Viena resaltaba a la vista como una de las ciudades mas elegantes con sus museos y palacios imperiales. Aquellos carruajes hito de la alta sociedad todavía se podían contratar en diversos puntos de la ciudad. Un cochero con uniforme y sombrero siguiendo la antigua premisa de la discreción podía pasearte con su carruaje de caballos haciendo un breve recorrido por la ciudad monumental. Eran suntuosos lugares donde me sentaba en los bancos a observar, los jardines vislumbraban a la vista con los colores de sus flores, un aire fresco indicaba que se acercaba el invierno.
Todo estaba limpio y era tanta la seguridad y civismo de sus habitantes que dejaban abiertas las barreras del metro. Yo me saltaba burlescamente aquellas normas para ahorrarme unos euros. Mientras me comía una salchicha Vienesa andaba vigilando todo nervioso por ambos lados del tren por si llegaba algún revisor que me pusiera una multa.
Era común en aquella ciudad encontrarme en mis paseos conciertos gratuitos de música clásica donde uno se deleitaba escuchando aquellas orquestas sinfónicas que tocaban gratis en la calle.
Conseguí una entrada por cuatro euros a la Opera de Viena para ver Cinderella,( Cenicienta). Aquel teatro estaba concurridos por damas y caballeros que parecían haber nacido con la elegancia de cuna. Vistosos trajes de fiesta largo de falda con vuelo escote y joyas haciendo juego desfilaban por palcos y pasillos. Aunque fuera de pie en el gallinero de una forma u otra el ambiente evocaba aquella Viena cuna de la música clásica y de la cultura del mundo a principios del siglo XIX, XX.
Detrás del mismo teatro se encontraban las calles más comerciales de Viena. Brillaban sobre las vía suntuosas lamparas con guirnaldas de bombillas, abetos luminosos y decoraciones navideñas de todas formas y colores. De lo que mas presumía Viena era de la historia y esencia de sus cafeterías. Lugares refinados de tertulia y encuentro que vivieron su momento de máximo esplendor a finales del siglo xix. Servían deliciosos pasteles, tartas y cafés. Como era un aficionado a visitar escenarios de películas visite el Café Mozart, en la (Plaza Albertina, 2). Fundado en 1794 y totalmente renovado en los años 80 del siglo pasado cuentan que era muy frecuentado por Graham Green, quien escribió allí su novela ( El Tercer Hombre) de Orson Welles ambientada en la Viena de la posguerra.
Me hubiera gustado visitar las mismas alcantarillas por las que Orson Welles ( Harry Line) huía en la película de Carol Reed .