Me levanté al día siguiente sin ver la salida del sol. Supuse que Vladek estaría allí contemplando el firmamento, desayuné un café con galletas mientras conocía gente nueva. En el navío era fácil sentirse en familia: padres, hijos, abuelos y amigos rumbo hacia una vida mejor en Manaos capital del Amazonas. Era gente humilde de clase popular apoyada la mayoría únicamente en su fe. La Biblia era un libro habitual y le confiaban sus tardes leyendo sus versículos pasajes esperanzadores que prometían una vida mejor o por lo menos la salvación de la vida eterna.
No en el barco no sólo había desorden. Cada vez me daba cuenta que lo que yo al principio juzgué como algo caótico tenía en realidad una profunda e insondable razón de ser y que yo estaba allí para ser testigo de ese misterio. Cada quien ocupaba su lugar Adelmo y su grupo de skaters, Vladek el polaco, los hombres que cortejaban en la cubierta todos tenían una misma esencia como el río. Me di cuenta que el Amazonas no sólo me daba la oportunidad de explorar y compartir en el barco con otras personas sino que también me enseñaba que la selva y el río no son apenas un sueño romántico visto desde lejos sí una realidad insondable donde todo está vivo y cada cosa bien sea grande o pequeña tiene que ver con todo. Nada es inferior ni superior y todo es necesario. Vi con nitidez que la vida es un tejido recíproco de fuerzas que interactúan entre sí y así volvieron a mi memoria los amigos de Uruguay mi relación con Vera y todo lo esencial de mi vida. Finalmente me di cuenta asombrado que todo hacía parte como en una onda encantada de la misma selva y el mismo río.
Mi compañero de la hamaca contigua me regaló un pequeño Nuevo Testamento que fue una verdadera compañía ya que a la par del viaje físico mis momentos de lectura tomaron un significado más hondo y espiritual. A la par que contemplaba a las personas a las aguas del río o a la jungla la savia de esas páginas también le daba un acento diferente al trayecto que me ayudaba a entender que no sólo íbamos hacia el corazón de la jungla sino a mi propio corazón que era el mismo de todos. Poco a poco empecé a sentir que la inmensa selva me abrazaba amorosa como a un simple ser vivo que ocupa su lugar. Mientras leía las páginas del libro de papel atendía al llamado del libro de la vida viendo así cómo coincidía lo uno con lo otro.