Cerca de las cuatro de la tarde llegué al muelle con tiempo para preparar mi habitáculo. Había bastante gente ya en el barco y todos aguardaban pacientes. Colgué mi hamaca alejada de los baños en la primera fila descansé un poco y me familiarice con el terreno mientras cargaban las bodegas. Se trataba de un navío de línea regular Amazónico un viejo y andrajoso barco de madera. Navegamos río arriba dejando detrás nuestra las luces de Belén al borde de la bahía de Guájara para adentrarnos en el alma del Amazonas. Aunque me sentía muy emocionado mi corazón latía con ritmo lento y con los brazos cruzados miraba con atención hacia la niebla. Llovía pero el agua no se veía caer entre los árboles y había que mirar por encima de ellos para ver la luz. Desde el barco daba siempre la impresión de tener enfrente un gigante de hojas verdes y enormes troncos que se adentraba en el agua.
El segundo piso de la embarcación era el área de descanso del navío donde se encontraban los camarotes y redes para dormir. Había cientos de hamacas pegadas unas contra otras que colgaban a lo largo y ancho del barco. Arriba y abajo las ropas flotaban a modo de tendal y lo mismo pasaba con las maletas juguetes bolsas de comida o cualquier otro tipo de mercancía como microondas planchas o lavadoras donde todo se colocaba por los suelos entre el gentío
El barco rebosaba de gente y los diálogos se sucedían constantemente. Todo parecía un caos pero la verdad es que la vida allí era regida por un secreto orden que no podía dejar de parecerme extraño. Tenía la misma exuberancia de la selva. El hervidero de voces de gestos de movimientos insólitos me inquietaba siendo prácticamente teatral pero en el fondo me producía una especie de placer sosegado. De ahí que a pesar de toda la travesía resultaba tranquila pausada e íntima. No había mucho que hacer así que leía tumbado en la hamaca observando al aire libre la floresta amazónica.
A medida que el barco avanzaba pegado a la orilla del río había un indescriptible aroma a selva. Era un eterno recorrido frente a millones de árboles y especies que formaban una pared infinita de jungla. Me dirigí a la punta del barco donde la niebla caía afilada y pegaba fuerte el viento sin apenas poder ver uno el horizonte. Bajé al piso de las mercancías en donde se encontraban los melones los plátanos las piñas y las cebollas. Era la misma abundancia que ofrecía el Amazonas.
Sentía entonces que realizaba un viaje hacia mi interior con tiempo sobrado para pensar para cruzar las piernas y respirar. Abajo solo me acompañaba la mercancía. Entonces me senté en la borda del navío donde podía tocar el agua con mi mano y ahí estaba yo, solo ante el imponente río Amazonas que rige la vida de la selva.