El tiempo de descanso en Dili me dio para pensar en mi próximo destino Oceanía, estando tan cerca de aquel continente tenía ganas de poner rumbo hacia allí. No tenía ni idea de cuál sería mi billete de regreso a España lo único que sabía era que el viaje debía continuar y que me próximo destino sería Australia. No podía parar viajar era mi vida con la certeza de recibir mensualmente la pensión me quedaba la libertad de serle fiel a mi incierto destino.
Dejé atrás Timor Oriental en el único vuelo que salía aquella tarde del pequeño aeropuerto de la ciudad de Dili y una hora y media después el avión aterrizó de noche en Darwin, capital del norte de Australia. Allí me hicieron un control exhaustivo y me asusté cuando un agente me quitó el taco de la muleta para examinarlo por dentro pues se había formado un tarugo de barro compacto y duro en el interior del bastón muy parecido a la marihuana. Durante un minuto estuve bastante tenso pero después de comprobar que aquello era tierra me tranquilicé y me dejaron entrar en territorio australiano.
Acostumbrado al frenesí asiático había llegado a un país donde al parecer reinaba la tranquilidad donde respiraba sin sentir el aliento de nadie resoplando sobre mis costados. Regateé con un taxista a la salida del aeropuerto de Darwin aunque fue ridículo e inútil y también se notaba el salto de un continente a otro especialmente en lo económico por lo cual insistí empecinado en un descuento y aunque no lo logré sólo después de cuatro o cinco intentos uno de ellos por sorpresa me dijo:
–¿Puedo hacer algo por ti? Yo soy nepalí y te comprendo por lo cual puedo llevarte por unos cuantos dólares menos.
Me senté junto a él taxista en la parte delantera y mientras observaba por la ventanilla las calles espaciosas casi desoladas aumentaba la emoción ya que todo estaba pulcro y ordenado a la vez que me envolvía una plenitud que iba acompañada de un silencio al no escuchar nada de ruido ni encontrar el tráfico característico de las grandes ciudades asiáticas, de alguna manera el solo hecho de saber que estaba en Darwin me hacía sentir haber llegado al confín del mundo.
Al llegar al centro de la ciudad de Darwin capital del territorio Norte dejé mi equipaje en el nuevo alojamiento y rápidamente bajé a la calle. Vivía en Mitchell Street la avenida principal y fue al cabo de unos pocos minutos que todo dio un giro. Al caer la noche la calle se colmó de un ambiente elegante y moderno lleno de bares y terrazas pero yo no me sentía muy a gusto por el hecho de que todo era muy caro para mi y eso no se ajustaba ni a mi presupuesto ni a mi forma de vivir. No habían puestos callejeros donde detenerse a comer algo barato y había una especie de barrera que se interponía entre el mundo y yo. Llegaba a un nuevo continente y a una ciudad con una dinámica completamente distinta a la de Asia y eso me genero una especie de confusión debido a que después de tres años habituado al ritmo asiático necesitaba tiempo para habituarse a Australia.
Antes de llegar tenía una visión bastante idealizada de este país especialmente de sus aborígenes por quienes sentía una gran admiración. Pero desde el principio tuve un primer contacto con ellos que me permitió captar la realidad en toda su crudeza. A primera hora de la mañana en un supermercado encontré un grupo de ellos llenando un carrito de compras con alcohol y luego vi que muchos de ellos dormían en la calle o se tiraban en cualquier esquina y aunque fue duro encontrarme una cultura milenaria mendigando en una ciudad moderna también fue necesario descubrir la verdad ver las cosas tal como eran y no como yo quería verlas.
No había mucho que hacer en Darwin una ciudad pequeña y nueva recién reconstruida tras el paso del ciclón Tracy en 1974 donde muchas personas a mi alrededor pasaban el tiempo tomando cerveza como si esta fuera la forma más práctica y sencilla de oponerle resistencia al acechante aburrimiento. Caminé por la zona costera hasta el puerto deportivo donde había areas verdes y lujosas casas con bonitos jardines frente al mar y embarcaciones de recreo atracadas a la puerta de la casa en su muelle particular.
