Era común que se atravesaran canguros por la vía cosa que nos pasó varias veces siendo inevitable sentir agitación y admiración al mismo tiempo ya que al verlos aparecer de forma tan abrupta lo primero que se sentía era susto aunque después venía la felicidad. Para todos nosotros que veníamos de tierras distantes ver un animal como ese era un espectáculo conmovedor sin embargo también era doloroso verlos muertos por atropello en la carretera.
Acampamos al caer la noche y dos horas más tarde el único vehículo que pasó por allí nos levantó de un sobresalto engulléndonos una estela de polvo en medio de la cena. A pesar de todo arriba en el cielo cientos de estrellas brillaban y poco a poco fue apareciendo la luna llena más grande que he visto. Cuando llegaba la hora de dormir recuperaba fácil las jornadas del día en el coche siendo el cielo estrellado un buen campo donde cultivaba mi soledad sintiéndome bien conmigo y con todos.
Recogí mi tienda de campaña en la mañana y emprendimos una nueva jornada cuando a escasos metros en medio de la carretera me cruzó una serpiente que se acercaba a donde yo había dormido. Me quedé frío dentro del coche mientras Frederick se paró para ver a la taipán tal vez la serpiente más venenosa del mundo.
Por mi parte yo estaba gozando de aquella ruta secundaria donde el coche saltaba ladeando por las ondulaciones del terreno y Frederick conducía igual que un experto piloto de rally. Una roja y constante estela de polvo que nos cubría y era levantada por el coche nos seguía por todas partes. Pasadas unas horas ya una vez salimos a carretera asfaltada pasando por Ravenshoe empezaron a aparecer árboles, verdes pastos, vacas y ovejas que pacían en medio de grandes turbinas eólicas e Íbamos dejando atrás el desierto a medida que nos adentrabamos en una zona agrícola con mayor humedad y vegetación. Dos horas después divisamos diez coches juntos en un semáforo un McDonald y una pequeña mezquita eventos absolutamente insólitos para nosotros tres extranjeros acostumbrados al desierto
Lo primero que hicimos llegando a la costa fue buscar el área de acampada donde pasamos la noche. Era un espacio habilitado para caravanas y coches libre de pago situado a varios kilómetros del centro de la ciudad de Cairns. Durmiendo al costado de la carretera dentro del núcleo poblacional no tenía uno la sensación de lo salvaje del outback y aunque en Australia uno siempre se sentía seguro salvo con los animales mortales nada tenía que ver aquello con el silencio de acampar libre bajo el cielo estrellado del desierto.