Al andar la estela del barco formaba pequeñas olas que se precipitaban sobre la orilla donde troncos y árboles flotaban por el agua golpeándose contra la embarcación. Se acercaban los niños desde sus cabañas al margen del río aprovechando las corrientes remaban hacia el barco en sus canoas de madera.
Justo en el momento en que pasaban cerca de las ruedas que colgaban del barco con un movimiento rápido y preciso de destreza y correcta maniobra sin un segundo de equivocación ¡zas! hacían canasta y pasaban una cuerda entre las ruedas. Con la cuerda en mano enganchaban la canoa y jugaban dejándose arrastrar por el río. Después de un tiempo se soltaban o empujaban la canoa hasta que conseguían dejarla bien atada al costado del barco. Entonces subían trepando descalzos por los tres pisos para pedir limosna y luego regresaban a sus canoas esperando quizás durante días la llegada del próximo navío.