Fue un contraste grande llegar por el gran río y encontrarme entre edificios en la ciudad de Manaus. Aunque continuaba en medio de la selva el ritmo agitado de la ciudad hacía que la selva desapareciera. Ya en el centro conocí el hostel donde me quedaría. De lo que no tenía conocimiento era de la aventura que me esperaba. Asombrado reconocí a Adelmo y a quienes también estaban allí hospedados.
—¡Adelmo qué sorpresa encontrarte de nuevo!
—Carlos qué alegría verte otra vez –dijo Adelmo— Llegas en buen momento porque vamos de salida a una ceremonia con las tribus amazónicas del río Negro. Hemos contratado un barco solo para nosotros y dos chicas más se unieron a nuestro grupo, si quieres tú también puedes venir deja la mochila en mi habitación y coge solo lo necesario.
—Ok dame un minuto –dije yo.
—¡Rápido que estos americanos no esperan!
Con Adelmo como guía llegamos al puerto de Manaos. Un pequeño barco amazónico nos esperaba y pronto fuimos al encuentro del río Negro con el Solimoes. Durante varios kilómetros ambos corren paralelos en el mismo cauce sin mezclarse uno es de color arcilloso el otro más negruzco. Este fenómeno se produce por las diferencias de temperatura velocidad y densidad de las aguas. El barco se detuvo cuando Adelmo y los skaters subieron al punto más alto del barco saltando hacia la confluencia de las aguas con acrobacia que se convirtieron en todo un espectáculo para los asistentes. También patinaban sobre las barandillas del barco logrando increíbles peripecias a las que los pasajeros no estábamos acostumbrados. Aquellos skaters eran los mejores y por eso habían sido seleccionados para grabar su documental de patinaje radical en la Amazonía. Me quité los playeros subí al techo y salté por la borda sin pensarlo dos veces cayendo al agua bajo un inmenso cielo de colores.
No sabía con certeza hacia dónde nos dirigíamos el caso es que de nuevo estábamos adentrándonos en la selva. Todo sucedió muy rápido y sólo estaba seguro de que navegamos por otro largo río amazónico el más caudaloso de todos los afluentes del río Amazonas. Comenzaba de nuevo la Amazonía profunda esa infinita llanura de agua y frondosidad inconmensurable. Mientras me explicaban hacia dónde íbamos pensaba en nuestra insignificancia dentro de aquel ecosistema tan diverso. Por momentos tenía la sensación de estar embriagado de jungla. A medida que avanzabamos aumentaba mi fascinación y Adelmo que solía preocuparse por mí me informó sobre nuestra travesía. Nos dirigíamos hacia el resguardo de los Desana la tribu nativa de las cuencas altas del río para asistir a una ceremonia de yagé una bebida hecha de ayahuasca la planta sagrada del Amazonas. La mítica raíz que ilumina las almas de quienes viven en esa selva.
Tras todo un día de navegación el barco se aproximó a la orilla y bajamos por un estrecho tablón. La noche estaba cerrada y un niño se acercó con la cara pintada y un gorro de plumas. No teníamos linternas por lo cual no veíamos con claridad cuando seguíamos todos en hilera los pasos del niño hasta llegar a una gran maloca. Estaba allí sin información ni consideración alguna sobre la planta porque simplemente una serie de acontecimientos me habían llevado hasta aquel lugar. Yo había consumido drogas en Europa en medio del desenfreno de las fiestas de música electrónica sin embargo la ayahuasca no es una droga sino una medicina milenaria que debe utilizarse para el crecimiento espiritual. Es un remedio para la desarmonía una forma de unificarse con la vida de todo lo que existe. Fui descubriendo que a pesar de llegar allí con absoluta ignorancia de la planta quería en el fondo reconciliarme conmigo mismo pues después de mi accidente sufría de enajenación. Quería ver la realidad de una forma distinta y me di cuenta que ese era un camino de hacerlo.
Comenzamos la ceremonia anunciando nuestras intenciones antes de tomar la bebida. Mi intención fue dejar un poco la fiesta para formalizar al menos algo buscando tan solo lo necesario para poder entender que todo lo demás es vanidad. Quería dejar mi vida loca y descontrolada para contar con algo de estabilidad y fundamentos para vivir mejor. No sabía qué me ocurriría y cada cual viviría la experiencia de diferente manera. Éramos unas catorce personas que nos sentamos todos sobre un banco de madera. En la otra parte de la maloca se encontraban los miembros de la tribu sentados, hombres, mujeres y niños que llevaban las caras pintada y vestían ropas tradicionales como faldas y polleras de paja. El chamán se nos acercó y sobre su cabeza tenía plumas que se levantaban y que pendían hasta la cintura. Llevaba un bastón en la mano y en su cuello un collar enorme de dientes de cocodrilo. Todo empezó cuando nos dio un poco de aquel brebaje que nos entregó uno a uno en un cuenco de madera. Poco a poco se agudizó mi percepción y los estímulos exteriores adquirieron más relevancia comenzando a escuchar sonidos graves y a tener visiones de colores luminosos y brillantes. Olores colores y sonidos unidos en un remolino de sensaciones me permitieron abrir mi mente a experiencias completamente diferentes a las vividas en el pasado. El chamán me llamó para darme un poco más de Ayahuasca pero enseguida su sabor amargo desató una instantánea salivación de rechazo. Empecé a entrar en la experiencia cuando la música sonaba marcando los tiempos y las mujeres bailaban en una danza incesante, los hombres soplaban un instrumento musical de largos tubos de madera y los niños golpeaban el tambor. Dos mujeres se me acercaron para cogerme de la mano a bailar con ellas en el centro del patio ceremonial. Todos bailamos en sincronía participando en el juego del ritual y experimentando una mezcla de sensaciones placenteras. Se distorsionaron las imágenes y colores en formas geométricas y mi percepción se agudizó cada vez más hasta llegar a tener el poder de escucharlo todo, hasta lo imperceptible. Era un momento supremo del que no quería despertar. En realidad estaba en otra dimensión y en un trance catártico acelerado salí a la jungla a defecar percibiendo con claridad el sonido de cualquier bicho a kilómetros de distancia
Terminaron los bailes la música y las danzas y todo fue fenomenal hasta que regresamos al barco. No teníamos que haber vuelto nunca porque el viaje de regreso fue un infierno. Ahí comenzó la pesadilla.
