En la cubierta superior había un bar en donde los pasajeros charlaban bailaban jugaban y cantaban la mayor parte del tiempo. Las escenas cambiaban cada vez que un personaje entraba o salía. En aquel escenario como parte de esta gran obra de teatro sucedían hasta disputas de amores. Había,por ejemplo unos skaters profesionales de los Estados Unidos que jugaban a las cartas cámara en mano grabando. Uno de ellos Adelmo se presentó. Tenía los cabellos hilados tan largos que casi arrastraba su melena por los pies. Enrollados en una larga tira de tela en su cabeza infundía respeto. Adelmo hacía parte del grupo de los skaters pero era brasileño.
—¿Cuánto tiempo llevas patinando? –le pregunté.
—Toda la vida. Adelmo le gustaba hablar y conocer personas. También me contó que se encontraban viajando por Brasil grabando un documental de skate radical en la Amazonia. Su melena despertó mi curiosidad y supe que sus largos dreadlocks tenían que ver con su fe.
—He notado que vuestro país es muy religioso, ¿cuál es tu fe?
—No hablo de religión pero esto es lo que sigo: una vivencia rastafari de educación cristiana que se traduce en hacer lo correcto siempre con verdad no solo para uno sino para todos.
Luego de varias horas de ilustración histórica acerca de los principios rastafari y sus expresiones artísticas como medio de alabanza a Dios,concluimos que es irrelevante la religión si se profesa el camino de la verdad la bondad. No importa cuáles sean los fundamentos lo importante es hacer el bien. Y hay miles y millones de formas de hacerlo. El encuentro con Adelmo me dio el punto de apoyo necesario para el nuevo viaje que emprendía. Al ser un amante de la vida alternativa me enseñaba una manera diferente de ver las cosas. Me habló de sus inicios en el skate cuando apenas tenía cinco años y también me contó un poco de su vida actual. Me explicaba lo afortunado que era al poder trabajar para diversas marcas y patrocinadores viajando por todas partes del mundo, de su vida en Estados Unidos, de lo emocionante que era regresar a Brasil su tierra natal y conocer la Amazonía
Mi primera noche no fue buena porque apenas pude dormir porque a mi lado con su cabeza justo pegada a la mía un hombre respiraba un apestado aliento etílico. Me levanté entonces y fui uno de los primeros en despertar. Sentado esperando un nuevo día conocí a Vladek un polaco con mirada dura de ojos saltones y aroma a aceite de romero. Su tez áspera y su barba blanca de unos cuantos días parecían ocultar un carácter en el fondo bondadoso. Tenía unos setenta años aunque su vigor era el de un joven. Vladek había dado la vuelta al mundo en bicicleta entre 1988 y 1994 y entonces viajaba sin prisa a lo largo de los ríos de la Amazonía. Parecía haber nacido allí aunque no solía hablar con la gente salvo cuando él quería. Junto a la puerta de entrada pegado a la pared tenía su pequeña tienda de campaña. Llevaba una camisa blanca bermudas gastadas color gris sandalias a sus espaldas y cargaba siempre una mochila. Solía llevar un termo en la mano junto con una sillita de playa y sobre su cuello colgaban unos pequeños prismáticos. Así deambulaba Vladek por el navío sentándose en cualquier lugar. Le gustaba observar todo cuanto sucedía a su alrededor. Yo por mi parte intentaba pasar desapercibido andando de un lado a otro un poco como Vladek observando todo y dejando que aconteciera todo lo que debía acontecer. El río era gigantesco y a veces estábamos tan distantes de la floresta amazónica que parecía que navegáramos en medio del océano.
Me gustaba sentarme en la popa en un asiento sobre las poleas que amarran el ancla encima de una boca de incendio. Tenía al lado un hacha y un chaleco salvavidas de emergencia. Si miraba hacia arriba podía ver la cabina del capitán pues me encontraba al frente del navío que se abría camino sobre las aguas de un inmenso río con diversos brazos. Navegamos cerca de la orilla al margen de una abrupta pared de selva durante cientos de kilómetros donde cantidad de aves se movían por encima de las copas de los árboles y se podía apreciar la belleza desde el barco. Luego vinieron extensos campos en los que corrían jabalíes y puercos amazónicos. Horas más tarde navegamos por un estrecho canal de apenas cien metros de ancho donde a lo lejos se podía apreciar el final. Yo permanecía oculto erizado hijo adoptivo de la selva flotando en un río de orquídeas y bromelias. Todo iba cambiando de una forma tan sutil que era difícil notarlo como pasa con las nubes. En un momento la jungla nos engulle y de repente las aguas se abrieron en un inmenso océano amazónico. El río se ensanchó por kilómetros en una puesta de sol sublime. La luz influía de tal manera en el firmamento dejó todo anaranjado sobre un verde intenso pareciendo que la selva escupía fuego que el agua y el cielo ardían.