No imaginaba que pudiera ser cierto. Por un lado sería una gran experiencia aunque por otro no quería sentirme atado. Dudaba de si Vera podría entenderme sin embargo estaba ansioso por nuestro próximo encuentro. Yo no sabía qué buscaría ella en mí pero con tranquilidad me afeité la barba de veinte días y salí al aeropuerto en donde esperé varias horas. Cuando confirmaron que el vuelo se había cancelado regresé al hostel y al abrir el e mail me confirmó que llegaría al día siguiente. Entonces le di la dirección para encontramos de nuevo. Cuando la vi llegar un día después sentí una alegría enorme a la vez me asaltaron los nervios. No sabía qué iba a suceder pero ella estaba decidida a viajar como yo lo hacía.
Pasados los días comprendí que habíamos sabido manejar la situación partiendo del entendimiento y no tuvimos ningún problema en compartir aquella aventura. Ella también amaba viajar sola y no es ese tipo de mujer que necesitaba compañía para recorrer el mundo. Vera decidió hacer aquella travesía por su deseo impetuoso de aventurarse hacia lo desconocido igual que yo. En eso nos parecíamos hondamente y seguramente esa semejanza fue la que nos unió de nuevo. Vera no buscaba amor sino un largo viaje además de tener pavor a casarse. Sus experiencias la habían hecho amar el camino más que la esperanza de tener un matrimonio feliz.
Vera con treinta siete años y cinco hermanos que no entendían por qué emprendía una aventura con un desconocido había pasado su adolescente vida trabajando en el banco con un sinfín de responsabilidades. Sin embargo tuvo el valor de dejar aquel trabajo rechazando un puesto como gerente en Brasil. Necesitaba un tiempo para olvidarse de su antigua relación y del trabajo. Dejaría de oír el despertador a la misma hora cada mañana porque había tomado una firme decisión de marcharse con una mochila a las espaldas. Su futuro era incierto y fascinante.