Los días pasaban en Darwin tranquilos pero todo se escapaba de mi presupuesto ya que el albergue de mochileros donde vivía me costaba treinta dólares diarios y nunca en todo el viaje había pagado tanto. Si perdía una taza o un plato para el desayuno me descontaban del depósito diez dólares, si perdía la tarjeta de la habitación también y si no ponía mi nombre en la bolsa de mi comida dentro de la nevera al día siguiente la señora de la limpieza la depositaban sin piedad en la basura. En Australia podía encontrar comida en los contenedores de los supermercados en perfectas condiciones y allí terminó la mía tras haber olvidado poner mi nombre. Conservar el buen humor me mantenía ocupado y a pesar de tener piscina y estar rodeado de mochileros VIP de toda Europa los días me pasaban factura y no lograba adaptarme teniendo que abandonar Darwin lo más pronto posible. Mi intención era llegar a Sídney siendo la manera más común para desplazarse era tomar vuelos a bajo costo dentro del mismo territorio pero yo quería adentrarme en el desierto por lo cual tenía que buscar otra salida sin dormirme en los laureles.
Un día conocí a Marco y Alberto dos chicos italianos de la isla de Cerdeña que todos los días venían a pasar la tarde de visita a mi albergue. A las ocho de la noche el guardia de seguridad pedía las llaves de la habitación para comprobar quién estaba hospedado y quién no los dos chicos italianos se tenían que ir. Vivían en una ranchera que habían comprado para viajar por Australia y al caer la noche buscaban un aparcamiento para dormir y antes de que saliera el sol movían su coche de sitio para no causar sospecha esquivando de ese modo a la policía que prohibía dormir en los autos. Yo andaba con ellos y solíamos quedar de noche para jugar a los dardos con lo cual me invitaron a ver una carrera de galgos. Al día siguiente salimos en la ranchera recorriendo las calles anchas de Darwin que relucían con el césped verde que cada día regaban y en el camino nos parábamos para comprar cerveza en una tienda de provisiones para ir después al canódromo donde se realizaban las apuestas y preparaban las carreras ya caída la noche. A la entrada había pantallas colgadas de la pared con los perros participantes, propietarios, estadísticas y porcentajes de cada uno y alrededor de aquel circuito ovalado se sentaba la gente con sus apuestas en las butacas. De repente sonó el disparo y ocho animales veloces como un rayo salieron de unos compartimentos independientes que se abrieron corriendo detrás de una liebre artificial que aceleraba por un carril eléctrico yendo los perros detrás de ella intentando darle caza. Sentí una repentina excitación que movía mi cuerpo y me hacía gritar sin apartar la vista a mi perro favorito que corría velozmente hacia la curva encarando la recta final donde aumentaba la tensión hasta que terminó la carrera volviendo todo a la normalidad.
Tras regresar a Darwin Marcos y Alberto llevaron el coche a revisión para salir rumbo a las granjas de trabajo y fue allí que me despedí de ellos mientras yo permanecí en Darwin unos días más intentando planificar mi ruta y conectando con gente por internet para encontrar una salida hacia cualquier destino. Sin embargo pasaron varios días y la falta de un itinerario empezó a inquietarme además me daba cuenta de que mi situación económica no me permitía estar en Australia mucho tiempo y tenía que avanzar rápido si quería llegar a Sídney por tierra en un mes. Sólo después de contactar a diferentes personas encontré unos chicos que estaban recorriendo Australia y viajaban desde la ciudad de Perth hasta Darwin con la intención de llegar a Brisbane en aproximadamente tres semanas. Probablemente llegarían en unos cuatro o cinco días puesto que estaban en camino y me dijeron que tenían un sitio para mí en el coche por lo cual sin otra mejor opción decidí esperarlos.
Pasaba los días impaciente procurando mantener el contacto con ellos a través de correos. Una mañana envié un mensaje preguntando dónde se encontraban y al instante me contestaron que estaban llegado a Darwin y que nos podíamos encontrar la Biblioteca Pública ¡Por los pelos no los perdí! Acudí a la biblioteca corriendo como un galgo y con toda la suerte como vivía muy cerca los localicé enseguida. Era una pareja alemana y un chico de Texas que tras conocerme me aceptaron como su nuevo compañero de viaje. Acepté aquella invitación sin pensármelo dos veces y aunque depender de otra gente no era mi forma de viajar debía aceptar con gratitud lo que viniera.