Cerca de las seis de la mañana sonó mi despertador personal pues ya estaba mi vecino vomitando sobre mi hamaca. Mi único consuelo fue levantarme para ver la aurora. Me dirigí a la proa del barco y ya Vladek estaba allí fiel a su hora tan silencioso como siempre dejando vagar sus pensamientos sentado en su silla con los brazos cruzados esperando el alba. Como antes fue un espectáculo era el arrebol. Con el cielo despejado el sol al horizonte regresé a mi hamaca. Era temprano aún me fascinaba contemplar esa imagen de la jungla balanceándome.
Siempre sucedía algo pues era un caos generalizado con un extraño orden. Un hombre con una toalla verde se dirigía a la ducha y otro salía con un jabón en la mano. Había cinco puertas de un lado para caballeros y otras cinco para damas, tres duchas y dos baños sin luz en cada sector. Para entrar había que esperar turno una vez adentro aguantar la respiración para salir corriendo después. Unas puertas se cerraban otras se abrían siendo el juego de la necesidad. Los baños suponían una actividad compleja que involucra a múltiples protagonistas y sin importar la raza religión o cultura la privacidad no existía en aquella embarcación
Mientras unos se cepillaban los dientes por la borda otros hacían cola por la comida y mientras unos se duchaban otros se cambiaban. Realmente parecía una obra de teatro porque almorzar era como acudir al muro de las lamentaciones. El chico que nos servía hacía ejercicio subiendo y bajando las escaleras con cada plato de comida que traía de la cocina. La mesa era una tabla alargada con apenas medio metro de ancho situada contra la pared y un gran tablón para sentarse. Casi no había espacio y la lucha a codazos formaba parte del ritual para comer pues el primero que posaba el codo en la mesa ganaba la batalla. El almuerzo pasaba rápido como un misil cuando se lanza al espacio y aunque el menú diario consistía en arroz espagueti y pollo mucha gente hacía cola para comer y no había tiempo para amenizar.
En un viaje como ese era imposible no interactuar con los demás: desde la puesta de sol hasta la primera hora de la mañana había un flujo constante de ruidos miradas gestos y palabras. Todo estaba vivo y no sólo al interior del barco sino alrededor. Una noche un personaje que corría de arriba a abajo dando vueltas por el navío llamó mucho la atención de todos. Parecía que alguien lo perseguía pero en realidad no había nadie detrás de él que huía asustado mirando atrás como alucinando. De repente alguien gritó: “—¡Hombre al agua, hombre al agua!”. Inmediatamente corrí a ver intentando comprender la situación. El capitán detuvo el barco y fue de madrugada cuando encendió un foco muy potente. Se podía ver alrededor la acostumbrada calma de las aguas y las luces alumbraron de largo pero no se veía nada.
—No hay rastro, imposible que haya sobrevivido. ¡El río se lo ha llevado! –exclamaba la tripulación con tanta naturalidad que parecía ser una escena común.
Con resignación y parsimonia concluyeron:
–Sigamos tenemos un trayecto que cumplir.
Los ocupantes tuvimos que aceptar la situación además de que un hombre había muerto en nuestra presencia y no pudimos hacer nada. Ni siquiera tuvimos la posibilidad de reaccionar. Debíamos entender que en el Amazonas la vida sigue el río permanece y el camino hacia el interior de la jungla siempre continúa. Pasaban las horas los días y el río seguía tierra adentro y así como habíamos visto su faz temible capaz de desaparecer a un hombre en segundos también asistíamos a su incesante belleza.
Recordé entonces lo que hablaba con Adelmo sobre la manera de obrar correctamente y me di cuenta que en la selva no se daba con tanta claridad la diferencia entre el bien y el mal. La naturaleza simplemente existía e imperaba con su poder y bajo su manto todos los seres estaban tan unidos a la vida como a la muerte.
22-04-2010 (liri liri ) amazonia