Llegaba un nuevo periodo de viaje por Centroamérica. La música a todo volumen de los buses panameños seguía zumbando y así llegué a la frontera con Costa Rica sobre las siete de la tarde aunque el puesto fronterizo estaba cerrado. Encontré alojamiento en un viejo hotel pero pasé la noche intentando acoplarme al rígido colchón. A primera hora apenas sin dormir me levanté y crucé el viejo puente de metal con tablones de madera que divide la frontera. Caminé con cuidado mirando abajo para no meter la muleta en algún agujero. Al otro lado había una parada de bus donde me subí en dirección a Puerto Viejo un rinconcito en el Caribe sur con casas de madera pintadas de colores.
PUERTO VIEJO
El olor a marihuana se respiraba en cada esquina del pueblo. Había Rastafaris música reggae por todas partes. Yo dormía en una hamaca bajo una palapa al lado de la playa. Me movía en una bicicleta que tenía delante una cestita. Andaba en ella de arriba a abajo por el pueblo y cuando saludaba a alguien me contestaban siempre “Pura vida”. Empecé a empatizar con todos usando ese saludo que hacía ver a las personas sencillas y optimistas. Luego al regresar a mi palapa sobre mi cabeza en las ramas de los árboles observaba los colores iridiscentes en las plumas de las aves y la abundancia de frutos que tenía al alcance de mi mano. Todo era naturaleza y la vegetación crecía por todas partes en la arena de la playa en las aceras y carreteras.
TAMARINDO
Una mañana partí de Puerto Viejo rumbo a Tamarindo un pueblo costero con vida surfista en la provincia de Guanacaste. Había en el camino kilómetros de plantaciones de banano coco y café. Cuando menos lo esperaba tenía que tener cuidado pues las ramas de los árboles entraban por la ventanilla del bus llena ésta de musgo. Fue una etapa de mi viaje muy serena puesto que las distancias eran muy cortas y llenas de belleza. Viajar por aquellas latitudes repercutió positivamente en mi estado de ánimo. Una mañana me bañé en las aguas del Mar Caribe y a la tarde estaba nadando en las aguas del Pacífico pues ambos océanos están apenas separados por una distancia de menos de doscientos kilómetros en línea recta.