El número de coches y de carriles aumentaban a medida que avanzabamos dejando a un lado las casas bajas sintiendo la proximidad de una gran ciudad cuando iban apareciendo un gran número de estructuras de cemento que crecían entre el asfalto, los grandes edificios y rascacielos se elevaban verticalmente a lo alto en relación con otros lugares y los buses circulaban bajo las vías subterráneas. Habíamos llegado a Brisbane y fue a la puerta de un albergue que Frederick junto a su novia Mona detuvo el coche para que Nick y yo sacamos nuestras mochilas del maletero no sin antes despedirnos de ellos ya que se fueron a buscar apartamento con la idea de quedarse a trabajar en Brisbane. El adiós fue rápido dándome la sensación de que todos estábamos deseosos de seguir nuestros caminos ya que nos habíamos juntado con el único interés de recorrer el país para reducir gastos y entonces fue en esta hermosa ciudad que finalmente nos separamos.
Nick y yo reservamos habitación por unos días y un par de veces compartimos cena en el albergue pero ya algo distantes cada uno buscaba su camino. No me costaba mucho moverme por aquella ciudad tan bien organizada donde mis días pasaban relajados mientras buscaba una nueva salida y la vida en la carretera nada tenía que ver con estar tranquilo haciendo turismo durante días en un mismo lugar, entonces solía coger el ferry transbordador en los muelles donde me subía y bajaba en las diferentes paradas a uno y otro lado del río. Viendo las lujosas zonas residenciales y los rascacielos me daba la impresión de que ya no tendría ningún otro encuentro con los aborígenes y esa inquietud que había aflorado a lo largo del viaje se iba esfumando mientras disfrutaba de la ciudad con la celebración de Brisbane festival un espectáculo de agua luz y láseres en el río. Mi trabajo todavía no había terminado porque seguía enchufado a la página de Gumtree en internet para encontrar nuevos compañeros de viaje por lo cual contacté con unas chicas europeas que llegarían a Brisbane en una semana para continuar hacia Melbourne. El día que llegaron bajé convencido de que emprendería una nueva aventura pero cuando nos encontramos me dijeron que no había plaza en su coche de ese modo ya cansado de depender de otras personas y chatear durante horas inútiles buscando nuevos compañeros de viaje decidí hacerlo por mi cuenta en autobús hasta llegar a Sídney.
Mi parada siguiente fue en Byron Bay a ciento cincuenta kilómetros de Brisbane donde me encontré en un lugar de moda cuna de muchos músicos australianos con cantidad de artistas que llegaban de todas partes del mundo para formarse en la escuela callejera de Byron Bay. Al lado nuestro a una corta distancia actuaba una chica con su grupo que había logrado cierta fama tras haber llegado a las finales del programa de talento de estrellas en la televisión australiana y un hombre hippie con una moto Harley Davidson nos contó cómo había llegado desde argentina en los años sesenta para enamorarse de la energía de aquel lugar. Al otro lado cruzando la calle una niña tocaba el violín y más interesante aún fue el día que conocí a Juan y su novia Marta una pareja de jóvenes españoles que me invitaron a comer pizza. Por casualidades de la vida al salir del restaurante después del almuerzo conocimos a Marcos otro chico español que se ganaba la vida tocando la guitarra por las calles de Byron Bay y que por casualidades de la vida vivían en el mismo barrio » En Andalucía». Fue como si todos hubiéramos salido juntos de nuestro país con un mismo objetivo y aquella noche fue la música lo quien nos convocó. Marcos sacó el cajón que tenía guardado en el maletero de su coche y se puso a cantar flamenco tocando la guitarra en medio de la calle y Juan que también era músico le acompañó acariciando con maestría al cajón, Marta y yo nos animamos con las palmas de modo que se formó como de la nada un grupo músical lejos del desierto» En la calle Johnson Street» donde aquello resultaba común. Marcos y Juan no me habían cautivado solo a mí que los seguía con las palmas sino a un corro de gente que se detuvo alrededor para escuchar flamenco. Fue una bella noche donde nuestra sangre hervía al ver el embrujo que causaba nuestra música en nosotros y en el público al otro lado del mundo. Nos despedimos después de tocar un buen rato y no supe más de aquellos chicos en uno de esos encuentros inesperados que dejan huella en la memoria porque son eternos mientras duran aunque pasen brevemente.
Me sentí realmente alegre de estar de nuevo a la deriva libre de tomar la dirección que quisiera y sin nada que me atara así que decidí acercarme a la playa donde muchos jóvenes en bermudas con rastras y gafas de sol caminaban descalzos con sus tablas de surf y bodyboard. A la entrada de la escalera entre el parque y el muro de piedra otro grupo se deleitaba al son de la música reggae y siempre era así se surfeaban las olas al ritmo de los tambores y el olor a marihuana se respiraba sentado en el parque entre las flores silvestres.