Desde que puse los pies en la frontera del Chuy al sur de Brasil había rodado tantas horas en bus por la costa que había perdido la cuenta. Lo único que sabía en aquel momento era que finalmente había llegado a Belén capital del estado de Pará principal punto de acceso a la Amazonía.
MERCADO VER-O- PESO
Hervía el comercio en el mercado. Los barcos comenzaban a llegar antes del amanecer. Aunque la travesía por el río duraba varios días el Pirarucú un pez amazónico de hasta dos metros de longitud llegaba conservado con hielo en grandes cajas. La negociación y el clima eran frenéticos y había ajetreo desde muy temprano donde se cortaba el pez en filetes que luego colocaban en los puestos para la venta. Se vendían hierbas medicinales para la salud, el amor y la felicidad, cestos de frutas, artesanías, amuletos, alimentos y ropa. Caminé hacia una hilera de carpas blancas que eran pequeños bares de apenas tres metros cuadrados pegados unos contra otros y me senté en un pequeño taburete a la esquina de una de las barras donde la cerveza helada se vendía a raudales. Al instante cayó una lluvia torrencial donde el agua zumbaba muy fuerte sobre la carpa que servía como refugio. Entonces estando lloviendo a cántaros la voz de un hombre retumbó en mi oído:
—¡Gatiña pon otra cerveza helada y otra más para este rapaz!
Aquel hombre que estaba al lado mío sentado daba por sobreentendido que allí solo se bebía cerveza aunque en aquel mercado se podía degustar todo tipo de bebidas comidas y frutas típicas de la amazonia. Me dejé invadir por el ambiente ruidoso y lleno de vida. El mercado era el corazón de la ciudad de Belén latiendo por sí solo. Sus calles fangosas y encharcadas impedían mi salida y el contacto con la gente alegre y las delicias gastronómicas de la zona animaban a quedarse más tiempo. Con una Tacaca caldo ligero elaborado con hierba jambu, tucupi, camarones y una cerveza helada la fiesta estaba servida.
CONOCIENDO A VERA
La ciudad de Belén era mi punto de partida hacia las aguas del Amazonas. Llevaba dos días allí cuando llegó al hostel una chica brasileña de vacaciones. Tenía curiosidad por saber de dónde venía. Quería decirle algo porque llevábamos varios días compartiendo habitación y no nos conocíamos. Me contó que venía de Curitiba al sur de Brasil y que su nombre era Vera. Por mi parte le conté que yo era español y me llamaba Carlos. Mientras la miraba me fijaba en su sonrisa. Ella me decía que yo hablaba portuñol mientras seguía mostrando ese bonito gesto en su alegre rostro. Se interesó por saber qué me había llevado hasta Belén y luego de bromear le confesé que era un viajero que recorría el mundo y que la vida me había llevado hasta allí sin entender muy bien el motivo A ella le hubiera gustado hacer hecho lo mismo y así me lo manifestó pero su vida era diferente pues me dijo que trabajaba en un banco y que estaba de vacaciones. Su esbelta figura y su cara bonita me atraían.
A Vera no le costaba madruga y con los primeros rayos de sol se levantaba de la cama para empezar a programar lo que haría durante el día. Yo la miraba tumbado haciéndome el dormido y a través de la luz que entraba por la ventana de la habitación la observaba retocarse frente al espejo. Me embebía en su rizada y larga melena mientras intuía sus ojos azules brillantes y ocultos bajo la montura de sus gafas de sol. Ella acariciaba su cuello segura de sí misma y cada uno de sus movimientos era minuciosamente registrado por mí. Cuando estuvo lista me invitó a desayunar.
UN DÍA CON VERA
Apenas la conocía pero yo anhelaba aproximarme a ella. Mientras hablábamos pensé que la forma más natural de conocerla sería invitarla a tomar unas cervezas y así fue. El día transcurrió conociendo Belén. El clima era húmedo y la lluvia caía frecuentemente lo que acentuó mis ganas de regresar al hostel junto a ella. Nos sentamos a tomar cerveza en una terraza donde las jarras de cristal llegaron heladas, primero bebimos una, después otra, las miradas eran sugestivas, pasajeras. Su cuerpo hablaba sin palabras y sus movimientos firmes y delicados me embriagaban mientras me dejaba llevar disimuladamente por el movimiento su blusa abierta, su ceñida falda corta de playa. Vera pidió otra cerveza y paulatinamente nuestra atracción fue creciendo. Yo deseaba besarla acercarme a su cuerpo y pensaba que ella también.
Al llegar la noche estábamos completamente dominados por el deseo. Cerré la puerta y me senté junto a ella. En aquella estrecha litera nos fuimos acercando el uno al otro hasta quedar frente a frente. Comenzamos a tocarnos y la incertidumbre de sentir que podíamos ser descubiertos en cualquier momento aumentó la excitación. El calor que corría por nuestros cuerpos subió la temperatura del cuarto. La besaba pero no llegaba aún a quitarle su ropa. Ella me mordía los labios con pasión y ya no hubo manera de resistirse pues desabrochó los botones de su blusa y nos entregamos el uno al otro hasta fundirnos en un mismo cuerpo. A la mañana siguiente sólo pensaba en avanzar con ella hasta el fin del mundo.
LA CONEXIÓN
Había surgido una conexión pero llegó el día de despedirnos. Vera me preguntó si me gustaría viajar juntos por el mundo y yo me lo tomé en broma pero nunca la olvidé. Ella hablaba en serio y sus palabras se fueron también convirtiendo para mí en una posibilidad real y concreta. Solo la idea de seguir viajando por tierras desconocidas pero junto a ella me invadía la mente y el corazón. Realmente podía ser una experiencia profunda y necesaria. Sin embargo tenía que partir. Salí rumbo al río Amazonas sin lágrimas en los ojos pero con una contenida nostalgia en el alma. Guardaba la esperanza de volverla a verla pero sabía que eso dependía del insólito orden de la vida no de mí.