dentado expresión local jalare tomando el sol .
Dejando atrás el estado de Rio Grande Del Norte llegué a Jijoca de Jeicoacoara en el estado de Ceará. Para mi asombro un camión con asientos adaptado al terreno fue mi nuevo transporte. Treinta kilómetros por extensos arenales me separaban de mi siguiente destino Jeri. Inevitablemente debido al camión y a la arena vinieron a mí los recuerdos de Cabo Polonio. Me sentía de nuevo lejos del mundo. Lindos caballos trotaban por la playa con sus espuelas llenas de arenilla y una nueva sensación de adrenalina sentí al llegar al pueblo. Era pequeño con sus calles de arena llenas de palmeras.
El mar se conjugaba con un desierto de gigantes dunas. Los atardeceres desde lo alto daban la impresión de esconderse como un cangrejo bajo la arena. Allí era el viento quien imperaba y diariamente te enseñaba su poder. Los windsurfistas y kitesurfistas aprovechaban viviendo entre las olas y esperando siempre que llegara una mejor. No importaba el día ni la hora costaba tanto salir de aquel lugar que era mejor quedarse. Pasaba el tiempo entre dunas lagunas y hamacas en el agua y aunque todo iba fenomenal debía continuar viaje para descubrir más paraísos como este.
Decidido partí a la mañana siguiente como no hay carreteras el transporte natural era el buggie. Junto con otros tres compañeros salimos temprano en aquel vehículo de chasis ligero carrocería sin techo y ruedas grandes que saltaba por las dunas como un condenado. Era imposible volcarlo aunque a veces parecía que fuéramos en una montaña rusa. Bordeamos el litoral durante más de cincuenta kilómetros sobre la arena de la playa cruzamos una zona de manglares secos y tuvimos que cruzar en balsas por ríos durante ciertos tramos. Fue tan emocionante que no quería que terminara pero sin darme cuenta ya estaba en Camocim donde acabó mi trayecto. A partir de allí regresé de nuevo a la pesadez de la carretera.