Ya en el barco me tumbé en mi hamaca para descansar sintiendo malestar y mucha revoltura e intenté relajarme y dormir. Miraba hacia el techo del navío pero algo se movió como una figura humana que vomitaba desde arriba hacia mi hamaca. La primera vez que la vi pensé que era uno de los americanos entonces me levanté a llamarle la atención pero observé que la imagen iba y venía del techo entonces me di cuenta de que se trataba de alucinaciones. “¡Dios mío lo que me espera!” pensé. Vi los chalecos salvavidas de color naranja colgados por el techo y al lado había niños como monos acurrucados por cualquier esquina que se suspendían cabeza abajo con ayuda de sus colas que me vomitaban. No dejaban de hacerlo hasta que tuve la necesidad apremiante de hacerlo yo también.
Para los indígenas limpia el cuerpo y luego el alma. Esto permite expulsar los conflictos las tensiones y contradicciones anímicas psíquicas que pueda contener quien lo bebe. Este efecto empezó aproximadamente una hora después de ingerir la primera toma. En el barco los niños empezaron a hablarme.
–¡A que no vas a ir nunca más de fiesta! ¿Ves qué mal se pasa?
–Sí nunca más por favor dejen de vomitarme. Voy a ser bueno os lo juro y nunca más iré de fiesta.
Veía imágenes vulgares al lado mío como grupos de niños sentados en otras hamacas. Por todos lados aparecían tomaban Coca-Cola se reían de mí y jugaban a las cartas.
–¡A que no vas a ir nunca más de fiesta a que no vas a ir nunca más de fiesta!
–¡Sí, sí, nunca más! Por favor dejen de vomitar y seré bueno ¡Nunca más iré de fiesta! –les imploraba rogandoles.
Sentía algo abrumador unas visiones sin parangón y un salto brutal de mi conciencia. Libraba una guerra interna contra mi propia neurosis y todo lo percibía distinto. Las imágenes estaban cargadas de una fuerte intensidad emocional. Una mujer de blanco apareció por un instante detrás de todos los niños. Era una monja vestida de blanco y azul que bajó del cielo para ayudarme pero se fue…
–¡Por favor no te vayas ni me dejes aquí solo ayúdame por favor!
Quería morirme aquella misma noche que perdía el equilibrio y las piernas me fallaban. Me arrastré gateando como una serpiente por la borda y no sé cómo podía sacar fuerzas. Los árboles cobraron vida seres gigantes con ojos brazos y bocas dispuestos a lanzar su vómito desde lo lejos. Veía manadas de macacos colgados y oía sus gritos. A mi lado encontré a uno de los americanos. ¡Al menos ya no estaba solo! creo que él lo estaba pasando tan mal como yo pues los dos vomitábamos con medio cuerpo colgando fuera del barco. En aquel momento recordé al hombre loco drogado que se lanzó por la borda cuando viajaba por el Río Amazonas puesto que temía caerme o tirarme yo mismo al río en un ataque de locura pero afortunadamente estaba muy consciente de eso y no me podía suceder algo así. Volví con todas mis fuerzas como pude adentro del navío protegiéndome de la borda y de la lluvia con el toldo que cubría los laterales del barco para no tirarme al río.
Apareció otro niño sentado a mi lado mientras yo aguantaba heroicamente inclinando la cabeza hacia abajo entre mis brazos y piernas temblorosas. Tapaba mis ojos y los oídos para no verlo ni escucharlo. El niño me repetía:
–¡A que no vas a ir nunca más de fiesta a que no vas a ir nunca más de fiesta.
–¡Sí, sí, por Dios, déjame! ¡Dios, ayúdame!
Escuché tantas veces la misma expresión que me horrorizaba. Se trataba de la manifestación más auténtica de mi propia conciencia. Tenía tantas intensas visiones alucinógenas que nunca veía el final del túnel ni de aquella pesadilla. Desfallecía con mareos muy fuertes enfrentándome con mi más profundo inconsciente. Viajaba a una realidad trascendental de la cual no sabía nada. El chamán no estaba allí para tranquilizarme ni acompañarme y no sé por qué no estuvo hasta el fin con nosotros en la ceremonia. Me había dejado solo vagando en el inframundo navegando toda la noche sobre el infierno del río Negro. Maread y abatido caí desplomado en el suelo apoyándome contra la esquina del navío. Entonces surgió una mano para sostenerme como la luz de Dios. De repente Adelmo apareció y el trance había terminado. Ya había amanecido y entré en mi estado habitual de conciencia. El yagé me había dado una verdadera lección y después de un brutal enfrentamiento conmigo mismo todo había salido bien. Lo que al principio me había parecido malo se había convertido en algo bueno en un profundo aprendizaje. Había comprobado por mí mismo que la ayahuasca es una planta medicinal milenaria sabia y curativa. No tenía nada que ver con lo que me imaginaba. Sentía que iniciaba un nuevo momento no sólo en el viaje sino en mi vida.
De vuelta a Manaus visitamos la comunidad indígena de Acayatibe donde puede nadar con los delfines rosados de la Amazonia «Tonina» y ver cómo se elabora el látex sacado de los árboles.