El tercer día de carnaval fuimos a la fiesta privada del camarote en el trecho de la avenida oceánica. Mariajose todavía estaba algo desorientada pero al llegar se tranquilizó. Con unos 10.000 metros cuadrados de área aproximados adentro no faltaba detalle, en el interior había bares, restaurantes con buffet, ambientes diversos con diferentes pistas de baile, muchos eventos con Deejays mezclando música, artistas en directo, zonas de descanso, peluquería, pista de aterrizaje con helicóptero y tantas mujeres hermosas que me podía volver loco. Desde arriba la vista era privilegiada y abajo la pipoca saltaba desenfrenada cuando los camiones pasaban haciendo su recorrido, y cuando estos se acercaban a la altura del camarote una grúa móvil trasladaba al artista principal desde su camión al interior de la carpa privada para que por unos minutos el público deleitara. No podíamos creer que nosotros hubiéramos subido en el trío eléctrico el día anterior. Salvador de Bahía se disfrazó por seis días continuos de fiesta donde todo el mundo participaba reponía fuerzas y volvía a empezar.
Entonces ya se movía mejor Mariajose por las calles de Bahía y aquel día que se ató al cuello la bandera de Asturias iba alegre con su capa de superheroína a la vez que hablaba con todo el mundo por el barrio del comercio donde está el mercado modelo. Entrando por la puerta de aquel edificio de estilo neoclásico que está lleno de pequeñas tiendas y bares se podía comprar de todo. Hombres y mujeres trabajaban la artesanía de cuero, de madera, la cerámica, la plata, los tejidos, vendían dulces, confitura y compota. A cada poco se detenía Mariajosé a beber caipiriña que se la daban en taza metálica con asa mientras se echaba un baile y resonaba la música de carnaval. Un hombre con visera le puso en la mano como recuerdo una cinta do Nosso Senhor Do Bonfim da Bahia para anudársela con tres nudos en su muñeca y así cumplir sus deseos. Su pulsera de color verde símbolo de la esperanza y la juventud le daba protección por los Orixá, y sino en todo caso bendición para encontrar el verdadero amor en Bahía. Se detenía por todos los puestos y allí en uno de ellos se compró la típica Muñeca Bahiana de trapo hecha a mano con dos caras que mostraba dos vestidos distintos.
Estando delante de la bahía de todos los santos antiguo puerto de los saveiros donde los viejos lobos de mar con sus pequeños barcos de madera con poco calado y gran velamen transportaban las mercancías como azúcar, mandioca, harina, tabaco nos era más fácil ir acercándonos a su identidad y costumbres. En un día como aquel en el puerto de Salvador una vela inclinada de un saveiro agrandó la belleza del mar, similar a la aleta de un tiburón navegaba pausadamente con el viento surcando las aguas de la bahía y su reconcavo como antaño contra los yates catamaranes y modernos veleros que ondeaban sus banderas de todos los países. A orillas del mar los marineros y patrones de los barcos llegaban para vivir el carnaval. En aquellos instantes eran las manifestaciones culturales lo que realmente se pronunciaba en toda la ciudad. Un grupo de personas formaba un círculo y seguían la música aplaudiendo y cantando al ritmo del berimbau, el atabaque, la pandereta, timbales, y el agve la calabaza mientras en el interior bailaban la roda de capoeira como un arte y danza marcial que fue creado por los descendientes africanos con influencias indígenas. Eran movimientos rápidos de brazos y piernas que llamaron nuestra atención sobre la luz del atardecer donde hasta los niños y niñas participaban. En la plaza del mercado se reunía la gente para quedar maravillados mirando con la boca abierta aquel espectáculo que era una escena común por las calles de bahía. Después caminábamos hacia el elevador lacerda en la plaza Cayru ante el incesante movimiento de la gente para subirnos al ascensor público que conecta la ciudad baja con la alta. Dentro de la cabina ascendimos sus 72 metros hasta la pasarela que conecta las dos torres y podíamos observar por los vidrios de las ventanas la Bahía, el mercado modelo, los mástiles de los barcos como faroles esperando iluminar el mar, el forte sao Marcelo y el sol por detrás en el horizonte cayendo en una larga franja anaranjado bajo el azul del cielo. Refulgían los rayos de sol en la estructura de cemento del elevador luciendo ese efecto de luz bronceada en la ladera de la montaña.
Cuando Mariajosé paseaba por la parte alta de la ciudad mirando las coloridas fachadas de las casas antiguas sus grandes ventanales y puertas de madera le trajo el recuerdo de otras latitudes.
-Todo esto me da cierto aire a Portugal. ¿Te parece? Dijo ella.
-Ya me extrañaba a mí que no te dieras cuenta. Le dije.
-Sus calles adoquinadas y en cuesta las iglesias y viejos caserones me recuerdan a Lisboa- dijo Mariajosé cuando estábamos frente al convento basílica San francisco-Salvador De Bahía con su fachada de dos torres con el pórtico papal y pórticos laterales de piedra arenisca.
– ¿Quieres entrar adentro? – le dije.
-Estás loco yo vengo al carnaval a bailar y pasarlo bien no a ver iglesias. Contestó.
