A medida que avanzabamos venía a mí mente el inesperado encuentro debajo del puente con el aborigen y fue al rato que paramos a desayunar en la mesa de un parque donde vimos a otro nativo de pelo rizado y barba blanca en un balancín leyendo un libro. Mientras que Mona y Frederick se hicieron unos sándwiches de mermelada Nick cogió unas galletas para su café y yo un batido de yogurt de frutas. No había niños jugando aquel día que la luz del sol pegaba muy fuerte y la gente se protegía adentro de sus casas. Yo observaba desde la mesa aquel hombre que ni se inmuto con nuestra presencia en cómo permanecía sentado en el columpio y me identificaba con él sintiendo que su soledad era mi soledad y que estaba bien así porque no hay mejor compañía que la tierra y el cielo. A veces me cansaba de viajar con otras personas durante tanto tiempo y ver aquel hombre solo y tan tranquilo como a la deriva entre la alegría y la nostalgia me reconfortaba. Me daba cuenta que el encuentro ideal que anhelaba con los aborígenes australianos no había sido como me imaginaba sino como debía ser, ya los había visto mendigando y bebiendo, después bajo el puente pude ver la esencia más profunda de esa cultura milenaria en una demostración de encendido de fuego, ahora veía a alguien que se deleitaba en silencio bajo la luz del sol y que en el fondo era parecido a mí. Aún me pregunto qué querían decir todas estas señales y no me deja de asombrar la exactitud y simetría de la vida que muchas veces nos muestra el rostro que no queremos ver de las cosas para luego enseñarnos sutilmente la verdad.
Encontrar un bar era fantástico después de tantas horas dentro del coche, adentro la gente pasaba tiempo apostando a las carreras de galgos y caballos que retrasmitían por televisión, jugando al billar, a los dardos, bebiendo cerveza bien fría y haciendo sonar canciones de una máquina de música donde echabas una moneda y podías poner varias canciones diferentes. La vida no podía ser mejor para ellos y la mayoría de pubs mostraban banderas australianas colgadas por todo el local.
Más adelante nos encontramos con muchos australianos jubilados viajando en caravana de un lado a otro del país buscando el mejor clima siendo libres en vez de hipotecar su existencia en la propiedad de un apartamento. Por mi parte yo ya estaba contando las horas para llegar a Brisbane y aunque la relación con mis compañeros no había sido mala sino simplemente cordial y amistosa por primera vez durante tanto tiempo en mi vuelta al mundo dependía de otras personas y estaba deseoso de volver a la vida solitaria. Sin embargo visto en retrospectiva era asombroso ver que habíamos recorrido juntos un país como Australia desde las escasas poblaciones del Bush con sus bosques y aguas termales hasta el outback llegando a la costa para luego ir bordeándola por carretera.