En aquella catedral construida en orden de los jesuitas junto con los comerciantes de azúcar se podía apreciar el arte barroco. Fue en el siglo xvi que llegaron con órdenes del rey de Portugal los conquistadores en sus embarcaciones al mando de Tomé de Souza, el primer gobernador general de Brasil para fundar una ciudad fortaleza llamada san Salvador.
Ya estábamos arriba en Pelourinho un barrio del casco histórico cuyo nombre recuerda la columna de piedra donde azotaban a los esclavos caminando por largo do Terreiro de Jesús hacia el largo do pelourinho en pleno corazón de la ciudad. Al aire libre un muchacho trenzaba el cabello natural a una mujer que estaba sentada en una silla y llevaba puesto un precioso vestido de telas coloridas. Con una tijera en la mano y con un peine ancho en forma de t con largos anillos de acero en la otra retocaba su pelo afro.
-Eso es lo que yo quiero hacer. Dijo la tía al ver al lado a más mujeres haciendo lo mismo.
-Bueno vamos a ver qué es exactamente lo que quieres dijo Sabrina la peluquera.
-Pues ponerme trencita de colores como aquella otra chica para sentirme bien bonita como una jovencita.
Mariajosé ya estaba sentada en la silla haciéndose hasta la pedicura de las uñas de la mano. En esos momentos una mujer vestida con túnica blanca de encaje y un turbante estilizado se acercó para pedirle una foto.
– ¿Sabes que hay que pagar por fotografiarse con ella? Le dije yo a Mariajosé.
-La voluntad de carnaval. Dijo la mujer brasileña.
Y Mariajosé se sacó encantada una foto pero pronto se dio cuenta que estaba en Salvador de Bahía y que no iba ser solo su muñeca de trapo lo que se iba llevar de recuerdo. Justo al lado en la misma iglesia Nossa Senhora Do Rosário Dos Pretos otras mujeres con sus vestimentas típicas blancas parecían ofrecer a los turistas entrar a la iglesia a reverenciar a su virgen y Orishas con ritmos del Candomblé. Allí en el medio de todo Mariajosé parecía estar en su salsa disfrutando de su mejor momento del carnaval. Esas creencias y ritos litúrgicos ligados a la diáspora negra se sincretizo para crear así la religión afro católica en Brasil.
Lo que antes durante la época colonial fue el mayor puerto del continente de entrada y salida de africanos esclavizados hoy se concibe sólo como un legado cultural siendo bahía la ciudad con más población negra y mestiza de todo el país.
El sol iba perdiendo su fuerza dejando entrar la noche pero no por eso perdía colorido e intensidad el día con las obras de artistas expuestas contra las paredes de cal, sobre las aceras, cuadros con pinturas del carnaval, de las coloridas casas de Pelourinho, de Orishas y Santeras, de lemanya la patrona de los marineros, de pelé jugando al fútbol, el azul de la iglesia como el azul del mar de la bahía, los turistas sentados mirando el móvil en las escalinatas, los comerciantes vendiendo sandalias. Entonces fue un viejo inquilino quién a mí me llamó la atención al verlo como pensativo apoyado en la parte inferior de la puerta de su casa mientras permanecía abierta de par en par la parte superior donde colgaba un cuadro con su retrato, con pelo rapado blanco barba limpia recortada y bien perfilada por toda la cara solo le faltaba la pipa en la boca para ser una copia exacta de su ilustración. En la parte inferior un viejo cartel con vistosas letras azules rojas y negras tenía escrito» Condeca use o famoso rapé do preto velho contra sinusite, resfriados, roncaria, enxaqueca, dor de cabeca, asma» Al final se podía leer o melhor cravinho da bahía. Lo que sí parecía vender no era la famosa bebida hecha de cachaza azúcar de caña y clavo de olor sino latas de cerveza skol que tenía metidas en una cesta. Cuando se dio cuenta que le estaba fotografiando se tapó la cara con la mano. Mientras tanto seguía la tía sentada en la silla haciendo sus trencitas encantada ella hablando con Sabrina y las mujeres de bahía en sus puestos de madera vendiendo leche de coco dulces y el delicioso Acarajé.
– Ya casi he terminado. Dijo Mariajosé.
-Bien iré a por una cerveza y me comeré un Aracajé.
– ¿Qué es eso me preguntó?
-Eso es plato típico tradicional de la cocina africana y bahiana, una especie de bollo relleno hecho con alubias y camarones sazonado con salsas picantes. Dijo Sabrina.
– Púes puedes traerme uno para probar. No me consientes nada. Replico Mariajosé.
. Ok, claro pediré uno para cada una.
-No te olvides la cerveza. Me recordó Mariajosé
Ya se estaba volviendo noche cerrada cuando Sabrina terminó su trabajo y después se recogió diciendo.
-Tengan mucho cuidado esta zona es peligrosa y está llena de maleantes. Hace pocos años vivíamos en un seguro y bonito barrio residencial hoy en día se ha transformado en un lugar degradado lleno de delincuentes ladrones borrachos y prostitutas. Podrá verlos fumando crack por cualquier esquina.
-Tan peligroso será. Dijo Mariajosé.
-Solo os aviso para que no se confíen mucho ni se alejen de las calles principales. Además no se pueden ir de bahía sin ver desfilar al bloque afro Olodum de música samba-reggae. En unas horas estallara la locura.